Un joven idealista (Ryan Gosling) empieza a trabajar como director de comunicación para un prometedor candidato (George Clooney) que se presenta a las elecciones primarias del Partido Demócrata. Durante la campaña tendrá la oportunidad de comprobar hasta qué extremos se puede llegar con tal de alcanzar el éxito político. (FILMAFFINITY)
Si eso es lo que la película pretendía demostrar, no lo consigue. Mike Morris (George Clooney), Gobernador de Pennsylvania, compite en las primarias con el Senador de Arkansas para ver quién será el candidato demócrata a la presidencia. Su jefe de campaña es Paul Zara (Philip Seymour Hoffman), cuyo segundo es Stephen Meyers (Ryan Gosling). Este parece ser un idealista sinceramente cautivado por las cualidades del candidato Morris. Tampoco nos engañemos: los puestos de jefe y subjefe de campaña de un candidato a ser presidente son enormemente atractivos, porque traen consigo mucho prestigio, grandes cantidades de dinero, un futuro profesional prometedor, y la posibilidad de acostarse con las becarias de la campaña, como efectivamente ocurre.
El caso es que para cualquiera de los candidatos es decisivo el apoyo del Senador de Carolina del Norte, que controla a un número de delegados suficiente para desequilibrar la balanza a favor del apoyado. Pero este Senador es un mal bicho. El de Arkansas está dispuesto a ofrecerle la Secretaría de Estado de un futuro gobierno si le apoya, y los jefes de campaña de Morris le aconsejan que haga exactamente lo mismo o las elecciones estarán perdidas, y aquí debería estar la clave de la película.
La realidad, a diferencia del laboratorio de la razón, impone restricciones al actuar en ella. Un sistema de valores que funciona perfectamente en el éter, se ve sometido a tensiones desde el preciso instante en que desembarca en el mundo. Ante el descubrimiento de este hecho elemental las personas reaccionan de diferente manera. Los que no tienen escrúpulos se sienten aliviados, pasan a desterrar del mundo los valores, y reclasifican a las personas en tontos (aquéllos que aún pretenden conservarlos) y listos (los sinvergüenzas como ellos). Los maquiavélicos no eliminan del todo la actuación de los valores, pero sí del campo de la actuación política. Los idealistas absolutos abandonan voluntariamente el barco ante la evidencia de que no es perfecto, y lo privan así de la posibilidad de mejorarlo con su ayuda. Los fanáticos, por su parte, ignoran la realidad y pretenden instaurar su modelo como si aquélla no existiera: estos son, desde luego, los que provocan mayores desastres. Hay, finalmente, un grupo de personas que experimentan dudas pero no abandonan, e intentan minimizar los daños en los valores optimizando los resultados prácticos, caminando en lo real pero con la vista siempre puesta en lo ideal.
Esto es lo que llevó a Max Weber a formular la distinción entre la ética de la convicción, la animada por el seguimiento absoluto de los principios, y la ética de la responsabilidad, aquella que tiene en cuenta las consecuencias de los actos. Pues bien, el dilema al que se enfrenta Morris/Clooney es si, con el fin de aspirar a una presidencia para la que parece especialmente dotado, debe transigir y ofrecer la secretaría de estado a un tipo poco adecuado. Dicho de otro modo: hasta qué punto se puede flexibilizar una postura antes de romperse.
Pero la película renuncia a este planteamiento tan sugestivo. El director parece contentarse con demostrarnos que las personas no son siempre lo que parecen (pues menudo descubrimiento), por la vía de enseñar como Clooney, que se ha pasado toda la película poniendo cara de bueno, puede adoptar de repente expresión siniestra. Y, mucho más difícil, cómo Ryan Gosling cambia de fisonomía y pasa de parecer inocente a fríamente intrigante. Esto último obviamente no lo consigue, porque Gosling es un buen representante de esa cantera de jóvenes actores con indestructibles caras de tonto, selecto grupo que encabeza Jake Gyllenhaal y sigue Tobey Maguire. Tendrían que haber escogido a Edward Norton para que el personaje funcionara.
En cualquier caso la película es bastante entretenida.
Si eso es lo que la película pretendía demostrar, no lo consigue. Mike Morris (George Clooney), Gobernador de Pennsylvania, compite en las primarias con el Senador de Arkansas para ver quién será el candidato demócrata a la presidencia. Su jefe de campaña es Paul Zara (Philip Seymour Hoffman), cuyo segundo es Stephen Meyers (Ryan Gosling). Este parece ser un idealista sinceramente cautivado por las cualidades del candidato Morris. Tampoco nos engañemos: los puestos de jefe y subjefe de campaña de un candidato a ser presidente son enormemente atractivos, porque traen consigo mucho prestigio, grandes cantidades de dinero, un futuro profesional prometedor, y la posibilidad de acostarse con las becarias de la campaña, como efectivamente ocurre.
El caso es que para cualquiera de los candidatos es decisivo el apoyo del Senador de Carolina del Norte, que controla a un número de delegados suficiente para desequilibrar la balanza a favor del apoyado. Pero este Senador es un mal bicho. El de Arkansas está dispuesto a ofrecerle la Secretaría de Estado de un futuro gobierno si le apoya, y los jefes de campaña de Morris le aconsejan que haga exactamente lo mismo o las elecciones estarán perdidas, y aquí debería estar la clave de la película.
La realidad, a diferencia del laboratorio de la razón, impone restricciones al actuar en ella. Un sistema de valores que funciona perfectamente en el éter, se ve sometido a tensiones desde el preciso instante en que desembarca en el mundo. Ante el descubrimiento de este hecho elemental las personas reaccionan de diferente manera. Los que no tienen escrúpulos se sienten aliviados, pasan a desterrar del mundo los valores, y reclasifican a las personas en tontos (aquéllos que aún pretenden conservarlos) y listos (los sinvergüenzas como ellos). Los maquiavélicos no eliminan del todo la actuación de los valores, pero sí del campo de la actuación política. Los idealistas absolutos abandonan voluntariamente el barco ante la evidencia de que no es perfecto, y lo privan así de la posibilidad de mejorarlo con su ayuda. Los fanáticos, por su parte, ignoran la realidad y pretenden instaurar su modelo como si aquélla no existiera: estos son, desde luego, los que provocan mayores desastres. Hay, finalmente, un grupo de personas que experimentan dudas pero no abandonan, e intentan minimizar los daños en los valores optimizando los resultados prácticos, caminando en lo real pero con la vista siempre puesta en lo ideal.
Esto es lo que llevó a Max Weber a formular la distinción entre la ética de la convicción, la animada por el seguimiento absoluto de los principios, y la ética de la responsabilidad, aquella que tiene en cuenta las consecuencias de los actos. Pues bien, el dilema al que se enfrenta Morris/Clooney es si, con el fin de aspirar a una presidencia para la que parece especialmente dotado, debe transigir y ofrecer la secretaría de estado a un tipo poco adecuado. Dicho de otro modo: hasta qué punto se puede flexibilizar una postura antes de romperse.
Pero la película renuncia a este planteamiento tan sugestivo. El director parece contentarse con demostrarnos que las personas no son siempre lo que parecen (pues menudo descubrimiento), por la vía de enseñar como Clooney, que se ha pasado toda la película poniendo cara de bueno, puede adoptar de repente expresión siniestra. Y, mucho más difícil, cómo Ryan Gosling cambia de fisonomía y pasa de parecer inocente a fríamente intrigante. Esto último obviamente no lo consigue, porque Gosling es un buen representante de esa cantera de jóvenes actores con indestructibles caras de tonto, selecto grupo que encabeza Jake Gyllenhaal y sigue Tobey Maguire. Tendrían que haber escogido a Edward Norton para que el personaje funcionara.
En cualquier caso la película es bastante entretenida.
Comentarios
como nos tiene acostumbrados. Siga, siga...que no nos aburrimos.
No estoy de acuerdo con usted sobre su apreciación de Ryan Gosling.
Que sea básicamente inexpresivo, como lo era Henry Fonda, no lo hace incapaz de representar divinamente cualquier papel que le pongan por delante, y bordarlo.
No hay más que verle en Driver, o en la escena de seducción de "Crazy Stupid Love", haciendo el spoof de Dirty Dancing. Y, desde luego, su "tableta pectoral" no le perjudica en absoluto. Yo le veo como un sustituto de lo que fue Steve Mc Queen en su juventud. Otro con cara de piedra, hasta que guiñaba un ojo....
Y desde luego Norton puede hacer creíble cualquier papel que decida representar, pero ya es un poco mayor para hacer de "becario" en una campaña política. Y, eso aparte, se hubiera merendado con patatas a Clooney, que es otro que va de soso y de blando, pero que luego barre con todo...
En cuanto a Gyllenhaal, lo mejor que tiene, desde luego, es su hermana . Pero al lado de una chica así, es lógico que el hermanito palidezca en comparación.
Muchas gracias por la diversión, pero no abandone el hilo de los socialistas utópicos ni el de IG Farben,
Aunque vaya a sacarlos enseguida en formato Kindle, con la ayuda de Don Lindo y de las Ediciones ELMININO.
¡¡¡Por favor y Gracias de nuevo !!!
Revise los de las éticas de Weber. me parece que es al revés.
Don Tumbaollas, Miss Parsons, estas gansadas que escribo no merecen sus elogios, pero aún así me encantan. Abrazos.
Viejecita creo que Steve McQueen está revolviéndose en la tumba por haberlo comparado con Ryan Gosling. Y Henry Fonda posiblemente también: era soso, pero en ‘Hasta que llegó su hora’ demostró que sabía poner cara de malo. Acabo de buscar a la hermana de Gyllenhaal, y efectivamente no tiene nada que ver con Jake. En lo que estoy de acuerdo es que Norton está un poco mayor para el papel. Pensaba en él cuando hizo una película bastante mala con Richard Gere, en la que representaba al asesino de un cura.
Don Octavio es que eso es lo que eché de menos en la película. La descripción de cómo la política al contacto con la realidad obliga a hacer algún que otro apaño. Pero aquí sencillamente resulta que tanto el candidato como el director de campaña son unos cabrones. Y eso puede pasar tanto en la política como en el sector de la alimentación.
Saludos a todos.
Henry Fonda era inexpresivo, pero nunca soso. . Sabía poner cara de bueno, de malo, o de lo que le diera la gana, sin mover un músculo, y esa manera suya de andar, como si estuviera colgado de los hombros... Él bailando como si anduviera, ponía en ridículo a Gene Kelly con todos sus brincos y sus expresiones...
( Se parecía muchísimo a mi padre, que se murió cuando yo tenía 12 años, y claro, se convirtió en mi actor favorito de todos los tiempos ).
Steve Mc Queen es otro de mis héroes, y no pretendo que nadie le desbanque. Pero en este momento sólo veo a Gosling como posible sustituto, si hubiera que buscar de nuevo un "chico de la nevera "... Y todavía Gosling es un chico muy joven, y tiene que darnos muchas alegrías cinéfagas...
Espero que tenga buen ojo a la hora de elegir papeles, que le estamos intentando poner a reemplazar a verdaderos monstruos sagrados con carreras largas y fructíferas...