Las políticas concretas tienen impacto, obviamente en el mundo real: subordinar el sistema educativo a la ideología conseguirá malos resultados académicos; un contrato único podría reducir la temporalidad; acercar la tecnología a las empresas podría redundar en el aumento de la productividad… Y así todo.
Pero las políticas concretas tienen varios problemas: son
complicadas de diseñar e implantar –pueden interferir con intereses y lobbies-,
suelen producir efectos en un lapso de tiempo superior al ciclo político y no
son inmediatamente visibles para el electorado.
Las Políticas, entendidas como el diseño institucional de la
sociedad, tienen un impacto aún mayor en el mundo real: posiblemente no
disfrutaríamos hoy del oasis de la democracia liberal sin el ajuste fino diseñado
por Madison y Hamilton en e l federalista. Pero las Políticas son aún más
invisibles que las políticas, y sus efectos se dilatan aún más en el
tiempo.
Las características del político estándar son la necesidad
de marcar territorio para atraer electorado y el cortoplacismo. Si las
políticas y las Políticas no producen resultados visibles a corto plazo. ¿Qué
hacer? La solución inmediata es trasladarse del mundo real al Relato. En él lo
importante no son los resultados sino las emociones permanentemente excitadas.
De éstas, las más potentes son las tribales, parte destacada de nuestro bagaje
evolutivo. Lo más sencillo, por tanto, para el político estándar es enfocar el
asunto como una lucha a muerte entre buenos y malos –nosotros siempre somos los
buenos- y reducir el debate al lanzamiento de eslóganes. Las políticas y las
Políticas son sustituidas por el Relato favorecedor del hooliganismo.
El resultado es obvio: los políticos que obran así no se dedican
a crear problemas sino a exacerbarlos. Pero seguirán haciéndolo mientras los
ciudadanos no se lo penalicen.
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