«De sus afirmaciones se desprende que, de forma simplista,
la sociedad está dividida en identidades dominantes y marginadas, sustentadas
por sistemas invisibles de supremacía blanca, patriarcado, heteronormatividad,
cisnormatividad, capacitismo y gordofobia». Cynical Theories: How Activist
Scholarship Made Everything about Race, Gender, and Identity—and Why This Harms
Everybody. Helen
Pluckrose and James A. Lindsay.
El wokismo es hijo del posmodernismo. Trazaremos brevemente la
genealogía, pero limitémonos a decir aquí que los posmodernistas desconfiaban
de la posibilidad de acceder a la verdad objetiva. Para ellos ésta no es más que un
constructo cultural, creado por los poderes dominantes mediante el lenguaje, y
por ello ponían tanto empeño en “deconstruir” los discursos. Pero si desconfío
de la verdad; si cuestiono la razón como una herramienta para acceder a ella;
si afirmo que toda la realidad es un constructo cultural ¿no será también un
constructo la propia afirmación? El posmodernismo es una forma de pensamiento que
conduce a cierta parálisis, poco apta para la acción. Por eso hasta llegar al
wokismo –movimiento decididamente activista- sufrió sutiles alteraciones hasta que,
finalizada la primera década de este siglo, alcanzó una nueva etapa: todo es cuestionable
y deconstruible menos los dogmas woke. En realidad, el mero cuestionamiento de
estos dogmas sirve para detectar al infiel: en su actual configuración el
wokismo se entiende mejor como un movimiento religioso particularmente
agresivo.
El wokismo ha interiorizado la desconfianza hacia la razón que, desde la Teoría poscolonial, ha llegado a considerarla -junto con la propia ciencia-
una herramienta de dominación de la raza blanca, que hay que contrapesar con
otras formas de conocimiento provenientes de las culturas oprimidas. Al
considerar, por cierto, la razón y la ciencia como atributos de la civilización
blanca occidental, el wokismo no sólo obstaculiza el progreso, sino que incurre
inadvertidamente en una forma de culturocentrismo y paternalismo. En todo caso,
un movimiento que desconfía de la razón, y de la posibilidad de aproximarse
mediante ella a la verdad, acaba pareciéndose bastante a la superstición.
Decíamos ayer: si el wokismo se limita a denunciar –aunque sea
desaforada y extemporáneamente- la discriminación ¿por qué preocuparnos? Si,
como vamos viendo, estamos ante un movimiento antiilustrado, uno de esos episodios
recurrentes de olvido de la razón de los que habla Sebreli, la respuesta debe
ser sí. Pero hay más razones.
El wokismo aleja el foco de las personas y lo dirige a las
identidades. Es natural: de nada sirve lo individual cuando uno es un títere movido por los hilos de poder de un sistema injusto. Por eso, da igual que a uno le repugne personalmente el racismo, el machismo o la homofobia: si pertenece a una –o a varias-
identidades privilegiadas es reo de culpa colectiva. La responsabilidad
individual desaparece, y lo que importa es el pecado original del colectivo -este
pecado sólo se redime cuando el sujeto se humilla y acepta el sacramento woke-.
Por esa razón el wokismo, para proteger a las identidades declaradas víctimas, está
muy dispuesto a sacrificar la presunción de inocencia, y a construir mecanismos
punitivos en los que la culpabilidad no se determina por los hechos sino por la
inclusión en un grupo. La propia igualdad peligra: cuando se piensa en términos
de identidades opresoras y oprimidas siempre será tentador favorecer a los
miembros de estas últimas.
Pero además, al centrarse en la identidad, el wokismo destruye el concepto de humanidad. La pretensión de que el color de la piel, o el sexo, o la orientación sexual sea irrelevante ante la valía de las personas pasa a ser considerada sospechosa. La condición humana común a todas las personas se desvanece, y con ella el concepto ilustrado de ciudadanía. En realidad la supuesta lucha “woke” contra el racismo o el sexismo acaba revitalizando ambos, y legitimándolos siempre que se ejerza desde una identidad declarada víctima.
En resumen, el wokismo destruye simultáneamente lo
individual y lo universal. Cuando una teoría obvia a las personas y a la
humanidad, y se centra en agregados intermedios como las identidades, podemos
predecir milimétricamente el resultado: las identidades acabarán tribalmente
enfrentadas en una competición de suma cero. Dada nuestra predisposición innata a convertir a los otros en enemigos, el
wokismo no sólo debilita los derechos individuales, no sólo hace tambalear el
concepto de ciudadanía: también contribuye a volatilizar la tolerancia, y a abrir
divisiones en la sociedad.
(continuará)
Comentarios