En junio de 1945 Telford Taylor era coronel del ejército de los Estados Unidos. Había pasado la mayor parte de la guerra en Blechtley Park, al norte de Londres, donde un ejército de descifradores se había encargado de proporcionar a los mandos aliados las órdenes secretas que, previamente encriptadas con las máquinas Enigma, se transmitían entre sí los distintos cuerpos del ejército alemán. Taylor había estudiado Derecho en Harvard, y en 1939 había sido ayudante del Fiscal General. En esa situación conoció al juez Robert Jackson, que más tarde estaría al frente del Tribunal Militar Internacional en el juicio contra los archicriminales. A finales de 1945 Taylor recibió una llamada de Jackson en la que le propuso participar en el juicio. Tras un año en Nuremberg actuando dentro del equipo de fiscales, Taylor fue designado fiscal jefe para los juicios subsiguientes. Como la tarea era excesiva para una sola persona, en algunos de estos juicios delegó en otro para que se encargara por completo de preparar la acusación. En el de IG Farben el elegido fue Josiah Dubois Jr.
Dubois formó su equipo con un grupo de entusiastas abogados recién salidos de Harvard, que a lo largo de los siguientes meses se encargaron de recoger evidencias con las que incriminar al personal de IG. Muy pronto descubrieron, para su sorpresa, que no era nada fácil encontrar documentación escrita relevante para el caso. Pronto, también, descubrieron el motivo: Otto Ambros había utilizado Ludwigshafen como centro de operaciones para recibir documentación proveniente de todas las oficinas de IG y proceder a su destrucción. Explicó que el motivo era obtener pasta de celulosa, ya que se habían enfrentado a una seria escasez de papel. El único descubrimiento de cierta relevancia provino de unas cajas de documentos que habían sido requisadas por una unidad de combate americana en las oficinas de IG en Berlín. Estas cajas habían sido enviadas al Departamento de Guerra, en Washington, donde habían sido rutinariamente clasificadas, etiquetadas, y sepultadas en un almacén, y de donde los investigadores consiguieron rescatarlas.
Los acusadores fueron más afortunados en la búsqueda de testigos. Viajando por las ruinas de Europa consiguieron encontrar, tanto judíos, como prisioneros de guerra que se las habían arreglado para sobrevivir a Auschwitz. También localizaron a algunos trabajadores de IG con la conciencia intranquila. Especialmente reveladores eran algunas declaraciones que se habían tomado a directivos de IG Farben en los días posteriores a sus respectivos arrestos en 1945. Por ejemplo la de Georg von Schnitzler, que con evidentes muestras de remordimiento había admitido: “IG tuvo una gran responsabilidad y proporcionó desde el sector químico sustancial e incluso decisiva ayuda a la política exterior de Hitler que llevó a la guerra y a la ruina de Alemania. Debo reconocer que IG es altamente responsable de las políticas de Hitler.”
Pero para el momento en que el juicio estaba siendo preparado Schnitzler ya había cambiado de versión. Había contribuido decisivamente a ello la presión ejercida por el glacial Fritz ter Meer, que lo había increpado y amenazado en varias ocasiones incluso delante de sus compañeros. Quizás la presencia intimidatoria de ter Meer contribuyera a que los directivos de IG acabaran llegando al juicio recitando un guión sospechosamente unánime: no soy más que un empresario, y me limité a cumplir ordenes; el poder tiránico de Hitler era tal que no pude resistirme; bueno sí, me afilié al Partido, pero sólo para eludir la atención de la Gestapo; por lo que yo sé, en la planta de Auschwitz los trabajadores recibían un trato ejemplar; no, no, claro que no, ¿cómo iba a saber que en Birkenau estaban matando judíos; ¿antisemita? ¿yo? de ninguna manera; no, no es cierto que IG Farben acompañara al ejército alemán apoderándose de las compañías extranjeras a su paso: si hubo algún cambio en la titularidad de las mismas a nuestro favor fue a través de transacciones libres y legales; ¿qué si me suena el nombre de Zyklon B? Nuestra cartera de productos era tan amplia…
La acusación por su parte pretendía demostrar que IG Farben no había estado sometida sino asociada a Hitler. Que había colaborado decisivamente en que Alemania estuviera preparada para la guerra, y que había obtenido cuantiosos beneficios a cambio. Y que con tal de maximizar éstos, había llegado a participar directamente en la maquinaria de muerte de Auschwitz. Un problema que encontraban los fiscales era que los directivos de IG Farben estaban lejos del arquetipo de matón nazi. Se trataba de gente bien educada, hombres de negocios y científicos: la maldad no era visible en ellos. Un segundo problema estaba en que la situación política estaba cambiando rápidamente.
En mayo de 1947 DuBois y su equipo decidieron que habían reunido evidencias suficientes, y Taylor leyó la acusación en nombre de los Estados Unidos contra los ejecutivos de IG Farben:
“Sin duda los acusados nos contarán que no eran más que celosos, y quizás mal dirigidos, patriotas. Escucharemos que todo lo que hicieron fue lo que cualquier patriótico hombre de negocios habría hecho en circunstancias similares. Y en lo que se refiere a la carnicería de la guerra, y a la muerte de inocentes, estos fueron las lamentables acciones de Hitler y los nazis, a cuya dictadura ellos también estaban sometidos.”
En el banquillo se sentaban veinticuatro altos directivos del grupo, entre ellos Carl Krauch, Hermann Schmitz, Fritz ter Meer, Otto Ambros, Heinrich Buetefisch, Georg von Schnitzler, Walter Duerrfeld, Heinrich Gattineau y Fritz Gajewski. Las acusaciones se agrupaban en tres cargos principales, los mismos que recogía la Carta de Londres: 1) preparación de una guerra de conquista; 2) saqueo y expolio de los países conquistados; 3) esclavización y asesinato en masa. Dentro del primer cargo estaban incluidas la decisiva intervención de IG en el plan cuatrienal que preparó la guerra y su colaboración en la consecución y almacenamiento de materias primas decisivas para su desarrollo. Bajo el segundo, saqueo y expolio, los acusadores pretendían demostrar la íntima colaboración entre la Wehrmacht e IG Farben en la apropiación de las industrias químicas de Austria, Polonia, Checoslovaquia, Francia, Noruega, y Rusia. El último cargo, esclavización y asesinato en masa, era el más importante, y se centraba en las actividades de IG Farben en Auschwitz. En todos los cargos los fiscales intentaban demostrar que IG Farben no había actuado compelida por una presión intolerable del régimen nazi, sino por el ánimo de lucro, y que de hecho había obtenido inmensos beneficios de su estrecha colaboración con éste.
“Todos los acusados, actuando a través de IG (…) participaron en (…) la esclavización de prisioneros en campos de concentración (…) y en el maltrato, intimidación, tortura, y asesinato de personas esclavizadas. En el curso de estas actividades millones de personas fueron arrancadas de sus hogares, deportadas, esclavizadas, maltratadas, aterrorizadas, torturadas y asesinadas.”
“Farben, en completo desafío a la decencia y consideración humana, maltrató a sus trabajadores esclavizados sometiéndolos, entre otras cosas, a un trabajo desmesuradamente largo, arduo y agotador, sin tener en cuenta en absoluto su estado mental o físico. El único criterio que determinaba el derecho a vivir o morir era la eficiencia productiva de dichos prisioneros. A causa de insuficiente descanso, insuficiente comida, y de inadecuados alojamientos (que consistían en una cama de paja insalubre compartida por un número de prisioneros entre dos y cuatro), muchos murieron en el trabajo o se colapsaron por graves enfermedades allí contraídas. Con los primeros síntomas de disminución en la productividad de cualquiera de estos trabajadores, ya fuera causada por enfermedad o agotamiento, estos trabajadores eran sometidos a la bien conocida “Selección”. “Selección” simplemente significaba que si, en el curso de un examen, parecía que la capacidad productiva del prisionero no sería restablecida en los siguientes días, éste era considerado prescindible y enviado a “Birkenau”, campo de Auschwitz dedicado a la exterminación rutinaria. El significado de “Selección” y “Birkenau” era conocido por todos en Auschwitz, y se convirtió en un asunto de conocimiento general (…) La conducta de Farben en Auschwitz puede resumirse en un comentario de Hitler [1]: ¿Qué nos importa? Mira hacia otro lado si no puedes soportarlo.”
Du Bois estaba satisfecho con la evidencia recogida y el comienzo del juicio. Pero de forma paralela a su desarrollo se estaban produciendo acontecimientos externos que acabarían influyendo en su resultado. El invierno de 1947 fue excepcionalmente duro en Alemania, añadiendo el frío al tormento del hambre. En ese momento comenzaba a imponerse la idea, contraria a la que sustentaba el Plan Morgenthau, de que la recuperación económica de Alemania era esencial para la de Europa. En marzo el ex-presidente Herbert Hoover, que había sido enviado a Alemania por Truman, expresó en un informe:
“Hay una fantasía según la cual la Nueva Alemania (…) puede ser reducida a un ‘estado pastoril’. Esto no puede ser conseguido a no ser que exterminemos o desplacemos fuera de ella a veinticinco millones de personas.”
Y en julio el Secretario de Estado George Marshall emitió una nueva directiva para la zona ocupada bajo dominio norteamericano. ( Se trataba de la JCS, Joint Chief Staff 1779, que sustituía a la JCS 1067 dictada bajo el espíritu del Plan Morgenthau, que prohibía cualquier actuación que favoreciera la recuperación industrial de Alemania). La JCS afirmaba: “Una Europa pacífica y próspera requiere la contribución económica de una Alemania estable y productiva.”. Pero además el idilio entre Rusia y sus aliados de guerra había llegado a su fin. Stalin había dejado de ser el campechano “Tio Joe” que la propaganda americana había intentado presentar [2], y el comunismo se revelaba como un peligroso adversario para las democracias liberales. En marzo de 1947 se enunció la “Doctrina Truman”, por la que Estados Unidos garantizaba su apoyo económico y político a Grecia y Turquía para evitar su caída en la esfera comunista. Ese mismo mes, también gracias a la presión de Truman, los comunistas de los gobiernos de Francia e Italia fueron expulsados. Una renacida Alemania era necesaria como bastión contra la marea roja.
Ter Meer no consiguió parar la declaración de Struss. También fue devastadora para los intereses de IG Farben la de Norbert Jaehne, hijo de uno de los acusados, que detalló el maltrato recibido por los trabajadores de Monowitz. A estas declaraciones se sumaron las de supervivientes judíos y prisioneros de guerra que en conjunto pulverizaban las alegaciones de inocencia de los acusados. Estos entonces se dedicaron a hacer un uso masivo del ‘estado de necesidad’. Si no hubieran acatado las instrucciones de Hitler, alegaban, ellos mismos habrían acabado en el campo de concentración. El argumento fue tan repetido que el juez aclaró que una interpretación tan extensiva del estado de necesidad y de acatamiento de órdenes habría acabado llevando a la conclusión de que Hitler había sido el único responsable de los horrores del nazismo.
A final de año se abrió un nuevo frente contra la acusación en los Estados Unidos. El racista congresista de Mississippi John E. Rankin declaró: “Lo que está ocurriendo en Nuremberg, Alemania, es una desgracia. El resto de los países ya se han lavado las manos y se han retirado de esta saturnalia de persecución. Pero una minoría racial, dos años y medio después del fin de la guerra, está, no sólo ahorcando soldados sino juzgando hombres de negocios alemanes en el nombre de Estados Unidos.”
Mientras tanto el ritmo de los acontecimientos se aceleraba. En febrero de 1948 los comunistas tomaron el poder en Checoslovaquia, y en abril Truman puso en marcha el Plan Marshall. El juicio finalizó el 12 de mayo de 1948. Todos los acusados fueron declarados inocentes del primer cargo, preparación para una guerra agresiva. Del segundo, saqueo y expolio, nueve de los acusados fueron declarados culpables. Del tercero, esclavización y asesinato en masa, únicamente tres. Las penas fueron las siguientes:
Otto Ambros. Culpable del cargo tres. Ocho años de prisión.
Walter Durrfeld. Culpable del cargo tres. Ocho años.
Fritz ter Meer. Culpable de los cargos dos y tres. Siete años.
Carl Krauch. Culpable del cargo tres. Seis años.
Heinrich Buetefisch. Culpable del cargo tres. Seis años.
Georg von Schnitzler. Culpable del cargo dos. Cinco años.
Hermann Schmitz. Culpable del cargo dos. Cuatro años.
Otros cinco acusados fueron encontrados culpables del cargo dos y sentenciados a condenas entre tres y un año y medio. Josiah DuBois resumió el sentimiento general de los fiscales: estas penas serían leves incluso si se tratara de ladrones de gallinas.
[1] En realidad el comentario lo había hecho Himmler.
[2] Roosevelt creía realmente que Stalin era una persona franca y campechana. En 1943, en una conversación con su embajador en Moscú William C. Bullitt, en la que éste intentaba convencer al presidente de la malicia de Stalin, y del peligro de la “ameba roja” que amenazaba con fagocitar todo el este de Europa, Roosevelt le contestó: “Tengo la corazonada de que él (Stalin) no es esa clase de persona (…) Él no quiere nada más que seguridad para su país, y creo que, si le concedo todo lo que razonablemente pueda y no le pido nada a cambio, él, nobleza obliga, no intentará anexionar nada, y trabajará conmigo por un mundo de paz y democracia.”
Imágenes: 1) Los acusados. 2) Telford Taylor. 3) Manifestación en Berlín en el invierno de 1947: “Queremos pan; queremos carbón”. 4) Otto Ambros en el banquillo. 5) Fritz ter Meer. 6) Carl Krauch. 7) Cartel del Plan Marshall.
Comentarios
Muchas gracias por el comentario de hoy.
Siempre pensé que mucha parte de la responsabilidad en la llegada a Alemania del Régimen Nazi, la tuvo la primera guerra mundial, que no se debería haber producido nunca, ( esas alianzas de gobiernos de distintos países, obligándose a apoyos disparatados... ), y luego, las condiciones insoportables del tratado de Versailles impuestas por Francia, y aceptadas por Inglaterra y por Estados Unidos, que tenían a los alemanes esclavizados pagando una deuda imposible, y con la acusación de únicos responsables de la GMI, cuando tenían por lo menos igual culpa los demás.
Así que, el hecho de que quisieran los americanos que no se reprodujeran después de la GMII las condiciones catastróficas consecuencia del tratado de Versailles, me parece totalmente lógico y razonable.
Todavía hoy, después de tantísimos años, sigue habiendo reclamaciones a museos que hubieran comprado obras de arte que en algún momento hubieran pertenecido a judíos de Alemania, Austria o Francia de aquella época, aún en el caso de existir toda clase de pruebas de que los propietarios hubieran vendido esas obras de arte para conseguir el dinero necesario para emigrar a USA o a Israel.
Y, sin embargo, a los que los Lenin, Stalin, y demás dictadores bolcheviques hubieran quitado sus tierras, sus palacios, sus fábricas, sus obras de arte, sus tiendas, o sus posesiones de cualquier tipo, y que hubieran conseguido huir del país con lo puesto, a esos, y a pesar de haber caído oficialmente las dictaduras bolcheviques, nadie les ha devuelto lo que era suyo...
En Polonia, por ejemplo, que ahora se considera capitalista y democrática, el antiguo palacio de los Potocky ,( no sé si se escribe así o es Potoski ), que ahora se enseña en plan museo, y que es patrimonio oficial, pero que era de la familia, tiene , como compensación, al jefe y heredero de los Potocky de vigilante-guía del museo, con una pequeña vivienda de portero en el propio edificio...
Son varas de medir diferentes, según le parezcan mejores o peores las diferentes dictaduras, y los diferentes campos de trabajo y exterminio, a las progresías actuales.
Lo mismo que pasa con el terrorismo; que los terroristas se consideran patriotas o se consideran facinerosos según "la causa" que defiendan.
Muchas gracias por su entrada Sr. Navarth.
Imagino que conoce Regreso a Berlín, la segunda parte del Diario de Berlín de William Shirer. Se trata en mi opinión de una obra deslavazada, pero el periodista americano se las arregla para presentar algunos documentos importantísimos sobre los entresijos del nazismo, además de ser testigo del hundimiento de Alemania y de los juicios de Nuremberg.
Es muy, muy interesante la opinión de Shirer sobre esos juicios y sobre la ruptura con la URSS. Ayuda a comprender la obsesión de muchos por desindustrializar Alemania y lo que tardaron en percatarse del peligro soviético. Da que pensar que un hombre tan perspicaz como Shirer criticara la doctrina Truman y negara que fuera posible democratizar Alemania. Su miedo a los alemanes era tremendo. Desconozco si cambió de opinión con posterioridad, pues murió en 1993.
VIEJECITA, debo decir que comprendo todas las prevenciones que experimentaban los que contemplaron los horrores nazis ante la posibilidad de una Alemania renacida. Y creo que si bien Versalles pudo contribuir a la frustración de los alemanes y a echarlos en brazos de un movimiento de masas como el nazismo, lo que realmente fue decisivo para que éste floreciera fue otro factor: el racismo. Sólo en un campo abundantemente abonado de racismo pudo florecer la idea clave de los nazis: la lucha a muerte de un mundo glorioso representado por lo ario contra la amenaza tenebrosa de lo judío.
En cuanto a la doble vara de medir para las dictaduras de izquierda y derecha, no puedo estar más de acuerdo con usted: es una de las características del siglo XX. Bueno, y del XXI.
NONPOSSUMUS, si no me equivoco me dijo usted en una ocasión que le gustaría que terminara la serie de IG Farben. Pues bien, ya sólo queda un breve epílogo, y el ebook (gracias a la enorme gentileza de un remero del blog de SG) estará disponible a continuación. Con su permiso, se lo enviaré en cuanto lo tenga.
No conocía el regreso a Berlín de Shirer. Pero el Diario de Berlín me encantó. Me impactó una conversación de Shirer con su criada alemana en 1939, poco después de la invasión de Polonia:
- ¿Por qué los franceses nos están haciendo la guerra?- preguntó la criada.
- ¿Por qué les están haciendo ustedes la guerra a los polacos? – repliqué.
- Hum – dijo ella con el rostro inexpresivo – Pero los franceses son seres humanos – repuso finalmente.
Creo que lo explica todo.
Avizor, las penas fueron ridículas. Creo que contribuyeron a partes iguales el cambio de orientación política y que no acabaron de asumir que meros empresarios pudieran ser colaboradores necesarios del nazismo. Un error grave.
De la opinión de Roosevelt sobre Stalin hablaba en un librito (un auténtico churro, la verdad) que escribí hace un par de años sobre Vlasov, un general ruso que se pasó a los nazis. Por si le interesa puede leerlo aquí.
Saludos a todos.
La criada de Shirer le dio mucho juego, en efecto. En otro pasaje cuenta que le preguntó por qué los ingleses bombardeaban las ciudades alemanas.
-Porque ustedes bombardean Londres, responde Shirer.
- Sí, le contesta la criada, pero nosotros alcanzamos objetivos militares, mientras que los británicos bombardean nuestros hogares.
Aunque lo que más me llamó la atención de ese libro fue su insistencia en que ningún alemán con el que hablaba deseaba la guerra, incluso ante su inminente comienzo. En el fondo, la mayor parte de los alemanes estaban tan hartos como los franceses o los ingleses, pero a partir de cierto momento no hicieron nada por evitarlo. Fue como si se entregaran a su destino sin oposición.