Estamos en 1959 en la prestigiosa academia de Welton, donde jóvenes de la alta sociedad son preparados para entrar en las mejores universidades. La historia se centra en Neil, un chico sensible pero sometido al poder dictatorial de su padre. Porque la película, en el mejor espíritu LOGSE, también trata de eso: de la sofocante autoridad de padres y profesores que extingue la creatividad de los hijos/alumnos. Y así, paseando por la academia, la cámara nos muestra a unos profesores impartiendo insufribles clases de trigonometría o declinando monótonamente en latín, ante los que el profesor de literatura Keating (Robin Williams), que llega silbando y haciendo el tonto, sirve de refrescante contrapunto.
A partir de ahí todo funciona al revés. Keating no deja de repetir que quiere formar librepensadores y gente capaz de seguir su propio criterio, pero en realidad no para hasta crear una secta en torno a su persona. Para que no queden dudas, desde el principio insiste en que sus alumnos se dirijan a él como ¡oh capitán, mi capitán!, invocación que Walt Whitman había pensado dirigir, no a Keating, sino a Lincoln. Mientras Keating asegura que su idea de la educación es ayudarlos a pensar por sí mismos, comienza el adiestramiento de sus fieles. En la escena más significativa de la película, ante el asombro tontorrón de los adolescentes, se sube a la mesa para demostrar su originalidad y su desprecio por las convenciones. A continuación exige que todos sus alumnos “librepensadores” hagan exactamente lo mismo. Y aún tiene la desfachatez, cuando están en ordenada fila subiendo y saltando de la mesa, de decirles que no sean lemmings. Conseguirá que lo sean.
Para manosear las emociones de sus alumnos Keating emplea la poesía, a la que reduce a una sucesión de eslóganes a su mayor gloria; de este modo puede usar el argumento de autoridad de unos nombres prestigiosos. Así por ejemplo recita un poema de Robert Frost: «Dos caminos divergían en el bosque y yo tomé el menos transitado; aquello es lo que cambió todo». Lo que quiere decir Keating a sus alumnos parece claro: no sigáis el camino convencional y dejaos llevar por vuestro criterio (que es el mío), que será mejor para vosotros; no lo digo yo, lo dice Robert Frost. Pues bien, Frost no lo dice. Keating, de manera bastante desvergonzada para un profesor de literatura, se ha limitado a usar el primero y el último de los versos. En el poema completo el poeta parece más bien reconocer que era imposible saber en ese momento qué camino era el bueno, y que fue el azar el que determinó que la elección fuera afortunada. Y así todo. La poesía reducida a mensajes de una galleta china.
Cuando Keating ya tiene a sus alumnos marchando al son de su tam-tam, Neil y sus compañeros deciden reconstituir «El club de los poetas muertos», una sociedad secreta, que el propio Keating creó cuando era alumno de Welton, dedicada a leer poesía en una cueva. Así que obedientemente Neil y sus amigos se dedican a hacer exactamente lo mismo. El resultado, como toda la película, es de una pavorosa superficialidad. Ahora déjenme pasar de puntillas por la secuencia de acontecimientos que sigue a continuación. Resulta que Neil ha descubierto de repente que la pasión de su vida es participar en una pequeña función teatral de pueblo; su padre decide meterlo en una academia militar para que aprenda; Neil se suicida; el padre se lamenta a cámara lenta. Penoso. Y, claro, llega la escena final. Keating es despedido de Welton (normal) por haber sobreexcitado a unos adolescentes, y al marcharse sus alumnos se ponen de pie sobre la mesa y dicen con emoción “oh capitán, ni capitán”. ¿Realmente era necesario? En fin, al menos ahora sabemos qué quería decir el director con lo de los poetas muertos: con los vivos nunca se habría atrevido.
Un detalle final. Estamos en 1959, andan sueltos Kerouac, Ginsberg y Burroughs, y pronto se les unirá Kesey. La generación beat está a punto de brotar. ¿Cuánto tiempo tardarán estos niños influenciables en acabar en una comuna?
El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989)
Esta serie estival se publica en una nave amiga
Comentarios
Sólo entro aquí para decirle que a mí tampoco me gustó " El club de los poetas muertos", a pesar de ser de Weir, que me encanta casi siempre.
Y que estoy deseando que saque Dogville entre las películas sobrevaloradas, porque precisamente, fui al blog de D.Von Horrach ( pido perdón por si lo he escrito mal, que ya me cuesta muchísimo memorizar nombres ), a explorar, cuando me dijo usted que si él se enteraba de que a mí me parecía insufrible, me iba a caer la del pulpo, y vi que él la tiene entre sus películas favoritas , ( entre muchas que son también favoritas para mí ), y me encantaría leer su defensa de la película.
Y muchas gracias, que leerle siempre es un placer, pero cuando es sobre cine, el placer es aún mayor.
Un abrazo, y gracias por hacerme propaganda en el blog de SG.