«En la era del populismo, ahora que “el pueblo” ha pasado a ocupar un primerísimo plano, la democracia parece haber quedado reducida justamente a eso: a la celebración de elecciones (o referéndums) sin el concurso del Estado de derecho y sin un intercambio de opiniones abierto, libre y crítico (…) La democracia en la era del populismo se ha convertido en el imperio de la regla de la mayoría sin restricciones, con un debate político limitado por las noticias falsas y el fundamentalismo cultural».
Si esto les recuerda al “Procés” catalán es normal. En La tribalización de Europa Marlene Wind lo pone como uno de los tres ejemplos -junto al Brexit y las derivas autoritarias de Hungría y Polonia- que reflejan una tendencia global que amenaza la democracia liberal. Es un acierto de Wind haber colocado la cuestión en su marco adecuado: tribalismo frente a democracia liberal. Porque en el origen de esta tendencia está una activación de nuestra propensión tribal.
En su libro Political Tribes Amy Chua recoge experimentos recientes que demuestran nuestra tendencia natural a formar inmediatamente grupos –con los criterios más irrelevantes y pintorescos-, y a abandonar la ecuanimidad en el proceso: pasamos a valorar a los de nuestro grupo, y a denigrar a los ajenos. En uno de estos experimentos se repartieron de forma aleatoria camisetas de distintos colores a niños, y se les mostraron fotos de niños ataviados con ellas a los participantes:
«A pesar de que no sabían absolutamente nada acerca de los niños en las fotos, los sujetos sistemáticamente respondieron que "les gustaban más” los niños de su mismo color, les asignaron más recursos, y mostraron fuertes preferencias inconscientes hacia los miembros del propio grupo. Además, cuando se les contaron historias sobre los chicos de las fotos, estos niños y niñas exhibieron una distorsión sistemática de la memoria, tendiendo a recordar las acciones positivas de los miembros del propio grupo y las acciones negativas de los ajenos (…) La percepción que los niños tenían de los otros chicos fue "ampliamente distorsionada por la mera pertenencia a un grupo social, un hallazgo con implicaciones inquietantes” (…) Esta identificación grupal es a la vez innata y casi inmediata».
En otro experimento el psicólogo social Jay Van Bavel hizo lo mismo –asignar arbitrariamente grupos, y enseñar fotos de compañeros y ajenos-, pero además estudió las reacciones neuronales mediante resonancia magnética. Encontró cosas buenas y malas:
«Ver a miembros de nuestro grupo prosperar parece activar nuestros centros neuronales de recompensa— generando satisfacción emocional— incluso cuando no recibimos ningún beneficio nosotros mismos».
Este es el lado bueno de nuestra naturaleza tribal: nos permite cooperar. Ha sido el secreto de nuestro éxito como especie, y por eso los que ahora estamos aquí somos tribales. Pero está el reverso tenebroso:
«Nuestros cerebros están programados para identificar, valorar e individualizar a los miembros de nuestro grupo-, mientras que "los miembros del grupo externo son procesados como miembros intercambiables de una categoría social general", haciendo más fácil estereotiparlos negativamente».
Dicho de otro modo, tendemos naturalmente a la deshumanización del contrario. La profesora Mina Cikara de Harvard –recuerda Amy Chua- ha profundizado en el estudio de nuestro lado oscuro:
«Bajo ciertas circunstancias los "centros de recompensa" de nuestros cerebros se activarán cuando veamos miembros de otro grupo fracasando o sufriendo una desgracia. Normalmente, enfatiza Cikara, "muy pocas personas realmente salen de su camino para dañar al grupo externo". Pero cuando un grupo teme o envidia a otro— cuando, por ejemplo, "hay una larga historia de rivalidad y desafecto"— parece que la Schadenfreude (disfrutar con el mal ajeno) tiene una base neurológica. Los miembros del grupo obtendrán "placer sádico" en el dolor de los que perciben como rivales».
En la próxima entrada veremos cómo se intenta –con éxito- colar el monstruo tribal con la etiqueta “Democracia”. Conviene, por tanto, describir cuáles son los fundamentos de la democracia liberal que el tribalismo en marcha atropella.
Comentarios
No se dice que en los adultos funcionen exactamente los mismos mecanismos tan sencillos, porque puede haber crítica inhibitoria defensiva. Pero entonces, un corolario-hipótesis sería que los populismos y tribalismos inducidos en sociopolítica tienen éxito en cuanto que de algún modo, consciente o inconscientemente, infantilizan al grupo adulto (“ese niño que llevamos dentro»).
De todas formas, si los inductores de tribalismo controlan la educación desde la infancia, sin duda interfieren en el proceso normal de maduración de la personalidad crítica, seleccionando una generación infantiloide, auténtica ‘masa’, carne de totalitarismo.
Admiro a D. Navarta tanto como le aprecio, por la selección de temas y lecturas, un ‘digesto’ muy sugestivo.
Un abrazo.