Recapitulemos. Para los postestructuralistas la sociedad
está recorrida por campos de fuerza invisibles que determinan nuestros actos,
nuestra cultura e incluso nuestra forma de pensar, y que electrocutan, y
confinan en identidades oprimidas, a todos los que consideran diferentes. Percibimos
la realidad a través de “discursos” y “relatos” construidos mediante el lenguaje, que
lejos de ser un medio de comunicación aséptico está al servicio de las
identidades dominantes. Jacques Derrida
llamaba a esa ingenua creencia en la neutralidad del lenguaje “logocentrismo”. “Deconstruir” los discursos para acabar con el logocentrismo era el
paso previo para acabar con todos los nefastos centrismos provocados por las
funestas líneas de fuerza: el etnocentrismo, el androcentrismo, el
falocentrismo, el falologocentrismo e incluso el carnafalologocentrismo, todos
ellos denunciados por Derrida.
Pero tras la deconstrucción ¿qué quedaría? Cabía sospechar
que el relativismo total, la identificación de la realidad con constructos
sociales y la deconstrucción de los “discursos” se acabarían llevando por
delante la lógica, la razón y el método científico, y abriría el campo para la
charlatanería total y para el capricho del gurú de turno. Esto último sería
demostrado en 1987 por el propio Derrida cuando fueron descubiertos unos
artículos antijudíos escritos en los 40 por su colega y amigo Paul de Man: su
deconstrucción obró el milagro de convertir los textos xenófobos en una crítica
al antisemitismo. Unos años más tarde Derrida pareció percatarse de que con el
agua sucia de la deconstrucción se tiraba al niño - la posibilidad de realizar cualquier
afirmación de valores- así que concluyó tan tranquilo que al menos el concepto
de justicia no podía ser deconstruido: «Deconstrucción es justicia», decretó, y
siguió dando conferencias.
En cuanto a la fertilidad del postestructuralismo y la
deconstrucción para generar bullshit quedó empíricamente demostrada por Sokal y
Bricmont. Mostraron, por ejemplo, que Lacan usaba una palabrería pseudo
matemática para demostrar que el goce sexual es compacto, el pene es igual a la
raíz cuadrada de menos uno, y el individuo neurótico es equiparable a la figura
geométrica del toro –el donut-. También revelaron la utilización de las física
por la filósofa Luce Irigaray para defender sus planteamientos feministas…
«¿La ecuación E = mc²
es una ecuación sexuada? Tal vez. Hagamos la hipótesis afirmativa en la medida
en que privilegia la velocidad de la luz respecto de otras velocidades que son
vitales para nosotros. Lo que me hace pensar en la posibilidad de la naturaleza
sexuada de la ecuación no es, directamente, su utilización en los armamentos
nucleares, sino por el hecho de haber privilegiado a lo que va más aprisa».
… y la exégesis de la crítica literaria posmoderna Katherine
Hayles según la cual si se conoce menos de la dinámica de los fluidos que de la
de los sólidos es por puro machismo:
«(Irigaray) atribuye a
la asociación de fluidez con feminidad el privilegio otorgado a la mecánica de
los sólidos sobre la de los fluidos y la incapacidad de la ciencia para tratar
los flujos turbulentos en general. Mientras que el hombre tiene unos órganos
sexuales protuberantes y rígidos, la mujer los tiene abiertos y por ellos se
filtra la sangre menstrual y los fluidos vaginales. Aunque el hombre en
ocasiones también fluye, por ejemplo cuando eyacula el semen, este aspecto de
su sexualidad no se tiene muy en cuenta. Lo que cuenta es la rigidez de los
órganos masculinos, no su complicidad en el flujo de fluidos. Estas idealizaciones
son reinscritas en las matemáticas, que conciben los fluidos como planos
laminados y otras formas sólidas modificadas. Del mismo modo que las mujeres
quedan borradas en las teorías y el lenguaje masculinos y existen sólo como no
hombres, los fluidos han sido también borrados de la ciencia y existen sólo
como no sólidos. Desde esta perspectiva no es sorprendente que la ciencia no
haya podido trazar un modelo válido de la turbulencia. El problema del flujo
turbulento no puede ser resuelto porque las concepciones acerca de los fluidos
(y de la mujer) han sido formuladas para dejar necesariamente residuos
inarticulados»
Postestructuralistas, deconstructivistas, posmodernistas
En 1966 los posestructuralistas desembarcaron en Estados
Unidos, en el campus de Baltimore. Allí conoció Derrida a Paul de Man, que se
convertiría en el campeón del deconstructivismo autóctono. También estuvo Lacan
y Deleuze, que no pudo asistir, mandó una intervención escrita. A finales de
los setenta, cuando el posestructuralismo comenzaba su decadencia en Francia, las ideas de
Foucault, Derrida, Deleuze, Guattari, Baudrillard, Kristeva y Lyotard habían
invadido los campus estadounidenses. Allí se mezclaron con ideas locales dando
lugar a lo que se conocería como French
Theory y también posmodernismo. A partir de ahí, manteniendo una serie de
ideas vagas pero sólidas, la teoría se ramificó para enfocarse en distintas
identidades: teoría poscolonial, teoría crítica de la raza, teoría queer, estudios de género, estudios
sobre la gordofobia… Y desde el ámbito académico comenzaron a extenderse inexorablemente
por toda la sociedad.
Según Helen Pluckrose y James A. Lindsay en Cynical Theories el posmodernismo ha
evolucionado desde entonces con aportaciones autóctonas y la asunción inadvertida
de una serie de sesgos –notable para un movimiento tan preocupado por los
sesgos derivados de la identidad- . hasta que, finalizada la primera década del
s. XXI, sus tesis fundamentales se han convertido en dogmas. Por eso en su
versión actual el wokismo se entiende mejor como un movimiento religioso, con
inquisidores a la búsqueda de herejes y brujas. Jonathan Rauch en Kindly inquisitors por un lado, y
Jonathan Haidt y Greg Lukianoff en La
transformación de la mente moderna por otro han hecho un esfuerzo por
identificar algunos de los sesgos y planteamientos asumidos inadvertidamente
por el wokismo –le salen cuatro al primero y tres a los segundos-. Es
importante porque es francamente complicado razonar con sus adeptos. Y esto es
muy necesario porque no podemos olvidar que, tras la máscara de la defensa de
derechos de minorías, se oculta un movimiento fundamentalista y autoritario, capaz
de erosionar los valores de la democracia liberal.
Comentarios
Lo de vivir el triple de tiempo, o ser inmortal, no me gustaría, que he querido y sigo queriendo a muchos que ya no están, y viven en mi recuerdo. Y me parece mejor vivir en el recuerdo de mis hijos y de mis nietos, que seguir aquí, cada vez más vieja, más pesada, y más gagá, obligándoles a cuidarme y plegarse a mi vida, en vez de vivir la suya ( de ellos ).
Pero si con las modificaciones genéticas, se pudiera conseguir que a nadie se le picasen o se le torcieran los dientes, que todos fueran bellos, que fueran inteligentes, y sanos, y activos, sería estupendo. Aunque nos triplicasen los impuestos para pagarlo.
Lo malo es que, probablemente las modificaciones genéticas buenas serían muy caras, y estarían reservadas para la Nomenklatura...