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Mostrando entradas de noviembre, 2013

PREAMBULO A UNA (POSIBLE) HISTORIA DEL PRESTIGE

‘Lo supe desde el primer momento’ La memoria es un palimpsesto*. Cabría pensar (y tendemos a hacerlo) que debiera de funcionar como un sistema de fichas que se van cumplimentando en cada momento de la vida y archivándose cronológicamente. De este modo si quisiéramos recuperar los recuerdos de un momento determinado (qué pensábamos, qué sabíamos, cuál era nuestra visión del mundo en ese momento) bastaría con acudir al archivador adecuado y localizar la ficha en cuestión. Pero no es así la cosa. La memoria, como el resto de nuestras interpretaciones de la realidad, es reducida a un relato simplificado con ciertas limitaciones: todos los hechos están unidos por vínculos causales sencillos y directos, el papel de las actuaciones humanas es decisivo, y el azar despreciable. Pero este relato de la memoria se va reescribiendo con los nuevos hechos que conocemos. De este modo la memoria de un hecho lejano está ‘contaminada’ por nuevos sucesos ocurridos con posterioridad. La memoria e

VIDA Y COLONOSCOPIA

La eternidad está en las cosas del tiempo, que son formas presurosas J.L. Borges A comienzos de los 90 Daniel Kahneman [1] y Don Redelmeier hicieron un estudio sobre la experiencia de los pacientes sometidos a una colonoscopia. En esos momentos se trataba de un proceso muy desagradable y doloroso (actualmente atenuado por la aplicación rutinaria de anestésicos) de duración variable en función de las necesidades de la exploración. En el experimento, cada 60 segundos se pedía al paciente que dijera el nivel de sufrimiento que estaba padeciendo en ese momento referido a una escala   de 0 (ningún dolor) a 10 (dolor insoportable), y el resultado se trasladaba a un gráfico cuyo eje vertical representaba la escala de dolor y el horizontal el tiempo. El siguiente gráfico muestra el ejemplo de 2 pacientes:   ¿Cuál de estos pacientes lo pasó peor? Parece lógico que para evaluar el sufrimiento total padecido por el paciente sumemos el que experimentaba en cada momento.

EL ACTO DE MATAR

Hace 27 años se encargó personalmente del asesinato de más de mil personas. Ahora, con el pelo blanco y una festiva camisa de colores, muestra a la cámara uno de los escenarios habituales de la matanza. Al principio, cuenta, acuchillaban a las víctimas, pero la sangre derramada producía un olor desagradable –y después había que limpiar-. Entonces diseñó un mecanismo para estrangularlas: un largo alambre fijado a un poste que, provisto de un mango de madera en el extremo libre, permitía al asesino aplicar la fuerza necesaria. Orgullosamente muestra la técnica, y representa uno de sus crímenes usando a su acompañante en el papel de víctima. En todo momento la conversación es distendida. Él es un hombre feliz al que le gusta la música y bailar, y lo demuestra al espectador improvisando un chachachá en la escena del crimen. Más tarde contemplará la secuencia en su casa, sentado apaciblemente ante el televisor con su nieta, que contempla los manejos de su abuelo con el alambre. A