“El partido tiene, en estos momentos, que adaptarse a la realidad sin perder sus anclajes o sus principios, y se puede hacer porque eso es lo que siempre ha hecho el PP: adaptarse a la realidad sin perder los principios ni los anclajes.”
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Adaptación y movimiento, pero sin perder el anclaje. ¿Un anuncio de ropa interior? No, el nuevo PP. El proyecto es ambicioso, pero requiere mucha flexibilidad, lo que parece explicar finalmente la marcha de María San Gil. Los dinosaurios se extinguen y llega la era de las amebas, donde Zapatero ocupa la cúspide de la pirámide evolutiva.
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Pero ¿un cambio hacia donde? Hacia donde temíamos:
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—¿Le gustaría repetir en este despacho la foto de Aznar con Arzalluz o el Pacto del Majestic?
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—Fue un momento muy importante de la historia de nuestro partido, nos permitió formar un Gobierno que hoy nadie duda que fue bueno para España.
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—Fue aquí la foto con Arzalluz, ¿no?
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—Sí. Y después de hacerlo ganamos las elecciones con mayoría absoluta. Soy partidario de dialogar sin abdicar de principios, que fue lo que se hizo en la legislatura 1996-2000.
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Pero ¿esto no es un retroceso? Sólo si se considera el tiempo como una secuencia lineal. Aquí Rajoy emplea el mismo sofisma que Calleja, el tiempo considerado como una masa informe de puntos, en el que es lo mismo pactar con el PNV antes o después de Estella, y antes o después del Pacto por las Libertades y la Ley de Partidos. En cualquier caso, en este punto Rajoy está de suerte. Hoy mismo nos ha traído Feroz un artículo en el que el propio Arzallus confiesa que le apetece un partido de “pelota vasca” (sic) con el PP.
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"Yo soy partidario de dialogar con todo el mundo, lo cual no significa abdicar de ningún principio; pero creo que el diálogo de por sí es bueno"
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Hablando se entiende la gente. Es bueno sentarse con el adversario y mirarle a los ojos, podríamos añadir. En resumen, Rajoy reconoce que no se puede ganar enfrentándose a los nacionalistas. Hubo un momento en el que PP y PSOE parecieron finalmente darse cuenta de la magnitud del problema y llegar a la conclusión de que merecía la pena formar un frente común frente al imparable movimiento nacionalista. Un momento en el que estuvimos a punto de salvarnos. Entonces se perdieron las elecciones vascas, Cebrián impartió sus instrucciones y Zapatero traicionó el Pacto por las Libertades. Hoy parece que el PP, el penúltimo bastión contra el nacionalismo, inicia la retirada.
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Es el reconocimiento de que el intento de oponerse a los nacionalistas ha fracasado. A partir de ahora, estos continuarán su marcha inexorable, pero sin ruido. No se podrá estudiar castellano en algunas regiones de España, pero habrá buen talante, y los que se sulfuren se delatarán como crispadores. España será cada vez más inviable, pero esto se contemplará con naturalidad, como si se tratara de un fenómeno meteorológico. Los no nacionalistas, en sus respectivas regiones, tendrán que optar entre el exilio, la sumisión o, al menos, la asunción de su status inferior.
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Falta un pequeño detalle. Una gran mayoría de votantes del PP, que se resisten a ser modernos, no tienen gran aprecio hacia los nacionalismos, de modo que el lenguaje también tendrá que ser dotado de cierta elasticidad. No sabemos si Rajoy adoptará la neolengua de Zapatero o desarrollará una propia.
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Adaptación y movimiento, pero sin perder el anclaje. ¿Un anuncio de ropa interior? No, el nuevo PP. El proyecto es ambicioso, pero requiere mucha flexibilidad, lo que parece explicar finalmente la marcha de María San Gil. Los dinosaurios se extinguen y llega la era de las amebas, donde Zapatero ocupa la cúspide de la pirámide evolutiva.
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Pero ¿un cambio hacia donde? Hacia donde temíamos:
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—¿Le gustaría repetir en este despacho la foto de Aznar con Arzalluz o el Pacto del Majestic?
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—Fue un momento muy importante de la historia de nuestro partido, nos permitió formar un Gobierno que hoy nadie duda que fue bueno para España.
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—Fue aquí la foto con Arzalluz, ¿no?
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—Sí. Y después de hacerlo ganamos las elecciones con mayoría absoluta. Soy partidario de dialogar sin abdicar de principios, que fue lo que se hizo en la legislatura 1996-2000.
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Pero ¿esto no es un retroceso? Sólo si se considera el tiempo como una secuencia lineal. Aquí Rajoy emplea el mismo sofisma que Calleja, el tiempo considerado como una masa informe de puntos, en el que es lo mismo pactar con el PNV antes o después de Estella, y antes o después del Pacto por las Libertades y la Ley de Partidos. En cualquier caso, en este punto Rajoy está de suerte. Hoy mismo nos ha traído Feroz un artículo en el que el propio Arzallus confiesa que le apetece un partido de “pelota vasca” (sic) con el PP.
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"Yo soy partidario de dialogar con todo el mundo, lo cual no significa abdicar de ningún principio; pero creo que el diálogo de por sí es bueno"
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Hablando se entiende la gente. Es bueno sentarse con el adversario y mirarle a los ojos, podríamos añadir. En resumen, Rajoy reconoce que no se puede ganar enfrentándose a los nacionalistas. Hubo un momento en el que PP y PSOE parecieron finalmente darse cuenta de la magnitud del problema y llegar a la conclusión de que merecía la pena formar un frente común frente al imparable movimiento nacionalista. Un momento en el que estuvimos a punto de salvarnos. Entonces se perdieron las elecciones vascas, Cebrián impartió sus instrucciones y Zapatero traicionó el Pacto por las Libertades. Hoy parece que el PP, el penúltimo bastión contra el nacionalismo, inicia la retirada.
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Es el reconocimiento de que el intento de oponerse a los nacionalistas ha fracasado. A partir de ahora, estos continuarán su marcha inexorable, pero sin ruido. No se podrá estudiar castellano en algunas regiones de España, pero habrá buen talante, y los que se sulfuren se delatarán como crispadores. España será cada vez más inviable, pero esto se contemplará con naturalidad, como si se tratara de un fenómeno meteorológico. Los no nacionalistas, en sus respectivas regiones, tendrán que optar entre el exilio, la sumisión o, al menos, la asunción de su status inferior.
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Falta un pequeño detalle. Una gran mayoría de votantes del PP, que se resisten a ser modernos, no tienen gran aprecio hacia los nacionalismos, de modo que el lenguaje también tendrá que ser dotado de cierta elasticidad. No sabemos si Rajoy adoptará la neolengua de Zapatero o desarrollará una propia.
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