«La tribalización es una megatendencia global en el mundo actual. La elección de Donald Trump, el referéndum del brexit, movimientos populistas como el del separatismo catalán y el retroceso democrático en la Europa central y del este, son ejemplos claros de los mecanismos y de los efectos de la tribalización. Las tendencias clave en juego son el antiglobalismo y la política identitaria: la anteposición de las diferencias culturales al diálogo, la colaboración y los valores liberales universales (…) Por culpa del tribalismo y del repliegue de las voces liberales, se está poniendo en riesgo la democracia misma (…) El tribalismo, pues, no se reduce simplemente a priorizar la nación propia y ser antieuropeísta y antiglobal; es, en muchos casos, un movimiento más amplio y fundamental que nos lleva a renunciar a toda insistencia en la defensa de aquellos principios democrático-liberales que otrora compartíamos. Sucumbiendo a la política identitaria y reduciendo la democracia a la mera «voluntad del pueblo», sin haber aclarado antes quiénes son (o quiénes deberían formar) ese pueblo, estamos abandonando esos derechos, ideas y principios por los que habíamos luchado desde el final de la Segunda Guerra Mundial». [1]
Vayamos al Procés, una gigantesca elipsis en la que se ha mantenido oculto lo principal del argumento. En ningún momento se describía la tribu puesta en marcha con voluntad de segregación, exclusión y confrontación; no se mencionaba la voluntad supremacista de romper la igualdad –ni la insolidaria de eludir la redistribución- y de definir un nuevo perímetro social; jamás se decía que se trataba de construir un sujeto alternativo a la ciudadanía, y segregar de su Lebensraum excluyente a los que no se diluyeran en él; tampoco se mencionaba la subordinación de todo a la Tribu. En cierto modo era una elipsis fallida, porque sin la parte oculta el guion no tenía sentido. Sin mencionar la tribalización ¿cómo entender que en una región próspera, en un país democrático, con altísimos niveles de autonomía se desencadene un movimiento con tal potencial destructivo?; ¿cómo entender el desenfado con el que se infringían las leyes?; ¿cómo entender el odio?; ¿cómo entender la desaparición del sentido del ridículo? La película trataba sobre Godzilla, pero mostraba a Bambi. El monstruo se mantenía cuidadosamente oculto, y solo se enseñaba virtuosamente un envoltorio con la palabra “democracia”. Pero, contra todo pronóstico, funcionaba.
Ha sido muy frustrante contemplar un movimiento tan vigorosamente antidemocrático como el secesionismo catalán presentarse, con bastante éxito, como un adalid de la democracia, mientras mostraba a la democracia que se estaba defendiendo como un estado autoritario, opresor y oscurantista. Para haber triunfado con tan improbable propaganda los secesionistas han contado con algo mucho más potente que la razón: memes. Piezas de información, especialmente adaptadas a la estructura mental humana, con extraordinario poder de propagación. “Esto no va de independencia, va de democracia”, fue la fórmula empleada por un famoso entrenador de futbol –la mención no es casual: la tribalización de la política conduce a su futbolización-. La gente asimilaba rápidamente este mensaje: si la democracia es la Voluntad del Pueblo, lo que hay que hacer es dejar que hable el Pueblo; declarar ilegal una votación tiene que ser profundamente antidemocrático. Pero ¿a qué Pueblo se refieren? ¿A qué Voluntad?
El Procés ha demostrado que la voladura de la democracia liberal puede ocultarse con un meme: “¿Hay algo más democrático que votar?”. Por el contrario, el que ha pretendido explicar pacientemente los fundamentos democráticos que el secesionismo iba volatilizando se ha encontrado con la huida de sus lectores –es posible que eso esté ocurriendo en estos momentos-. Intentemos evitarlo. Si los separatistas tenían memes, nosotros podemos aportar algo visual: un gráfico.
Esta serie de ejes con parejas de opuestos pretende demostrar, contra el poder de los memes, la radical oposición entre tribalismo y democracia liberal. Los puntos simbolizan la posición en cada uno de los ejes; al unirlos, la línea naranja representa una democracia liberal en buen estado; la amarilla, un movimiento tribal en marcha. Su posición, como puede verse, es opuesta. Describamos los ejes.
1. El eje vertical lo entenderá cualquiera al que se le haya negado la escolarización de sus hijos en español, sacrificados por la construcción identitaria de la tribu. O los pacientes de la sanidad que ven mermada la calidad asistencial por ese mismo propósito identitario.
2. El eje horizontal representa la oposición entre la visión tribal schmittiana –por Carl Schmitt- de la política como dicotomía amigo-enemigo, nosotros-ellos. El otro extremo, más sutil, representa la versión berliniana –por Isaiah Berlin-: la democracia dubitativa, cautelosa, aversa a los sacrificios reales a cambio de beneficios utópicos. Que acepta que hay intereses contrapuestos en juego, y que son preferibles los consensos y las transacciones (más sobre esto aquí)
Relacionada con la visión maniquea nosotros-ellos está la percepción de la política como un juego de suma-cero, en la que el vencedor está legitimado para llevarse todo, y el perdedor destinado a soportar las consecuencias por traumáticas que puedan ser.
3. Veamos el eje, digamos, nordeste-suroeste. Los tribalistas creen de manera difusa en que la Tribu tiene una Voluntad. Es interpretada de manera misteriosa por los Profetas –Artur Mas adivinó la Voluntad de separarse de España cuando una manifestación contra sus recortes lo hizo trepar a un helicóptero- y asimilada miméticamente por los adeptos cuando la captan sus antenas –las de TV3 ayudan bastante-. Pero si la democracia es la voluntad del pueblo, y ésta ya está predeterminada, la democracia queda reducida a un requisito formal. El Pueblo –o sus augures- se convierten en una instancia superior a la democracia, y las leyes que contradigan su Voluntad no tendrán por qué ser respetadas –esta visión también es schmittiana-.
Por el contrario para la democracia liberal la ley es una garantía contra la arbitrariedad. También contra las frivolidades de la masa en movimiento, frente a las que la Constitución opone, en efecto, un benéfico corsé:
«Conviene recordar que, precisamente, una de las finalidades principales de una constitución democrática es la de evitar que un repentino cambio del estado de ánimo popular —o de los políticos al mando— anule el contrato social vigente en un país y acarree así inmensas consecuencias para esa sociedad y para sus futuras generaciones».
4. La tribu es territorial, y reclama -sin formularlo expresamente- la exclusividad sobre su hábitat. Una de sus paradojas es que reivindica la diversidad pero impone la uniformidad en su territorio. Una vez dividido el escenario en tribus, definida la política como amigo-enemigo, y entendida como un juego de suma-cero es, el tribalismo se siente legitimado para adoptar cualquier medida -por extraordinariamente traumática que pueda resultar para las minorías, por irreversible que sea, por mucho que los efectos puedan durar generaciones- en cuanto se consiga formalmente una mayoría –aunque sea escuálida, aunque sea ilegal, aunque sea fraudulenta-. En ese sentido representa el máximo nivel de “tiranía de la mayoría” sobre la que nos alertaron Madison, Tocqueville o Mill. En realidad “minoría” no tiene sentido en el lenguaje de las tribus: el disidente se considera, sencillamente, el enemigo interior. Este es el eje noroeste-sureste.
Estos ejes ayudan a desmontar la falacia principal del tribalismo: la reducción de la democracia a votar:
«Cabría deducir que el arrollador avance del populismo por todo el continente podría marcar un cambio en la definición de lo que la democracia es y debe ser. Y lo cierto es que cada vez es más habitual equiparar la democracia con la voluntad de la mayoría —o de sus representantes elegidos, para ser más precisos—, con independencia de si tales decisiones contravienen conceptos clásicos de la democracia liberal».
En este comentario sobre el tribalismo me he centrado en el Procés. También he escrito sobre el Brexit y las tentaciones plebiscitarias del tribalismo, reivindicando la concepción de la democracia representativa de Burke. Quedaría una tercera entrada para mostrar la expresión tribalista en Polonia y Hungría. O no, ya veremos.
Notas:
[1] Todas las citas son de Marlene Wind en La tribalización de Europa
Comentarios
Aunque lo de "La Redistribución de la Riqueza" me dé bastante miedo, en este momento, en que soy ya tan vieja, y me he matado a trabajar toda mi vida, para intentar dejar a mis hijos y nietos lo que yo recibí de mis padres y abuelos, y darme cuenta que los politicastros van a querer quedarse con mi negocio, que estaba en la ruina cuando yo me hice cargo, y que van a deshacer el resultado del sacrificio y del trabajo de toda mi vida, y ¿ Para qué ? Si fuera para mejorar la enseñanza, los hospitales, la atención a los viejos, hasta me parecería bien... Pero para que se vayan de mariscadas los que manden y sus 2amigos de tribu", para eso, me parece que no tienen derecho.
Y veo que aquí sí.
¡¡¡ Ufff !!!
En vista de que su blog Sí me reconoce, sólo decir que ;
Se le echa muchísimo de menos. Que sus intervenciones en el Congreso de los Diputados eran un disfrute, por lo claras, por lo sensatas, por lo anti-dramáticas.
Y que para consolarme, este mes de agosto estoy volviendo una y otra vez a los Archivos de agosto 1012, y los agostos siguientes, con los Malos de Cine, y las Malas, con sus cubiertas sobre Mattie Walker, de Fuego en el Cuerpo, sobre Perdición... Y las de Don Lindo y Don Artanis, los otras capitanes de guardia en la Argos.
Y aunque Don Kepaminondas diga que "esos no volverán", mientras esos archivos sigan existiendo, y mientras los de a pie podamos volver a ellos, no es que vuelvan, es que no se fueron nunca.
Un abrazo