
Durante el verano y otoño de 1940 la RAF se encargó de frustrar los planes de Hitler sobre Inglaterra, pero los de invadir Rusia se mantuvieron inalterables. Sus generales objetaron. A la dificultad de mantener una guerra en dos frentes, de desdichado recuerdo para los alemanes, volvía a unirse la escasez de materias primas. Las campañas de Polonia, Francia e Inglaterra habían dejado exhaustos los stocks de municiones y, una vez más, de carburante y goma. La magnitud de la empresa, adujeron los generales, requería acumular unas reservas colosales. Hitler escucho las razones, pero, anunció, la invasión tendría que tener lugar en primavera.
Así que el Ministerio de Economía se puso en contacto con IG Farben y, dada la alarmante escasez de caucho, comunicó a sus directivos que era imprescindible un incremento inmediato de la producción de Buna*. Tras unas horas de reunión, las partes acordaron que, para atender a los requerimientos del Ministerio, sería necesario emprender la construcción de dos nuevas plantas, que se añadirían a la de Schkopau, y que elevarían la producción de Buna hasta las 150.000 toneladas anuales. Esto posibilitaría afrontar con suficientes existencias la invasión de Rusia. En todo caso, la velocidad era imprescindible. La construcción de la primera planta comenzó de forma inmediata en Ludwigshafen, para operar conjuntamente con la planta de alta presión existente. La construcción de la segunda comenzaría en cuanto se encontrara un emplazamiento adecuado, y para ello se estaba considerando Noruega y la Silesia polaca.

IG designó a Otto Ambros, uno de los más talentosos químicos de la empresa, para inspeccionar Silesia. No sólo era uno de los mayores expertos en Buna de IG, sino que había desarrollado los principios teóricos que, con el tiempo, llevarían a la grabación y reproducción de sonido mediante cintas magnéticas. Ambros emprendió meticulosamente la tarea, examinó y descartó sucesivos emplazamientos, y finalmente se decidió por uno, junto a la población polaca de Oswiecim. El lugar escogido parecía especialmente adecuado para la instalación. Tres ríos convergían en él, lo que aseguraba el suministro ininterrumpido de agua. Las comunicaciones estaban garantizadas gracias a una vía férrea y una amplia y bien acondicionada carretera. Además, estaba situado junto a una mina de carbón. El emplazamiento tenía una ventaja adicional: las SS tenían pensado incrementar exponencialmente la capacidad de un campo de concentración situado en las inmediaciones. Esto proporcionaría una fuente inagotable de mano de obra.
De modo que Karl Krauch aceptó de todo corazón la propuesta de Ambros, y descartó cualquier otra posible opción en Noruega. Una vez que la localización fue formalmente aprobada por el Reich, se elevó al Consejo de Administración de IG, y el proyecto recibió su nombre definitivo, que era el que la población de Oswiecim recibía en alemán, y el mismo con el que se había bautizado el campo de prisioneros preexistente: IG Auschwitz.

Tecnológica y económicamente era razonable que las plantas de Buna se construyeran junto a las de hidrogenación, de modo que simultáneamente fue construida una capaz de producir 778.000 mensuales de carburante a partir de carbón. Ambros fue designado director de la planta de Buna, y para la de gasolina fue seleccionado Heinrich Bütefisch, que no sólo era una autoridad en el área del carburante sintético, sino que era miembro de las SS, donde ostentaba el título de teniente coronel, e integraba el círculo personal de amigos de Himmler.
Con la Wehrmacht a punto de lanzarse sobre Rusia, el proyecto IG Auschwitz parecía un regalo del cielo para la compañía. De modo que, en lugar de permitir que el gobierno alemán patrocinara la operación con fondos públicos, IG decidió financiar el proyecto con sus propios recursos: 900 millones de marcos (unos 250 millones de dólares), el mayor proyecto individual de la empresa. Ante la magnitud de la inversión, IG cuidó con mimo el proyecto. En febrero de 1941 solicitó a Himmler que proporcionara el personal necesario para la construcción de la planta. Se consideraba que los trabajadores del campo aportarían un rendimiento equivalente al 75% de un trabajador alemán libre. Serían así necesarios, según estimación de la compañía, entre 8.000 y 12.000 trabajadores, y Himmler impartió las instrucciones pertinentes. Para facilitar la comunicación, designó como interlocutor con la compañía a su jefe de staff, el general de las SS Karl Wolff. El 20 de marzo se reunieron Buetefisch y Wolff, y fijaron el coste de la mano de obra: 3 marcos al día por cada trabajador no cualificado, y 4 marcos por cada trabajador especializado. Obviamente el precio lo recibirían las SS, no los prisioneros. Wolff aseguró que el pago incluiría todos los costes, tales como transporte y manutención de los prisioneros. IG sólo tendría que aportar pequeños extras como tabaco. Una semana más tarde, miembros de IG sostuvieron una nueva reunión con Rudolf Hoess, comandante del campo de prisioneros de Auschwitz. Tras ella, Himmler aseguró la disponibilidad inmediata de 10.000 prisioneros. Ambros escribió entonces a Fritz Ter Meer: “nuestra amistad con las SS está demostrando ser muy provechosa”.

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* Caucho sintético desarrollado por IG. Ver IG Farben 5.
Imágenes:
1.- La planta de Buna en Auschwitz.
2.- Otto Ambros.
3- Himmler visita las obras de IG Auschwitz.
4.- Dibujo de la planta realizado por un prisionero de Auschwitz.
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