Ayer Ruíz-Soroa publicó un excelente artículo en El Correo. Comparto punto por punto lo que en él se dice, pero añadiría dos cosas.
En primer lugar, que el artículo contempla los efectos de la imposición lingüística desde el punto de vista interno de cada una de la comunidades afectadas, pero si se contempla desde la perspectiva de España en su conjunto el efecto es mucho más grave. La obligación de conocer la lengua autóctona crea una barrera que se encarga de blindar y proporcionar a los que conocen dicha lengua una ventaja competitiva artificial, dentro de los límites de la comunidad respectiva, frente a los que sólo conocen la lengua común, lo que acabará impidiendo la circulación de personas entre distintas comunidades. En realidad, la barrera es impermeable únicamente hacia uno de los lados, como el gore-tex, ya que los nativos de comunidades con dos lenguas no tendrán la menor dificultad en acceder a las comunidades en los que sólo existe la lengua común. En cualquier caso esto, si no se remedia, acabará convirtiendo España en un conjunto de compartimentos estancos (o impermeables de gore-tex) que provocara que la desintegración se termine por ver como la alternativa natural.
En segundo lugar, existe otro efecto menos tangible pero quizás aún más pernicioso. Puesto que los gobiernos periféricos tienen la capacidad de imponer nada menos que el aprendizaje de una lengua y de premiar a los que se portan bien y pasan por el aro, se producirá un efecto de domesticación de la sociedad, premiando a los dóciles y apartando a los rebeldes, que la irá convirtiendo en un rebaño mansurrón apto para ser pastoreado por las castas políticas locales.
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