Vuestras preferencias son importantes, pero no determinan mis decisiones. «Si el gobierno fuese cuestión de voluntad, la vuestra debería, sin ningún género de dudas, ser superior. Pero el gobierno y la legislación son problemas de razón y juicio y no de inclinación». Con esto Edmund Burke quería decir que las cosas de la política requieren un conocimiento y una dedicación especiales para los que el ciudadano de a pie no suele tener tiempo ni ganas. El Discurso a los Electores de Bristol es la refutación del «mandato imperativo», según el cual los cargos electos son meros mandatarios sujetos a las instrucciones de los que los eligen. Con el tiempo los políticos decidieron que la supresión del mandato imperativo les proporcionaba un cheque en blanco -no sujeto a rendición de cuentas- hasta la siguiente cita electoral, pero esto es otra historia.
Además del especial conocimiento requerido para las cosas de la política, Burke defendió su autonomía política con dos razones adicionales. La primera, impecable: «¿qué clase de razón es esa en la cual la determinación precede a la discusión, en la que un grupo de hombres delibera y otro decide, y en la que quienes adoptan las conclusiones están acaso a trescientas millas de quienes oyen los argumentos?». Burke pensaba que el Parlamento era precisamente eso, un lugar para el debate, así que no tenía sentido acudir a él con instrucciones prefijadas. Observen que esto ya no existe en nuestros días: el mandato imperativo ha sido restablecido, pero ya no proviene de los electores sino del partido (se llama «disciplina»). Ahora el papel de los parlamentarios no es deliberar, sino animar ruidosamente a su líder y abuchear al rival, lo que permite que incluso José Zaragoza pueda desempeñar ese papel.
La segunda razón aportada por Burke produce melancolía: «elegís un diputado; pero cuando lo habéis escogido no es el diputado por Bristol, sino un miembro del Parlamento». Recuerda Burke que el Parlamento no es agrupación de embajadores con intereses contrapuestos –suma cero, diríamos ahora- sino una «una asamblea deliberativa de una nación con un interés: el de la totalidad; que debe guiarse, no por los intereses y prejuicios locales, sino el bien general que resulta de la razón general del todo». Digo que causa melancolía porque para muchos diputados del Congreso el único interés que despierta España es acabar con ella. E incluso los de los partidos menos beligerantes tienen una idea bastante poco exigente de lo que es una nación, que además se desvanece en cuanto hay que defender la pintoresca reivindicación local –un tren que nadie usará, un aeropuerto sin aviones o una carretera fantasma-.
Pero lo que quería decir hoy es que, como la política es un oficio que requiere un aprendizaje y una dedicación, exige -como bien decía Burke- la confianza del votante en lugar de sus instrucciones continuas. Y que como desmontar patrañas –ahora se llaman «relatos»- requiere el tiempo, esfuerzo y conocimiento que el votante ha delegado en el político, a éste le resulta sumamente sencillo engañar a aquél: vean como hoy, con cara de expertos, los medios afines se han lanzado a justificar el abaratamiento del delito de sedición. Y que las únicas recetas disponibles contra esto es medios libres, exigencia de transparencia y evaluación al político y, sobre todo, que el votante se sienta insultado cada vez que descubra la mentira. De lo contrario la política de los electores de Bristol habrá degenerado en la escala de Bristol de la política.
Comentarios
Y Vd tiene razón, la situación actual en España es terrible, sólo hay unos pocos parlamentarios con capacidad y argumentos para votar en contra de la instrucción del partido, y casi siempre son multados, me acuerdo de CAdT.
Lo peor es que los medios encima lo condenan, sin atender a los argumentos esgrimidos.
La Escaca Bristol de la política.
Conocimiento es una idea heteropatriarcal, ultrafascista y de las Jons.
Justo al contrario de los que nos mangonean ahora.
Grrrrrr
Luigi…
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Don Navarth…