«Tal y como los viajeros experimentados saben, para
comunicarse en una cultura completamente diferente no basta con aprender el
idioma. También hay que aprender los lugares comunes, los sobreentendidos, las
referencias culturales y la etiqueta, que definen como hay que comunicarse
adecuadamente».
De esto van a tratar estas entradas. De proporcionar la
cartografía necesaria para entender y adentrarse en este campo de minas, sembrado como si tal cosa en nuestra sociedad.
¿Qué es el wokismo? Su principal creencia es ésta: toda la
sociedad está atravesada por corrientes de poder que determinan su topografía,
creando islas de privilegio y abismos de opresión. Estos accidentes geográficos,
privilegiados o marginados, coinciden con identidades: básicamente la raza, el sexo,
el género y la orientación sexual –aunque hay otras más pintorescas-. La
inclusión en una identidad proporciona una perspectiva única, que los ajenos a
ella no pueden aspirar a tener. Además, estas identidades son acumulables: uno
puede estar incluido simultáneamente en varias , quedando
así inmerso a una superidentidad distinta de las que la agregan. Esto, si las identidades agregadas son de las marginadas, se llama interseccionalidad, y tiene consecuencias relevantes.
El caso es que la inmersión en una identidad determina inconscientemente nuestra manera de pensar. Las personas son, por así decirlo, esclavas de sus identidades, que son las que realmente determinan sus convicciones y valores. Reformulando en woke el materialismo histórico marxista, es la inclusión de las personas en una identidad lo que determina su consciencia. ¿La de todos? No. Algunos ya están despiertos –woke-. Se han atrevido a tomar la píldora roja de Matrix, y ahora la topografía de poder y opresión es perfectamente visible para ellos.
Que los humanos padecemos sesgos cognitivos que distorsionan
nuestra percepción es indudable. Por ejemplo, tendemos –en efecto- a racionalizar
nuestros privilegios en forma de derechos. El problema es que el wokismo lleva
su planteamiento extraordinariamente lejos, como veremos. En realidad, el wokismo
acaba convirtiéndose en el último avatar del gnosticismo, que pulula por la
Tierra desde hace dos mil años.
Resumiendo –y siguiendo la analogía marxista- las
identidades son la estructura, el relieve sobre el que se amolda
inconscientemente la superestructura de una sociedad: la política, el derecho,
las manifestaciones artísticas, e incluso la razón. ¿Quién ha creado este mundo?
¿Es accidental o hay detrás una voluntad? Esto realmente no suele ser explicado.
El análisis se hace más bien contemplando qué identidades han sido oprimidas en
algún momento histórico –las mujeres, las razas no blancas, los homosexuales…- y denunciando el ejemplo como si perviviera en
la actualidad. En todo caso, el constructor de estas líneas de poder es el
lenguaje, que determina cómo percibimos la realidad. Por eso el woke permanece
en constante alerta ante él.
Bien ¿y qué hay de malo? Si lo que hay detrás del wokismo es
una lucha –aunque algo desquiciada- contra la discriminación ¿por qué preocuparse?
La razón es que es un movimiento divisivo y antiilustrado que, camuflado con la
defensa de valores indiscutidos, cuestiona los fundamentos de la democracia
liberal.
(continuará)
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