Najib Razak fue, hasta mayo de 2018, primer ministro de Malasia. Era presidente del UMNO (United Malays National Organisation), principal partido de la coalición Barisan Nasional que gobernó Malasia desde su independencia en 1957 hasta, precisamente, mayo de 2018. La razón del cambio de régimen, el primero en la historia de Malasia, fue la corrupción.
Proveniente de una estirpe de gobernantes, Najib es hijo del segundo primer ministro –disculpen el trabalenguas- del país, y sobrino del tercero. Antes de serlo él ostentó sucesivamente las carteras de energía, telecomunicaciones, educación, finanzas y defensa. Musulmán, educado en Inglaterra, Najib es culto y habla bien. Aunque había prometido un gobierno más liberal la realidad acabó desmintiéndolo. Aprobó restricciones en la información, e incluso la posibilidad de ser detenido sin juicio, y en 2016 utilizó una ley antiterrorista para encarcelar discrepantes que pedían una reforma electoral. Según brotaban las sospechas de corrupción, los tics autoritarios se acentuaron: su principal opositor acabó ingresado en la cárcel acusado de sodomía, y ha sido rehabilitado por el nuevo primer ministro. Quizás en la caída de Najib tenga algo que ver su mujer, Rosmah. Y, también el hijo de esta, Aziz. Pero el principal protagonista sin duda es el, digamos, empresario malasio de etnia china Jho Low.
Todo empezó con la creación del fondo soberano 1MDB (1Malaysia Development Berhad). Creado a semejanza de otros fondos como el Mubadala de Abu Dabi, o el fondo de pensiones de Noruega. Pero a diferencia de estos, que invierten en la cartera los beneficios obtenidos del petróleo, el 1MDB se endeudaba emitiendo bonos. No está claro cómo Najib decidió confiar en el sonriente chino, pero el paso de Jho Low por 1MDB dejó un agujero de 7.000 millones de dólares. A cambio consiguió memorables juergas con supermodelos, influencers y gorrones diversos –para su 31 cumpleaños, en el que los invitados eran recibidos por Umpa Lumpas tocando tambores, contrató a Britney Spears para que emergiera de una tarta-, un yate de 260 millones de dólares, pisos por valor de decenas de millones adicionales en Beverly Hills y Manhattan, un jet privado, y una deuda de 85 millones de dólares en Las Vegas. Las fotos de las fiestas de Jho Low recuerdan a El lobo de Wall Street, y la coincidencia no es casual: el fondo soberano 1MDB financió la película a través de la productora Red Granite Pictures, propiedad del hijastro de Najib. También financió la segunda parte de Dos tontos muy tontos: en total, unos 100 millones de dólares.
Como 1MDB se expresaba en dólares el FBI pudo intervenir, y aún está intentando desentrañar la madeja financiera creada por el juerguista malasio. De momento, Goldman Sachs, que ayudó a colocar bonos del sospechoso fondo, se vio obligada a disculparse y buscar cabezas de turco. Por su parte la modelo Miranda Kerr tuvo que devolver joyas por valor de 7 millones –aunque se quedó un piano transparente de metacrilato-, y Leonardo DiCaprio un cuadro de Picasso y una birria de Basquiat. Todos ellos regalos del espléndido Jho Low.
Cuando el escándalo se desató sobre Najib tomó las medidas oportunas: intervino la agencia anticorrupción, arrestó a cuatro de sus miembros, cesó al fiscal general, al viceministro y a cuatro ministros e impuso severas restricciones a la prensa. El desenlace fue también digno de Hollywood: a sus 93 años Mahathir Mohamad, predecesor y mentor de Najib, se presentó a las elecciones, las ganó y terminó simultáneamente con el régimen y la impunidad del Najib, que un par de meses más tarde era arrestado. En los registros practicados en sus viviendas la policía encontró 1.400 collares, 567 bolsos, 423 relojes 2.200 anillos 1.00 broches y 14 tiaras. De momento las explicaciones dadas -«a Rosmah le encanta comprar, como a todas las mujeres, pero a veces va de rebajas», «es sorprendente la cantidad de cosas que uno llega a acumular con el tiempo»- no son excesivamente convincentes. El valor de lo incautado ascendía a 273 millones de dólares, incluidos 29 en efectivo. En sus cuentas aparecieron 730 millones más, poco justificables por su sueldo público. Según Najib, provenían de obsequios de dignatarios y magnates mundiales, algo que, según dice, no es ilegal en Malasia –nota para todos los gobiernos del mundo: establezcan en sus códigos éticos que el valor máximo de los obsequios que se pueden recibir es igual a cero-.
Ahora mismo espera juicio, donde tendrá que responder de 40 cargos por corrupción, malversación y abuso de poder. Él se ha declarado inocente y lo ha proclamado incluso cantando una balada ante un público de malayos, la etnia mayoritaria del país a la que había convertido en red clientelar. Aunque los receptores de sus dádivas lo siguen defendiendo –todos los políticos roban y tal- el enfado es ahora bastante generalizado. Entre otras cosas porque, para atender a los vencimientos de los bonos emitidos por 1MDB Najib se pulió un fondo en que garantizaba el preceptivo viaje de los musulmanes a La Meca. En fin, que pueden verlo aquí:
Dirty Money: The man at the top. Netflix
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