Desde hace tiempo el canon político-liberal se ha ido engrosando con psicólogos, científicos cognitivos, neurólogos e incluso primatólogos. Ahora, junto a Constant, Tocqueville o Berlin, es imprescindible leer a Kahneman y Haidt que, al exponer nuestros rasgos evolutivo-adaptativos y nuestros sesgos cognitivos, han confirmado las sospechas de Pareto de que no somos tanto racionales como racionalizadores. Nos han enseñado así la difícil lección de aprender a desconfiar de nosotros mismos, porque, si ignoramos el complejo magma emocional del que -con frecuencia inadvertidamente- brotan nuestras decisiones, y nos limitamos a fijarnos en las justificaciones a posteriori con las que intentamos darles una apariencia racional, estaremos obteniendo una visión insuficiente de la realidad.
Pues bien, Francis Fukuyama ha decidido emprender el camino opuesto: ha vuelto a Platón. Nada que objetar si no fuera porque las conclusiones a las que llega son confusas y a veces muy desencaminadas. Un ejemplo. Un psicólogo posiblemente entendería que el nacionalismo, el populismo y las políticas identitarias derivan directamente de nuestras tendencia tribales innatas –herencia de nuestro alegre pasado de cazadores recolectores – estimulada por factores externos como la crisis, la incertidumbre y la frustración. Fukuyama, en cambio, sitúa el origen en esa parte del alma que es el thymós:
«El thymós es la base tanto de la ira como del orgullo (…) El deseo y la razón son partes integrantes de la psique humana (alma), pero una tercera parte, el thymós, actúa de manera completamente independiente de los dos primeros (…) Esta tercera parte del alma, el thymós, es la base de la política de la identidad de hoy».
El thymós está relacionado con el anhelo de reconocimiento y por tanto con el respeto, el orgullo y la dignidad. En La República Platón extrae su existencia de conversaciones entre Sócrates, Glaucón y Adimanto, y lo reconoce como una cualidad distinta de la razón -que es predominante en los gobernantes- y del deseo –predominante en los comerciantes-. En principio el thymós es un sentimiento propio de los guerreros, que creen merecer el reconocimiento por estar dispuestos a jugarse la vida por la ciudad. Tiene a su vez dos manifestaciones, la isotimia –el deseo de igual reconocimiento- y la megalotimia –el deseo de un reconocimiento superior por parte de los que nos rodean-. En realidad sólo hay uno, el deseo de un reconocimiento superior al que en ese momento se obtiene, y es reflejo de un apego por el estatus que también es parte de nuestro bagaje evolutivo. En todo caso, la isotimia -dice Fukuyama- sería responsable de los anhelos de igualdad que han movido movimientos contra la discriminación racial o sexual.
La cuestión es que Fukuyama, no solo hace derivar del thymós la lucha por el reconocimiento de minorías oprimidas, sino todas las perturbaciones emocionales de la época: el brexit, el trumpismo, las políticas identitarias, de nacionalismo y el fanatismo religioso. El problema entonces es el siguiente: si situamos estos fenómenos en un deseo de reconocimiento, derivado a su vez de la dignidad, habremos ennoblecido un sentimiento tribal bastante tenebroso. Habremos, además, convertido a los pastores populistas del resentimiento en virtuosos guías de la dignidad. El caso es que el de Rosa Parks es un gesto de dignidad; el de los que, en Estella o Torroella de Montgrí, fumigan por donde ha pasado Ciudadanos es un gesto de obtuso cavernícola. Torra y los nacionalistas acostumbran a confundir ambos, y no ayuda que Fukuyama comience por meterlos en el mismo saco del thymós.
Luego, a través de un camino confuso, Fukuyama llega a la conclusión de que hay identidades individuales y colectivas, incluyentes y excluyentes, buenas y malas. Acaba entendiendo que las políticas identitarias no son buenas porque rompen el ideal de universalismo, y que la única posibilidad para la democracia liberal es crear una propia identidad incluyente. Pues para ese viaje no hacía falta alforjas platónicas. Un viaje nada plácido, además. Fukuyama no pretende –o no consigue- hacer una argumentación nítida. No pretende encajar las piezas con la lógica de un rompecabezas: se limita a ir poniéndolas en fila, más o menos cronológica, para acabar exclamando: ahí hay un paisaje nevado. El libro acaba configurado con la estructura de un horóscopo: cualquiera que lo consulte podrá encontrar lo que desea. Un ejemplo. Después de hablar de las identidades malas…
«En la Europa de finales del siglo XIX surgieron movimientos tanto liberales como democráticos que exigían el reconocimiento individual universal, y también siniestros movimientos nacionalistas excluyentes que con el tiempo desatarían las guerras mundiales de principios del siglo XX»
… las redime y justifica:
«Ambos son expresiones de una identidad de grupo oculta o suprimida que busca el reconocimiento público».
Y hablando de horóscopos, Fukuyama se hizo famoso por un fallo predicativo: en El fin de la historia vaticinó el triunfo final de la democracia liberal. Él siempre ha defendido que se le ha malinterpretado porque se refería al concepto hegeliano de la historia, pero posiblemente es que dijo las dos cosas a la vez.
Francis Fukuyama. Identidad: la demanda de dignidad y las políticas de resentimiento. 2018
Comentarios
Y en parte, porque me leí a Fukuyama cuando sacó el famoso libro del Final de la Historia, - y alguno más después . , y ya entonces me aburrió ( y eso que en esa época leía todo lo que pescaba, e incluso disfrutaba abriendo la guía telefónica e imaginando las historias de la gente ).
Ya no recuerdo nada del autor, que los libros que no releo de vez en cuando, sobre todo si son libros "vestidos", los acabo desterrando, o dándoselos a gente joven en edad de hacer méritos, y poniendo en su lugar libros de los que me hacen disfrutar ; policiacos, de ciencia ficción, de aventuras...
Siempre es un placer leerle.
Muchas Gracias