Ulrich Beck, sociólogo, nos amenaza desde El País con la revuelta de la desigualdad. Y lo hace usando un arma temible: el promedio.
Beck calcula la riqueza global del planeta y detecta enormes desigualdades entre sus diversas partes. A partir de esa observación elemental, y dado que el mundo está dividido en países soberanos, con enormes diferencias políticas, jurídicas y religiosas entre ellos, uno podría pensar que la aproximación más razonable al asunto consistiría en ver cuál es el cocktail triunfador, es decir, cuál es la combinación de factores que hace que una sociedad avance.
Pues no. Beck, como tantos otros, prescinde de este enfoque, que lo llevaría a tener que aceptar que la democracia liberal y la economía de mercado suelen funcionar bastante bien allí donde consiguen ser implantadas. Por el contrario, la utilización del promedio lo lleva a considerar que si en el reparto mundial de las riquezas unos tienen más es porque se han apropiado de la parte de los otros, a los que oprimen. El método es sencillo: contemplemos a Arnold Schwartzenegger y a Danny de Vito y no podremos dejar de admitir que el primero se come la comida del segundo. Sin embargo este análisis consigue su objetivo, que es atacar al capitalismo (tan cargante)
En resumen, el análisis de Beck consigue penalizar al sistema que hace que las sociedades progresen (que, sospecho que para melancolía de Beck, no es el socialismo). Y lo curioso es que este análisis se suele considerar progresista.
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