En 1906 Prat de la Riba condensa su pensamiento en lo que Eugeni D’Ors calificará como “el libro de cabecera de Cataluña”: La nacionalidad catalana.
La obra comienza con una descripción lírica del ciclo vital de las estaciones: el invierno despoja a los árboles de sus hojas dejándolos desnudos y como muertos bajo el frío, pero la primavera se encarga de desmentir esa aparente muerte devolviéndoles el follaje en el que luego cantan los pajaritos y todo eso. Pues bien, el invierno catalán ya había comenzado antes de 1714:
“Se mantenían todavía en pie, esperando la hora próxima en que los hacheros de Felipe V las hicieran leña, las instituciones políticas de Cataluña”.
Pero Prat reconoce que la cultura catalana -para ser exactos, lo que él entiende por cultura catalana- llevaba tiempo en baja forma:
“Boscán escribe en castellano sus composiciones poéticas; Pujades publica en castellano su Crónica, que había comenzado en lengua catalana; en castellano escribe sus Anales Feliu de la Peña; en castellano componen los galanteadores sonetos y madrigales a las damas en las reuniones de la nobleza provinciana. (...) Cuando en 1714 cayó el último baluarte de las libertades políticas, ya la intelectualidad catalana había adoptado el castellano por lengua vulgar de la cultura”.
Para ser un invierno era realmente largo: con Boscán nos estamos remontando a los Reyes Católicos. Afortunadamente “en el corazón mismo de ese invierno comenzó la vida nueva”. Y del mismo modo en que “fecunda la semilla sepultada en sus entrañas, la tierra fecundó el espíritu catalán que el mal tiempo refugió en ella”. En principio la primavera se manifestó tímidamente en los primeros Juegos Florales, una fase que deplora Prat:
”No existe todavía conciencia de una diferenciación fundamental: las diferencias son detalles, son excepciones, fueros o privilegios más o menos disculpados o excusados. Nuestros clásicos son los clásicos castellanos, la lengua castellana es nuestra lengua, nuestra historia es la historia de España (...) los grandes hombres y las grandes obras de la civilización castellana, nuestros grandes hombres y nuestras grandes obras”.
Pero afortunadamente -para Prat- esa etapa blandengue pasa y los verdaderos brotes catalanistas cobran fuerza:
”Y viene, entonces, un gran pensador [1] y nos enseña que Cataluña no solamente tiene una lengua, un derecho, un espíritu y un carácter nacionales, sino que tiene también un pensamiento nacional”.
”Nosotros no dudábamos, no. Nosotros veíamos el espíritu nacional, el carácter nacional, el pensamiento nacional; veíamos el derecho, veíamos la lengua; y de lengua, derecho y organismo, de pensamiento, carácter y espíritu nacionales sacábamos la nación, es decir, una sociedad de gentes que hablan una lengua propia y tienen un mismo espíritu”.
”La sociedad que da a los hombres todos estos elementos de cultura, que los liga y forma con todos una unidad superior, un ser colectivo informado por un mismo espíritu, esta sociedad natural es la NACIONALIDAD”.
En los párrafos precedentes es visible el virus. Prat ha decidido que existe algo vivo, orgánico, que es la nación catalana, y que ésta tiene un “pensamiento, carácter y espíritu nacionales”. Prat lo cuenta como si no estuviera inventando nada: se está limitando a describir científicamente a la nación, que es un organismo de la naturaleza -¿y quiénes somos nosotros para discutir con la naturaleza?- al que la persona está inexorablemente vinculada:
“su espíritu individual queda soldado para siempre con el alma colectiva, y por siempre también, al lado de la vida propia de la individualidad, vivirá como los pólipos del coral la vida compleja y rica de la comunidad”.
El ciudadano ha quedado así reducido a humilde pólipo del coral nacional. Y los nacionalistas, como quien no quiere la cosa, de manera natural, se han reservado la poderosa facultad de definir -científicamente, por supuesto- el coral al que deben adherirse, y de descontar a los que no quieren ser sus pólipos.
Valentí Almirall había defendido el particularismo como un intento de defender la diversidad, y con ella la libertad, frente a la uniformidad asfixiante del centralismo. En Prat de la Riba esta preocupación desaparece por completo:
”Una Cataluña libre podría ser uniformista, centralizadora, democrática, absolutista, librepensadora, unitaria, federal, individualista, estatista, autonomista, imperialista, sin dejar de ser catalana. Son problemas interiores que se resuelven en la conciencia y en la voluntad del pueblo, como sus equivalentes se resuelven en el alma del hombre, sin que hombre ni pueblo dejen de ser el mismo hombre y el mismo pueblo por el hecho de atravesar esos estados diferentes”.
Lo único importante es ser catalán -para ser exactos, ser nacionalista catalán-: la libertad y la diversidad son asuntos secundarios que el alma catalana decidirá como mejor le convenga. En realidad una vez definida la nación catalana la unanimidad es una consecuencia inevitable. Establecida esa “sociedad de gentes que hablan una lengua propia y tienen un mismo espíritu que se manifiesta uno y característico”, todo aquel que se desvíe de la uniformidad será algo aberrante, algo monstruoso. Aquellos que no participen del “espíritu nacional” -aquéllos, por ejemplo, a los que no interese en exceso la “milenaria barretina”- en el mejor de los casos no serán tenidos en cuenta, ni siquiera aunque constituyan una mayoría en la población. La creencia en el pueblo catalán se antepone a todo lo demás, y el nacionalista desarrolla así una peculiar visión que le impide reconocer la existencia de todos aquellos que no encajan en sus estereotipos. Se manifiesta así una primera paradoja: el nacionalismo, que aspira al reconocimiento de su diversidad frente al exterior, no está capacitado para reconocerla en su interior. La nacionalidad se convierte así en una especie de fatalismo, ante el que la capacidad de decisión de la persona se evapora.
No parece, por tanto que la máxima preocupación del político nacionalista Prat sea la consecución del mejor sistema político, sino el triunfo del nacionalismo. En el binomio político-nacionalista, el segundo término pesa mucho más que el primero, y para que no queden dudas lo remacha:
”No es cuestión de buen gobierno ni de administración; no es cuestión de libertad ni de igualdad; no es cuestión de progreso ni de tradición: es cuestión de patria”.
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Como decimos la fase de “descubrimiento” de la identidad catalana siguió a la tímida primera fase de la primavera nacionalista, pero quedaba la tercera:
”Había que acabar de una vez con esa monstruosa bifurcación de nuestra alma, había que saber que éramos catalanes y que no éramos más que catalanes, sentir lo que no éramos para saber claramente, hondamente, lo que éramos, lo que era Cataluña. Esta obra, esta segunda fase del proceso de nacionalización catalana, no la hizo el amor como la primera, sino el odio”.
Porque toda identidad se construye frente a los otros, levantando muros para diferenciares y protegerse de los de fuera. Y previamente hay que convertir a estos en algo odioso para que se entienda la necesidad de amurallarse. Una vez definida la nación ésta reclama, naturalmente, un estado:
”La tendencia de cada nación a tener un Estado propio que traduzca su criterio, su sentimiento, su voluntad colectiva; la anormalidad morbosa de vivir sujeta al Estado, organizado, inspirado, dirigido por otra Nación; el derecho de cada Nación a constituirse en Estado (...) todo brotaba naturalmente”.
En efecto, todo brota naturalmente en el pensamiento nacionalista. ¿Quién decide en Cataluña? La nación catalana ¿Y quiénes la componen? Los que hablan catalán y comparten el espíritu nacional. ¿Y quiénes definen -perdón, descubren “científicamente”- esa nación catalana? Los nacionalistas. La masa compra fácilmente la mercancía, que le resulta emocionalmente atractiva e intelectualmente asequible -porque es “natural”-, y la élite nacionalista se convierte en gestora de la identidad obteniendo de ello su poder. De este modo, con total naturalidad, el virus va extendiéndose.
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¿Y cómo han nacido estas identidades? ¿Cuál es su fuente? No es la tierra, aunque es importante:
”La tierra de los padres que guarda los despojos de nuestros muertos y guardará los nuestros y los de nuestros hijos, es la tierra viva de las generaciones, es la ubre nunca seca que nutrirá a las generaciones venideras como ha nutrido a las pasadas [2]”.
Tampoco es exactamente la raza, aunque es importante:
”Y es que el hombre nace miembro de una raza, recibe la herencia y los caracteres que un trabajo de siglos ha acumulado. No es cera blanda que espera el molde, sino metal ya forjado que resiste la presión de los agentes naturales. La raza, pues, es otro elemento importantísimo. Ser de una raza quiere decir tanto como tener el cráneo más o menos largo o amplio, alto o achatado, poseer un ángulo encefálico más grande o más pequeño, ser de complexión orgánica fuerte débil, ágil o pesada, delicada o grosera, estar inclinado a tales pasiones o vicios o a tales cualidades o virtudes”.
Y no es exactamente la lengua o el derecho, aunque son importantes. Es una suma misteriosa de todos esos elementos:
”Los pueblos (...) son principios espirituales. En vano se querrá dar de ellos una explicación geográfica, etnográfica o filológica. El ser y esencia del pueblo están, no en las razas ni en las lenguas, sino en las almas. La nacionalidad es, pues, un Volkgeist, un espíritu social y público”.
Y con total tranquilidad Prat concluye:
”La idea de la nacionalidad viene a ser la flor de toda esta elaboración científica”.
En cualquier caso, como el espíritu es algo difícil de distinguir a simple vista -excepto para los nacionalistas- será la lengua el factor que más obviamente sirva para construir la nacionalidad catalana.
Prat define así el poder dinámico del espíritu:
”El pueblo es, pues, un principio espiritual, una unidad fundamental de los espíritus, una especie de ambiente moral, que se apodera de los hombres y los penetra, y los moldea y los trabaja desde que nacen hasta que mueren. Poned bajo la acción del espíritu nacional gente extraña, gentes de otras naciones y razas, y veréis como suavemente, poco a poco, va revistiéndolas de ligeras pero sucesivas capas de barniz nacional, va modificando sus maneras, sus instintos, sus aficiones, infunde ideas nuevas en su inteligencia y hasta llega a torcer poco o mucho sus sentimientos”.
Por esas fechas el político siciliano Gaetano Mosca ha descrito este fenómeno por el cuál la persona va asumiendo la identidad colectiva sin apelar a misteriosos espíritus: lo ha denominado mimesis [3]. En cualquier caso Prat de la Riba añade una pista fundamental: “y si en vez de hombres ya hechos, le dais niños recién nacidos, la asimilación será radical y perfecta”. En efecto, en adelante los nacionalistas se afanarán por apropiarse de la educación con el fin de formar el espíritu nacional.
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En el capítulo VII de La nacionalidad catalana Prat comete la imprudencia de abandonar las generalidades para adentrarse por el camino concreto de la formación de la nación catalana. Así averiguamos que su embrión es la “etnos ibérica”.
“Cuando el viajante fenicio que copió Avienus [4] recorría 500 años antes de J.C. las costas del mar sardo, se encontró allí la etnos ibérica, la nacionalidad ibérica extendida desde Murcia al Ródano; es decir desde la gente libo-fenicia de la Andalucía oriental hasta los ligurios de la Provenza. Aquellas gentes son nuestros antepasados, aquella etnos ibérica el primer anillo que la historia nos deja ver de la cadena de generaciones que han forjado el alma catalana.”
La etnos ibérica vivía feliz dedicada a sus asuntos, pero enseguida empezaron los vecinos a dar la lata:
”Por la parte del mediodía, las tribus fugitivas de Tartesia habían invadido también la tierra ibera estableciéndose en la Edetania, la moderna Valencia, donde las vio Herodoto”.
Los tartesios, por tanto, pueden ser considerados los primeros colonos andaluces. Pero también importunaban lo suyo los ligurios, gaélicos, griegos y fenicios, aunque la etnos ibérica aguantaba el tirón. Pero un mal día, ¡ay! hicieron su aparición las potencias imperialistas:
”Un día la tierra catalana se estremeció toda sintiendo pasar todo el poder de Cartago hacia Italia, y aún no se había repuesto de la impresión de ese espectáculo cuando desembarcaron en su costa los primeros legionarios de Roma. Al cabo de tres siglos la etnos ibérica había desaparecido, como casi todas las de la Europa occidental, entre los pliegues de la civilización romana. Un trozo lo habían unido a la Hispania, el otro a la Galia”.
Ahí está la proto Cataluña desmembrada. Pero todo el poder romano no consiguió aplastar la cultura etnos ibérica, que volvió a renacer con pujanza en cuanto Roma se vino abajo:
”Pero bajo el peso de la dominación romana el espíritu de las viejas nacionalidades latía con fuerza. La unidad romana sólo existía por encima: por dentro, la variedad de los pueblos perduraba como siempre. La civilización y el imperio de Roma habían tapado las almas de las naciones dominadas, pero no habían podido ahogarlas (…) y un día cuando ya el poder político de Roma había saltado hecho pedazos, salieron a la luz de la historia los viejos pueblos soterrados, cada uno hablando su lengua, y la vieja etnos ibérica, la primera, hizo resonar los acentos de la lengua catalana desde Murcia a la Provenza, desde el Mediterráneo al mar de Aquitania [5]. Ligurios, gaélicos y tartesios, griegos y fenicios, cartagineses y romanos, no habían hecho retroceder un solo palmo de tierra a nuestro pueblo. Las fronteras de la lengua catalana eran las mismas que señaló a la etnos ibérica el más antiguo de los exploradores historiográficos. Ese hecho, esa transformación de la civilización latina en civilización catalana, es un hecho que por sí solo, sin necesidad de ningún otro, demuestra la existencia del espíritu nacional catalán [6]”.
El relato de Prat es singular. En los albores de la historia, y por medios no especificados, nace y se consolida la etnos ibérico-catalana, y a partir de ese momento se muestra impermeable a todas las aportaciones culturales foráneas, incluidas aquellas que, a simple vista, parecen superiores a la propia. En cualquier caso tal vez convendría avanzar un poco más atrás en la investigación histórica, porque ¿no podría ser que la etnos ibérico-catalana hubiera sido, a su vez, un poder imperialista, un poder unificador que aplastara el alma de los pueblos preexistentes? En ese caso ¿no sería mejor abandonarla y volver directamente a éstos, a los, digamos, layetanos, o edetanos, o galos?
En cualquier caso la etnos ibérico-catalana acabó convertida en una única nación repartida entre dos estados. En realidad, según Prat, una nación puede tener más de un estado; lo malo es cuando un estado abarca más de una nación:
”Tan griego era el estado de Atenas como el de Esparta, tan catalán el Condado de Barcelona. Una sola nacionalidad era substractum (sic) de estos Estados: no contenían toda la nación, pero no contenían tampoco naciones diferentes: la sociedad que estos Estados dirigían era una sociedad homogénea. Con el Estado-Imperio no. El Estado-Imperio es integrado casi siempre por dos o más nacionalidades, la sociedad es heterogénea; si sólo un Estado lo dirige viene a ser, fatalmente, Estado de una sola nacionalidad, y entonces comienza una dominación: la de la nacionalidad favorecida sobre las demás”.
Si está hablando de la Grecia clásica la comparación no es afortunada porque, a grandes rasgos, Atenas era jónica, mientras que Esparta era dórica. Los jonios eran uno de los tres pueblos -los otros dos eran los eolios y los aqueos-, tal vez emparentados con los celtas, que en los siglos XIV y XIII a.C. descendieron desde el Danubio sobre Grecia, la conquistaron gracias a sus armas de hierro, y se mezclaron con los pelasgos [7], la población local -que sólo tenía armas de bronce-, manteniéndose como élite dirigente. Los dorios eran un pueblo distinto, posiblemente emparentados con pueblos germánicos [8], que invadió Grecia hacia el año 1100 a.C. porque tenía armas aún mejores. Todos ellos acabaron, eso sí, hablando griego, y es correcto considerarlos griegos. Pero no debe olvidarse que constituían una mezcla heterogénea: exactamente igual ocurre con los catalanes. Las sociedades son dinámicas, y se van formando -y deshaciendo- por aportaciones diversas: es absurdo buscar un pueblo inalterable en el tiempo, congelado. La búsqueda de las esencias identitarias suele bordear -por dentro- el terreno del ridículo, y por eso algunos estudiosos han animado a considerar la falta del sentido del ridículo como un síntoma de la presencia del virus nacionalista [9].
Notas:
[1] Se refiere al obispo Josep Torras y Bages, autor de La tradició catalana (1892), un “estudio del valor ético y racional del regionalismo catalán”. Su lema más conocido es “Cataluña será cristiana o no será”, esculpido en la portada de la abadía de Monserrat. Por alguna razón el clero suele ser especialmente sensible al virus nacionalista, y hay quien dice que con el tiempo este lema ha devenido en “la Iglesia en Cataluña será catalanista o no será”.
[2] De hecho para Prat “la entrada de gente payesa en la vida pública catalana hizo empezar el renacimiento” catalán. La explicación está para Prat en que los payeses, por su relación con la tierra, han mantenido telúricamente un contacto mucho más estrecho con la decaída nación catalana, por lo que les ha resultado más sencillo revivirla.
[3] Posteriormente, ya en el siglo XXI, el filósofo Benjamingrullo perfilará el concepto y lo rebautizará como “pertenencia”.
[4] Rufo Festo Avieno, poeta latino de Bolsena del siglo IV d.C. Es autor de la Ora marítima, una obra dedicada a su amigo Probo en la que describe las costas del mar Mediterráneo y del Atlántico hasta Bretaña, así como los pueblos que las habitan. Según algunos la Ora marítima se basa en el relato previo de un marinero griego del siglo VI a.C., y según otros de uno fenicio del siglo VII a.C., y de ahí lo del “viajante que copió Avienus” que dice Prat. Con frecuencia la precisión del relato de Avieno es limitada. Por ejemplo, para situar Calpe se limita a decir que está “a la derecha de las columnas de Hércules” (el estrecho de Gibraltar). En cualquier caso se trata de una descripción predominantemente náutica, en la que resulta francamente complicado rastrear el origen de la nación catalana o de cualquier otra.
[5] Dice Prat: ”La unidad de la cultura se manifestó de una manera esplendorosa. La poesía de los trovadores (…) fue un bello florecer del espíritu de un gran pueblo; los sonidos de aquella lengua artificiosa, hecha con motz triatz entre los diferentes dialectos de nuestro idioma nacional, se hicieron oír en todas las cortes del Occidente y del Mediodía y despertaron la inspiración poética en el alma de todas las naciones que los escucharon”. Y es curiosa esta afición de los nacionalistas a apropiarse de los méritos de la poesía de los trovadores. De manera aún más sorprendente que en el caso de Prat, Federico Krutwig también afirmara que ésta es un invento vasco.
[6] Prat concede una importancia tremenda al relato de Avienus, “el más antiguo de los historiadores historiográficos”, y cree que la reaparición de la etnos ibérica y la lengua catalana tras la caída de Roma es “un hecho que por sí solo, sin necesidad de ningún otro, demuestra la existencia del espíritu nacional catalán”. Pues bien, este es el momento de aclarar que, tristemente, ni Avienus ni el marino que lo precedió hacen la menor mención a una unidad étnica o lingüística de los pueblos que habitaban entre Murcia y Liguria. La etnos ibérica es una invención de Prat. De todas maneras es difícil que en Cataluña lleguen a darse cuenta, porque la inmersión ha transformado a Avieno en Avié y así no hay quien lo encuentre en internet.
[7] Así pues ¿por qué no defender el nacionalismo pelasgo y considerar al griego un invasor? Los nacionalistas presentan sus identidades como hechos inmutables, como fatalidades irresistibles e indiscutibles, pero eso es únicamente porque son ellos los gestores de la identidad. Así deciden a su antojo cuando se ha formado, ignoran si les conviene las conquistas, y obvian las aportaciones culturales que no convengan a su visión.
[8] Dice Indro Montanelli de los dorios: “Eran altos, de cráneo redondo y ojos azules, de un valor y una ignorancia a toda prueba. Se trataba, ciertamente, de una raza nórdica”.
[9] Así entre otros el profesor Navarth de la Universidad de Miskatonic (Arkham).
Imágenes: 1) Prat de la Riba. 2) Emblema de los primeros Juegos Florales de 1859; 3) Prat de la Riba de nuevo; 4) La etnos ibérica antes de descubrir el seny; 5) El imperialista Escipión Africano tras su contacto con la etnos ibérico-catalana.
Comentarios
Sigue siendo muy divertido.
Muchas gracias.
Aunque Prat de la Riva me parecen más cursis que "la niña de la estación".
Que lo de "España como Unidad de Destino en lo Universal", de cuando yo era joven, al lado de estas cursilompieces pueblerinas , parece algo. Y es que, además, los que cantaban el " Cara al Sol", y decían esas cosas, habían ganado una guerra...( aunque muchos de los que la habían ganado oficialmente, eran en realidad los que más habían perdido )
Ya siento
La Construcción de la Nación Catalana: El Proceso de Prat
Es curioso este eterno retorno de la "formación del espíritu nacional" (FEN). Los que ya tenemos dos tercios de la cifra de la bestia en la edad (66) ya vivimos un largo intento de indoctrinación fracasada con ese método: de mi clase de 46 compañeros en los años 60 no salió ningún falangista... Podemos esperar que al final de esta generación indoctrinada por la FEN catalonia tampoco queden más nacionalistas que los beneficiados por las sinecuras de CiU y ERC, que no habrán de ser muchos con las inevitables limitaciones presupuestarias.
Muchas gracias, D. Navarth.
En casi todas las guerras de una cierta envergadura siempre hay un movimiento de fronteras. En el caso de la guerra de la independencia contra las franceses no hubo ningún atisbo para separarse de España por parte de Cataluña a pesar que esa guerra fue el desencadenante de los procesos de independencia de los territorios americanos. El sentimiento de nación milenaria de Cataluña todavía no estaba arraigado en 1808, es más, en Cataluña lucharon para que viniese a reinar un rey Borbón...
Luigi, si yo tuviera su capacidad para la síntesis no tendría que escribir estos rollos. Buenísimo.
Sea muy bienvenido D. Iñigo Valverde, y gracias. Sí, sí estas pamplinas si no se mantienen con esfuerzo (y mucho dinero) tienden a evaporarse. De hecho posiblemente existe una correlación entre la pervivencia (y auge) del nacionalismo y la cantidad e fondos públicos despilfarrados en él.
Qué alegría verla por aquí, Dª Chantal. Muy buena observación: los catalanes no manifestaron ningún deseo de independizarse cuando España estaba más debilitada frente a Napoleón. Y para colmo, es verdad, luchaban por un Borbón. Esto nos confirma una vez más que los nacionalismos milenarios se crean en un momento. Recuerdos a su señor padre Jacques.
Los nacionalismos se tocan: Prat de ¡lArriba Catalunya!
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Pues, por lo que a mí se refiere, Navarth, espero que siga escribiendo estos rollos tan amenos e instructivos.
Espero que el Eximio Profesor Navarth de Miskatonic haya conseguido una fórmula magistral que nos pueda pasar a todos, para evitar quedar impregnados de moho verdoso y viscoso, cercano a su universidad, y su correspondiente "perfume", y que con su ayuda podamos aventurarnos de nuevo en el "ambiente alegre , desenfadado, optimista y democrático" de
Lovecraft ... ( ¿ a que creía que iba a referirme a cadenas humano- vacunas y esas cosas ? )
Volver (¡por fin!) a ellas me ha producido doble placer: el de su lectura, y la coincidencia de estar preparando yo una reflexión sobre otra 'comunidad imaginada' española: la vasca. Si algo sale, a nadie extrañe encontrar allí reminiscencias de este trabajo.
Nacionalismos catalán y vasco se han guardado un distanciamiento de fachada, sin dejar de mirarse de reojo, pues al fin todo va de lo mismo. Tampoco hay que olvidar que el 'patriota insufrible' por antonomasia, Sabino Arana, se inició políticamente en Barcelona, donde vivió en 1883-88, años de incubación catalanista. Todo su énfasis de boquilla sobre una supuesta diferencia abismal entre su Euskeria y Cataluña es poco convincente y no tapa el complejo de inferioridad de un sujeto, por lo demás, orgulloso y picado de adanismo.
De todo este discurso que lleva publicado, amigo Navarth, se me ha clavado de modo especial la observación que hace al principio del estudio, en el artículo anterior:
"Curiosamente la primera Base no se refiere a la organización política de Cataluña, sino a cómo debe organizarse el poder central para satisfacer los gustos de ésta".
Curiosamente también, lo mismo que hicieron los nacionalismos periféricos en el diseño de la España actual. Eso sí, con la colaboración necesaria de una izquierda española añorante del federalismo republicano y, en el fondo de su alma, admiradora inconfesa del cantonalismo.