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LA CULTURA DEL VICTIMISMO


Cuando el avión vuela con pocos pasajeros el personal de cabina los puede redistribuir para equilibrarlo. Eso ocurrió al profesor Derald Wing Sue, y se lo tomó muy mal: ¿por qué lo movían a él y no a esos ejecutivos que habían embarcado más tarde? Interpretó que había un tufillo racista en el asunto y que su condición de chino-americano había sido determinante en la elección de la azafata. Así nació el concepto «microagresión».

Pero ¿había existido una motivación racista? Tal vez a la azafata le resultaba irrelevante la ascendencia de Sue y se había limitado a proponer el cambio más sencillo. Desde su punto de vista –tras la bronca recibida- Sue era sencillamente un tocapelotas, atributo transversal a todas las razas. Porque ¿no había abusado de su posición de cliente como los que tratan groseramente a los camareros? ¿No podría ser que el microagresor fuera el propio Sue? El desarrollo y sofisticación del concepto permitiría responder a todas estas preguntas, aunque no siempre con sentido. En cuanto a si ella podía haber sido microagredida la respuesta es no y sí. No como azafata, puesto que sólo se tipifican como microagresiones los actos contra determinados colectivos –determinadas etnias sí; personal de vuelo no-. Respecto a su intención, resulta que era irrelevante: lo único importante era que Sue se había sentido microagredido. Sólo él como miembro de un colectivo microagredible estaba en condiciones de vislumbrar, a través de esos pequeños gestos, la estructura racista subyacente en la sociedad. En realidad cualquier microagresor tiene mala defensa: si niega la microagresión simplemente estará confirmando que no es más que un títere de esa oculta red de poder. Finalmente la azafata no era consciente de que sí estaba incluida en un colectivo microagredible, el de las mujeres. Pero no supo jugar adecuadamente sus cartas, que en todo caso habrían provocado un dilema de difícil solución porque los colectivos vulnerables a la microagresión nunca pueden ser microagresores. Al parecer un chino-americano no puede ser racista pero ¿puede ser machista, o la condición de víctima en una categoría impide la de victimario en otras? La cosa, como ven, se mueve en un terreno donde la supervivencia de la razón no está garantizada.

Y la cosa ha ido escalando desde el vuelo de Sue. En 2014 la Universidad de California redactó un documento incluyendo 52 posibles microagresiones como «¿De dónde eres?», «América es un crisol cultural», «América es la tierra de las oportunidades», «Sólo hay una raza, la raza humana» y «Creo que la persona más cualificada debería obtener el trabajo». Los campus universitarios han demostrado ser campos extraordinariamente fértiles, y ahora interactuar normalmente en ellos es como pasear por un campo de minas.

¿Por qué aplicar un término tan fuerte – agresión- a un hecho que se encuentra entre una falta de tacto del que lo ejecuta y un exceso de susceptibilidad del que lo padece? Primero porque trata de poner de manifiesto que, aunque parezcan actos irrelevantes, las microagresiones son síntomas de una violencia estructural que permea la sociedad. Esto es un dogma, y cualquier intento de desmontarlo encontrará enfrente pocos argumentos pero mucho rasgado de vestiduras. La exageración, el enfoque desaforado es esencial porque lo que se pretende en última instancia es plantear una enmienda a la totalidad al sistema: hay un desconchón en la pared, así que hay que derribar el edificio porque revela un fallo de estructura. La exageración y el alarmismo explican también otra dos costumbres, igualmente pintorescas, que se han desarrollado en paralelo a la microagresión: los «espacios seguros» y las «alertas de contenido» (trigger warning), que también buscan proteger a la gente de «de las palabras e ideas que los hacen sentir incómodos». A la comodidad debe subordinarse la libertad de opinión.

Pero además al calificar como agresión y violencia a hechos que normalmente deberían ser irrelevantes se pretende reclamar el status de víctima y concitar apoyos para organizar una cruzada moral contra los victimarios. ¿Y para qué? Los científicos sociales llaman «culturas de honor» a las sociedades en las que no existe un poder estatal efectivo y las personas deben cultivar cierta reputación de coraje o violencia para disuadir a terceros de arrebatarles su vida o pertenencias. En estas culturas se desarrolla una enorme susceptibilidad ante el insulto porque cualquier ofensa dejada sin respuesta puede ser interpretada como cobardía, lo que supone una pérdida inmediata de estatus y previsibles consecuencias físicas adversas. Cuando los estados se hacen más fuertes y son capaces de imponerse y proteger a sus ciudadanos es posible transitar a las pacíficas «culturas de dignidad», menos picajosas ante las ofensas, donde no se considera ignominioso acudir a otras instancias -como la ley- para obtener amparo, y donde se entiende que la dignidad es inherente a todas las personas. Pues bien los sociólogos Bradley Campbell y Jason Manning afirman que estamos en la transición hacia una nueva cultura moral: la «cultura del victimismo».

Normalmente cuando se habla de desigualdades se piensa en riqueza, pero el estar o no alineado con la moral dominante asigna lugares muy dispares en la pirámide social. En las culturas de honor la cúspide se reserva para los más fuertes; en la cultura del victimismo para los que acreditan la condición de víctima -ambas, por cierto, parecen mucho más preocupadas por el estatus moral que la cultura de la dignidad, que intenta navegar con menos ruido-. Pero la cultura del victimismo incorpora además elementos, y no los mejores, de las dos culturas previas. De la cultura de honor, la susceptibilidad extrema ante la ofensa. Y de la cultura de la dignidad el apelar a terceras instancias para solucionar los problemas. El problema es que las redes sociales han proporcionado un canal muy distinto del aséptico acceso a los tribunales, y ahora no son infrecuentes las muchedumbres de zelotes digitales portando antorchas: es lo que se ha llegado a llamar «victimismo matón» («crybully»). Quedémonos en todo caso con esta contradicción: la cultura del victimismo, que afirma combatir los privilegios, los reclama sin descanso por medio de cruzadas morales. Y con esta otra: la microagresión y la cultura del victimismo no se han desarrollado en los lugares de mayor marginación de Estados Unidos –digamos, los projects de Baltimore o las zonas mineras de Kentucky- sino en las muy elitistas universidades de la Ivy League.

Un último comentario. Si se trata de combatir la ansiedad la microagresión, los espacios seguros, los trigger warnings y la cultura de la victimización parecen ser los peores remedios posibles. Dicen Jonathan Haidt y Greg Lukianoff:

«El concepto de microagresiones y la atención que se les presta alientan muchas de las distorsiones cognitivas que los terapeutas cognitivos han identificado como causantes de depresión y ansiedad. Los terapeutas cognitivos conductuales tratan a los pacientes enseñándoles a identificar y corregir estas distorsiones cognitivas: la magnificación (exagerar la importancia de algo), la “lectura de la mente” (asumir sin evidencia que otros tienen malos pensamientos hacia uno), y el etiquetado (asignar a otras personas "rasgos negativos globales")»

Recordemos: los humanos somos antifrágiles, y nuestras defensas se crean precisamente por una cierta exposición al conflicto.

The Rise of Victimhood Culture. Bradley Campbell y Jason Manning.

Comentarios

Kepa Minondas ha dicho que…
Mejoras de entrada en entrada
Goethe ha dicho que…
Excelente este artículo.
Explica usted muy claramente uno de los fenómenos al que estamos asistiendo en la sociedad actual muy emparentado con el problema de las identidades, donde se busca reconociento de la identidad pero se olvida el reconocimiento de la identidad del otro. Parecido pasa con las lenguas, por ejemplo la catalana es víctima pero reconocer a la otra es algo que no les cabe en la cabeza.
Pr. Navarth, le agradezco los conceptos que utiliza en el artículo -microagresiones, victimismo matón etc que son muy útiles para entender y debatir sobre estos problemas. Yo que no puedo leer en inglés se lo agradezco doblemente.
Un saludo desde Alemania

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