Hace 27 años se encargó personalmente del asesinato de más de mil personas. Ahora, con el pelo blanco y una festiva camisa de colores, muestra a la cámara uno de los escenarios habituales de la matanza. Al principio, cuenta, acuchillaban a las víctimas, pero la sangre derramada producía un olor desagradable –y después había que limpiar-. Entonces diseñó un mecanismo para estrangularlas: un largo alambre fijado a un poste que, provisto de un mango de madera en el extremo libre, permitía al asesino aplicar la fuerza necesaria. Orgullosamente muestra la técnica, y representa uno de sus crímenes usando a su acompañante en el papel de víctima. En todo momento la conversación es distendida. Él es un hombre feliz al que le gusta la música y bailar, y lo demuestra al espectador improvisando un chachachá en la escena del crimen. Más tarde contemplará la secuencia en su casa, sentado apaciblemente ante el televisor con su nieta, que contempla los manejos de su abuelo con el alambre.
Al revivir sus andanzas el asesino no ha mostrado el menor remordimiento, la menor turbación, el menor pudor. Sus compañeros se muestran igualmente inmunes a la conciencia. Pero ¿puede realmente un asesino arrepentirse? Disponemos del ajuste de disonancia, ese mecanismo psicológico por el cual deformamos la realidad hasta hacerla confortable: así se pudren las personas. También las sociedades (definición: una sociedad está podrida cuando en ella florecen personas como el asesino). De hecho, en esta película el retrato más insoportable es el de la propia sociedad. Los personajes que desfilan por la pantalla -periodistas, miembros del gobierno, funcionarios, locutores de televisión...- relatan los crímenes pasados con la misma naturalidad que el asesino protagonista. Así aprendemos por un paramilitar -en activo- que, si bien violaban a todas las mujeres ‘comunistas’, las más codiciadas eran las de catorce años. «Esto puede ser el infierno para ti, pero sin duda será el cielo para mí», decía a las niñas. Mientras tanto un editor afirma que los comunistas «con un guiño estaban muertos», y la locutora de un programa televisivo -con el tono convencional de cualquier programa de entretenimiento de cualquier televisión- explica que los asesinos «desarrollaron un sistema mucho más eficiente para exterminar comunistas (aplausos del público); era más humano y menos sádico, y evitaba una violencia excesiva». Quizás, sin embargo, el momento más nauseabundo sea éste. Un vecino del asesino, exiliado e hijo de un comunista, se presta para aportar su testimonio. ¿Se atreve, pues, a enfrentarse a los asesinos? Pues no. Entre una sobreactuación de risas cuenta como llegaron a su casa a las tres de la madrugada y se llevaron a su padrastro. Él tenía entonces trece años, dice sin dejar de reír, y su familia estaba aterrorizada. Al día siguiente lo buscaron por el barrio hasta encontrarlo muerto bajo un bidón. Lo encontraron, cuenta entre carcajadas nerviosas, porque un pie asomaba al exterior. Nadie se atrevió a ayudarlos, y tuvieron que arrastrarlo entre él y su abuelo al cementerio.
Más adelante el asesino vuelve a pasearse por la misma escena del crimen del comienzo, pero las cosas parecen haber cambiado. Para empezar, se ha teñido el pelo de negro. Y va provisto de un traje de chaqueta. Ahora pasea circunspecto por el lugar, como sumido en profundas reflexiones. Emite algunas vaguedades, parece contrito, y finalmente parece sufrir un ruidoso ataque de nauseas, a punto de desembocar en vómito. No parece probable que los remordimientos, ausentes durante los 25 años transcurridos entre la matanza y la primera escena descrita, hayan surgido inopinadamente entre ésta y la segunda. Obviamente, el asesino está actuando, y ha percibido que el dramatismo de la situación se acentúa si el protagonista trasluce emociones profundas. En este punto resulta evidente que para él lo importante no son los crímenes, sino su película. Y al igual que el homo videns de Sartori es incapaz de percibir nada más allá de las imágenes.
En realidad toda su vida ha sido predominantemente audiovisual. Con frecuencia cometía sus crímenes tras salir del cine, y la película condicionaba su actuación en ellos. Por ejemplo, si había visto una película de Elvis, la víctima asistía a su muerte entre cantos y bailes de su asesino. Pero su principal fuente de inspiración eran las películas americanas de gangsters. Él y sus compañeros -nos dice- eran fréman (de free man). Tendían a hablar y comportarse como los matones de la pantalla, e incluso el asesino se anima a decir que su máxima inspiración fue Marlon Brando. Si se refiere a El Padrino esta influencia no fue posible: la película se rodó años después de sus crímenes. Pero cuando el asesino construye la película de su propia vida se puede permitir ciertas licencias. En cualquier caso posee una evidente cultura cinematográfica occidental, y por eso puede conectar con el espectador occidental. Así ocurre en la escena de las náuseas: el desasosegado espectador puede interpretar que el asesino está finalmente arrepentido, lo que le devuelve cierta humanidad, y esto le devuelve la tranquilidad.
Pero resulta que el asesino es indonesio, y cuando en su
relato se impone el gusto local el espectador occidental queda desconcertado.
Ahora la escena muestra al asesino reconciliándose con dos de sus víctimas.
Están ensangrentadas, y llevan al cuello los alambres con los que fueron
estranguladas. Emocionadas, extraen una gran medalla con la que condecoran al
asesino por «haberlos mandado al paraíso». Y otra secuencia representa la
expiación del asesino: se encuentra delante de una cascada, en un paisaje
maravilloso. Suena la música de Born free, y está acompañado por bailarinas de
variedades y un compañero de crímenes... ¡disfrazado de drag-queen!
El efecto es grotesco y siniestro para el occidental, pero obviamente
no para ellos: se trata de una mera discordancia cultural. Ellos no se están
burlando: sencillamente tienen mal gusto. En circunstancias similares un
asesino español jamás habría optado por ese formato, sino tal vez por algo
parecido al Sálvame, abrazándose con el familiar de alguna víctima
en una exhibición de sentimientos imitados de alguna otra película.
¿Banalidad del mal? Sí, también. Los asesinos que aparecen
en la pantalla son primitivos y planos, incapaces de proferir nada más que
lugares comunes. Han conseguido una relevancia que no les corresponde a fuerza
de asesinar. También han conseguido ser protagonistas de una película. De dos,
en realidad: la suya, una historia kitsch de gangsters, y la que recibe el
espectador gracias a Oppenheimer, en la que aparecen como sangrientos bufones.
Posiblemente por la primera darían por buenos sus asesinatos.
The act of killing. Joshua Oppenheimer. 2012.
Comentarios
así que ésta es la película que recomendaba D.Benja. Voy a ver dónde puedo verla.
La descripción de la película me recuerda mucho a ésto (en inglés, empieza en el minuto 6). No sé si habrás escuchado algo sobre "Camp14", un documental sobre un prisionero de un campo de concentración norcoreano. Atento al final del reportaje.
Muchas gracias Don Psykoaktive. Lo veré esta tarde en casa y se lo comentaré.
Muchas gracias por su texto. He visto en el IMDB el trailer de la película, y no voy a comprármela, ya siento. Al menos, en este momento . Pero con su explicación, y el trailer, me hago una idea…
También he ido al enlace de D.Psykoactive , que me gustó el libro que recomendó en su día, "Thinking fast & slow " de Kahneman, pero aunque el video duraba menos de media hora, me he quedado frita mientras esperaba al minuto 6…A ver si dentro de un ratito...
Pero me basta con los pocos minutos del video que enlaza D Psykoactive. Prefiero no ver la película larga. Aunque sepa que esas cosas ocurren, y que
"But for the Grace of God… "...
Sobre el reportaje, cuando lo ví me pilló con la guardia baja y me dejó bastante impresionado.
Don Navarth, he estado dándole vueltas a sus comentarios de la película. Hay algo que descoloca al público occidental y es la expresión de las emociones en las culturas orientales. Permítame contarle una experiencia.
Hace años, ví una entrevista a Peter Mullan, que se hizo conocido por su papel en "My name is Joe" de Ken Loach. En ella explicaba que, antes de ser famoso y cuando estaba aprendiendo a cómo ser actor, estaba viendo un reportaje por televisión sobre un disidente chino. El disidente contaba que le apresaron a él y a su mujer y les mantuvieron en celdas separadas pero contiguas. Aparte de la tortura física, tuvo que aguantar como violaban repetidamente a su mujer, sus gritos, y la impotencia de que no podía hacer nada. Durante años.
Lo que sorprendió a Peter Mullan fue: "y mientras decía esto, tenía una sonrisa amplísima en la boca (haciendo un gesto con su cara y con las manos para enfatizar). Ese día aprendí que lo que ocurre aquí (señalándose la cabeza) no tiene nada que ver con lo que ocurre aquí (señalándose el corazón)"
Viejecita The act of killing es muy, muy perturbadora. Si con mi comentario se la puede ahorrar me lo agradecerá su estómago.
Qué buena la anécdota de Mullan, Psykoaktive. De todas maneras en el caso del hijo del comunista que relata entre risas cómo asesinaron a su padre, lo que se percibe claramente es el miedo y la sumisión. Un deseo terrible de ser aceptado por los asesinos incluso en esas circunstancias.
Tremendo, Navarth, lo que demuestra que la pertenencia al grupo de supervivencia es más fuerte que la pertenencia al grupo familiar, al racional o que la dignidad individual mínima y desde luego que la conciencia. Si esto es así, se entiende perfectamente que en el País Vasco existan hijos de HB que hayan agredido por motivos “políticos” a sus madres del PNV. En uno de los casos con la ayuda de su tío, hermano de la madre.
Pero si la pertenencia al grupo de poder en el que uno va a tener que relacionarse, buscar amigos, novia y trabajo, e incluso una idea trascendente de sí mismo, porque el nacionalismo lo empaqueta todo en un kit imbatible, ¿cómo es, me pregunto, que la ilustración haya ignorado la pertenencia a la hora de definir al ser humano? ¿No será que no podemos concebir una idea tan penosa de nosotros mismos? La explicación racional del comportamiento humano me parece una perversión y un gigantesco engaño. El nombre de Descartes casi me parece una premonición.
*Esta idea de que la trascendencia se mezcla en la identidad con la posición social, el acceso a los bienes, a la comida y al sexo es algo que Becker no recoge, al menos no lo recuerdo. Y así demuestra que era un buen hombre y un ingenuo como la copa de un pino.
Reducimos una idea a una pintura de guerra, y en ese mismo momento deja de ser algo pensado para ser algo mimético y gregario.
Todavía no lo he visto el enlace. He cliqueado al azar en algunos puntos del vídeo y ya he sacado una frase para guardarla, inquietante, dicha como si nada: “The imposibility of freedom even after escape”. En Corea surgió la expresión Lavado de Cerebro. También he localizado la película.
Tan liado, y tantas cosas que comentar.
Tengo la convicción de que cada vez es más evidente que la batalla del siglo XXI va a ser la batalla por la libertad de pensamiento frente a los despersonalizadores mecanismos de pertenencia. Y tal vez siempre haya sido así.
“Tengo la convicción de que cada vez es más evidente que la batalla del siglo XXI va a ser la batalla por la libertad de pensamiento frente a los despersonalizadores mecanismos de pertenencia. Y tal vez siempre haya sido así.”
Caray Benja nos has dejado un montón de ideas que son como relámpagos. Gracias por recomendarme el documental. Lo tuve que ver dos veces para intentar ordenar la avalancha de imágenes y darle algún sentido.
Muy buena reflexión D. Benja.
No tengo una buena respuesta. Me faltan conocimientos.
Mi intuición me dice que faltaba en ese momento el vocabulario - metáfora - concepto. A ver si me explico.
A partir de Freud, y en el siglo pasado, entraron en la sociedad un montón de términos y conceptos que antes, o bien no existían o se aplicaban términos de significado amplio. Pensemos en el término depresión. ¿Había personas deprimidas en el s.XVII? Muy probablemente, pero un término que se podía utilizar para describir ese estado era melancolía, entre otros. O por ejemplo, el uso del término ADHD cuando para mí encajaría dentro de "revoltoso".
Demos un paso hacia lo metafórico. En la cultura popular se describen ciertas experiencias cercanas a la muerte como "ví la película de mi vida ante mis ojos". Ahora bien, ¿cómo se describían esas experiencias anteriormente a la invención del cine? Un buen ejemplo se puede encontrar en el libro "Why life speeds up as you get older", donde se recoge lo que costaba explicar esa experiencia cuando faltaba el concepto de "película".
Voy a ayudarme con google ngrams, que no prueba nada. Aqui comparo, depresión con melancolía y aquí individualidad con alienación.
Bueno, todo este rollo para decir que en la Ilustración ni el concepto de grupo - masa ni el concepto de identidad individual tenían el equipaje que tienen ahora. Como las emociones. O, por ejemplo, la influencia que tendrá el estudio de la epigenética para introducir nuevos conceptos sobre la influencia del ambiente en la transmisión del código genético y el comportamiento de las personas.