
El ataque con gases tóxicos reveló a los aliados la ventaja militar que proporcionaba a Alemania su monopolio mundial en la industria de colorantes. De acuerdo con las exigencias de la nueva guerra química, un país sin tal industria era vulnerable a sus enemigos, una situación intolerable que cada uno intento solucionar por su cuenta. En Estados Unidos la empresa Du Pont, la principal proveedora de pólvora y explosivos, respondió a la llamada de su gobierno y, comenzó a adquirir patentes y know-how a través de una empresa inglesa del sector. Más importante aún, Du Pont contrató a un ejecutivo que trabajaba en una filial norteamericana de BASF, para enorme enfado de Carl Bosch, que, a pesar de que el ejecutivo en cuestión era norteamericano, lo consideró una absoluta traición.
En mayo de 1915 Bosch anunció que había conseguido completar satisfactoriamente el proceso de producción industrial de nitrato sintético, y Alemania dejó de depender de Chile. Inmediatamente Bosch comenzó a presionar al Ministerio para que subvencionara la expansión de la capacidad productiva de BASF, y para ello contó con la inestimable colaboración de Hermann Schmitz, un joven oficial de la

Oficina de Materias Primas. De este modo consiguió que el gobierno financiara la construcción de una gigantesca planta Haber-Bosch de producción de nitratos en Leuna, en Alemania Central. Fue el comienzo de una fructífera colaboración entre Bosch y Schmitz.
En julio de 1916 la batalla del Somme despertó en los alemanes serias dudas sobre sus posibilidades de victoria. Carl Duisberg, que además observaba con preocupación el crecimiento de la competencia internacional, se reunió con representantes del sector con el fin de formalizar un acuerdo de cooperación permanente entre las principales empresas alemanas. En julio las Tres Grandes, BASF, Bayer y Hoechst, se unieron a AGFA, Kalle, Cassella, Ter Meer y Grisham y formaron la I. G. der Deutschen Teerfarbenindustrie*.

La batalla del Somme supuso, además, la sustitución de Falkenhayn por el Mariscal de Campo Paul von Hindenburg, que nombró a Erich von Ludendorff como su segundo. Este nombramiento fue bien recibido por el mundo industrial, pues Ludendorff era considerado favorable a sus intereses. Efectivamente, tres días después de su nombramiento Hindenburg decretó un incremento de la producción militar, triplicando la de armamento ligero y pesado y doblando la de municiones (una decisión extraña, a no ser que tuvieran intención de que el número de disparos se redujese en un tercio). También suponía un considerable incremento de la producción de gas venenoso y, en general, de armamento químico. En septiembre Hindenburg y Ludendorff recibieron a Duisberg y a Gustav Krupp, de la industria del acero, para que le manifestaran sus impresiones sobre el nuevo programa armamentístico. Ambos entonces le expusieron al unísono que la industria estaba aquejada de una grave falta de mano de obra. Como consecuencia de esta reunión dos meses más tarde, en noviembre de 1916, el ejército alemán comenzó la deportación forzada de trabajadores belgas a las fábricas alemanas. La prensa internacional recogió el relato: grupos de obreros conducidos como ganado a los trenes que los llevarían a Alemania, entre muestras de desesperación de sus familiares. Incluso el gobierno de Estados Unidos, todavía neutral, dirigió una nota formal de protesta al gobierno alemán, que fue puntualmente ignorada. En total, unos 60.0000 belgas fueron enviados a Alemania para trabajar en situación de virtual esclavitud.
Pero nuevos problemas de suministro comenzaban a asaltar a Alemania. Su fuente más cercana de combustible se encontraba en los campos petrolíferos de Rumania, que había permanecido neutral. En agosto de 1916, viendo la creciente debilidad de las Potencias Centrales, Rumania decidió entrar en guerra. Los rumanos ambicionaban una serie de territorios vecinos, y consideraron que había llegado el momento de alinearse con los vencedores y disfrutar del reparto que seguiría al fin de la guerra. La decisión resultó ser precipitada. Tres meses más tarde los alemanes y húngaros habían invadido la mitad del país, y a lo largo del siguiente invierno 300.000 rumanos murieron de hambre y enfermedades. Pero cuando los alemanes llegaron a los codiciados campos de petróleo, se encontraron con que ya habían sido volados por los aliados.
Había, sin embargo, experimentos en marcha para encontrar sustitutivos sintéticos del petróleo. El más prometedor intentaba conseguir una gasolina sintética a través de carbón e hidrógeno. Este proceso, inventado en 1909 por Friedrich Bergius y conocido como hidrogenación, combinaba altas presiones y temperaturas al modo Haber-Bosch. De manera análoga a lo ocurrido en el desarrollo del proceso Haber-Bosch, en 1916 quedaba el problema de llevarlo a la producción a gran escala.
También existían serios problemas de escasez de goma, y Alemania recurrió a medidas extraordinarias para eludir el bloqueo inglés. Por ejemplo, en dos ocasiones el submarino Deutschland había conseguido romper el bloqueo y traer sendas cargas de goma de puertos de los Estados Unidos, recibidas a cambio de materiales de la industria de colorantes y medicamentos como Salvarsan y Novocaína. Ante la escasez, Bayer y BASF se lanzaron a la búsqueda de un sustitutivo de la goma. Pero, si bien consiguieron una goma sintética, no era lo suficientemente flexible para ser utilizada en la fabricación de neumáticos, que era para lo que se requería con mayor urgencia, y su uso se limitó a equipamientos eléctricos, tales como baterías y magnetos.
En abril de 1917 los Estados Unidos entraron en guerra. Esto, sumado al bloqueo fue demasiado para Alemania. El 11 de noviembre de 1918 firmó el armisticio.
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* Nota de Brunilda: Teer significa brea, y Farben colores. Así, el nombre podría traducirse como Comunidad de Intereses de la industria alemana de los colores de la brea. Es normal, puesto que los colorantes se obtenían a partir de la anilina, que a su vez se extraía del alquitrán de hulla o brea.
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