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Mostrando entradas de febrero, 2020

VENEZUELA, CHUPITO

Sucedía en El Congreso, cuando era diputado. Cuando alguien recordaba a Pablo Iglesias su relación bidireccional con el chavismo –ideólogo del régimen; ideologizado y financiado por él- desde la bancada de Podemos alzaban brazos burlones en un brindis invisible: Venezuela, chupito. Ya está la cantinela de los fachas alarmistas, asustados y cansinos. La maniobra era bastante eficaz: en mayor o menor medida el estigma se asumía inconscientemente por los denunciantes, y aquellos que han contribuido eficazmente a destruir un país volvían a quedar indemnes. Es un mecanismo idéntico al despectivo «España se rompe» –con iguales connotaciones que el «Venezuela, chupito»- que durante mucho tiempo nos dedicaron a los que denunciábamos los peligros del nacionalismo. Los sorprendentes movimientos del sanchismo en relación con la dictadura venezolana –la transformación del presidente encargado Guaidó en líder de la oposición, el vodevil de Ábalos y Delcy Rodríguez en Barajas, los discursos

LA POSVERDAD

No está claro que exista en español una palabra específica para bullshit o su equivalente más fino humbug -literalmente ‘zumbido de insectos’-. Defiende Santi González que sí, que bullshit en español es “caca de la vaca”, y la traducción tiene mérito: evoca algo expelido de forma apresurada y sin gracia que desprende un olor desagradable. Sin embargo no hay que olvidar que el bullshit no siempre es producto de una evacuación urgente: en campos tan fértiles como la política hay cuidadosos artesanos que, con sofisticadas herramientas como la demoscopia, producen artísticos zurullos. Rafa Latorre abogaba recientemente por traducir bullshit como “paparruchas”, que tiene la ventaja de ser sonoramente despectivo. Y hoy Arcadi Espada , recordando los vaivenes del presidente del Gobierno, habla de “posverdad”. La posverdad es un mundo en el que Sánchez no miente aunque continuamente emita afirmaciones contradictorias. En realidad, en ese mundo ni siquiera la palabra “afirmación” tiene

RESPUESTA A LA GESTORA DE CIUDADANOS

Querido Andrés. Cuando el 25 de enero defendí en el Consejo General la enmienda a la totalidad al proyecto de Estatutos, tu respuesta fue una descalificación ad hominem: sólo desde la mala fe y la ignorancia –alegaste- se podía presentar tal enmienda ¿Para qué debatir entonces? Tu artículo de hoy prosigue con otra desautorización más novedosa: la enmienda es sospechosa porque se inspira en los estatutos de UPyD. ¿No provienen –recuerdas- sus defensores de ese partido? Pues asunto zanjado. Parece que los estatutos de UPyD son muy versátiles: servían antes para calificar al partido de jacobino, y ahora para acusarlo de defender baronías. Por cierto, recuerdo otra cosa de los peores momentos de ese partido que quizás sea más aplicable a este caso: la descalificación inmisericorde del discrepante, y la asunción acrítica de los argumentos más inverosímiles proporcionados por la Nomenklatura. Ciertamente hemos consultado los estatutos de partidos muy diversos: eso que llamas “copiar” se

LA QUINTAESENCIA A LA PUERTAS (Y NI UN PASO MÁS)

Un miembro de la Gestora de Ciudadanos defendió que los estatutos del partido son “la quintaesencia del liberalismo” . ¿En qué se basaba? Sencillamente, en que en ellos figuran las palabras libertad, igualdad y solidaridad. Que la quintaesencia del liberalismo sean la libertad, la igualdad y la solidaridad no lo vamos a discutir; que la organización de un partido se convierta en quintaesencia del liberalismo por llevar estos lemas en su frontispicio ya es otra cuestión –de hecho ¿qué partido no las llevaría?- El actual proyecto de estatutos confía un poder absoluto, no contrapesado por la actuación de otros órganos o afiliados, a la Comisión ejecutiva. Un ejemplo: dentro del Comité autonómico –máximo órgano territorial en este ámbito- la Comisión ejecutiva nombra discrecionalmente 1) a la persona que lo preside, 2) a tres miembros de la junta directiva del mismo, 3) a un número adicional de hasta cinco miembros elegidos de entre los cargos institucionales de la Comunidad, y 4) a o

POR QUÉ FRACASAN LOS PARTIDOS

No es la raza; no es el clima; no son supuestas características étnico-culturales las que determinan el éxito o fracaso de un país. Son las instituciones. El siglo XX nos ha mostrado dramáticos ejemplos en que, al tomar un país –con la misma raza, historia y cultura-, partirlo en dos con cualquier criterio arbitrario –por ejemplo, la posición respecto al paralelo 38 norte-, y someter cada parte resultante a un modelo político y económico distinto, se inicia inmediatamente una divergencia que acaba llevando a situaciones muy dispares. Es el caso de Alemania, o de Corea. Esta es la idea que subyace en el famoso ¿Por qué fracasan las naciones? de Azemoglu y Robinson. Si un país consigue desarrollar “instituciones inclusivas”, mediante las que el poder está distribuido y se evita una excesiva concentración, prosperará; en caso contrario se desarrollaran “élites extractivas”, o lo que Huntington llama “sociedades pretorianas”: « sistemas en los que se desdeña la ley y los gobernantes a