
La ciencia-ficción es considerada habitualmente un género literario menor, entretenido pero sin mayor interés estético o intelectual. Contribuye decisivamente a ello el hecho de que normalmente se han dedicado a ella editoriales pequeñas, que no han dudado en presentar portadas repletas de vistosas naves espaciales, alienígenas plagados de tentáculos, y, en ocasiones, mujeres semidesnudas perseguidas por éstos. Por esto queda muy bien presentar una biblioteca cargada de libros de Camus, Musil o Canetti, pero el sabihondo de turno que acuda a una casa y vea libros de Robert Henlein, Larry Niven o Jack Vance esbozará una sonrisa de condescendencia. A veces, sin embargo, llega a manos de algún miembro de la cultura oficial un libro de ciencia-ficción. Lo hojea -suponemos que con desgana- y acaba gustándole. Sufre entonces un proceso de revelación y proselitismo, por el que se convence de que acaba de descubrir el género y decide hacer partícipes de su descubrimiento a los demás. Esto es lo que, conjeturo, ocurrió a Kubrick al leer El centinela de Arthur Clarke.
La película de Kubrick pasó a ser un hito en la cinematografía de ciencia-ficción, y se convirtió en lo que vagamente se llama una obra «de culto». Esto, de paso, dio gran fama al libro y a su autor. Pero ¿son en realidad tan buenos una y otro? Veamos lo que nos cuentan ambos.
La película consta de cuatro fases. En la primera, se nos presenta una tribu de simios homínidos en los albores de la humanidad. Llevan una existencia más bien lúgubre. Se alimentan de bayas y frutos que obtienen compitiendo con unos cuadrúpedos herbívoros, no mucho menos sofisticados que ellos, y son frecuentemente atacados y devorados por depredadores. También tienen problemas territoriales: sus intentos de ampliar su lebensraum y explorar otros horizontes chocan con la hostilidad de otras tribus de la misma especie. Un buen día, esta tribu encuentra un monolito, de aspecto perfectamente regular. Al contacto con él sucede algo singular: los miembros de la tribu aprenden. Aprenden, en esencia, a utilizar herramientas, lo que les proporciona un instrumento formidable para comenzar a dominar su entorno. Efectivamente, inmediatamente utilizan armas rudimentarias contra los herbívoros, los depredadores y las otras tribus. Los primates han comenzado a avanzar.
En la siguiente fase nos encontramos ya en el año 2001. La humanidad ha evolucionado hasta comenzar a conquistar el espacio. Ha construido estaciones espaciales que giran en torno a la Tierra, y ha creado bases permanentes en la luna, conectada con la Tierra mediante vuelos regulares. Es en la luna donde se ha descubierto algo extraño: un potente campo electromagnético en una zona deshabitada, que delata la existencia de un objeto enterrado. Al realizar las excavaciones para descubrirlo, sale a la luz un segundo monolito, que, al ser desenterrado, emite una señal dirigida a un tercer monolito que permanecía ignorado en Júpiter.
La tercera fase está constituida por el viaje a Júpiter. Es el primer vuelo tripulado a ese planeta, y la tripulación está formada por dos astronautas, tres técnicos en estado de hibernación y una computadora, HAL 9000. HAL 9000 posee una inteligencia, digamos, humana, y como tal, no esta libre de pensamientos aberrantes. En realidad parece comenzar a mostrar síntomas paranoicos, por lo que los astronautas deciden desconectarla. Esto es advertido por HAL 9000, que para evitar su muerte decide eliminar a toda la tripulación. Consigue un éxito parcial, pero es finalmente desactivada por el único superviviente.
En la última fase, el astronauta superviviente ha llegado a Júpiter. Entonces experimenta una serie de sensaciones psicodélicas, es proyectado por un vertiginoso túnel de luces y sonidos, acaba llegando a un cuarto ocupado por él mismo en su vejez (también aparece un monolito), y finalmente parece retroceder al claustro materno en versión cósmica, flotando en una bolsa de líquido amniótico interplanetaria. Esto es lo que nos presenta Kubrick, y con este mensaje críptico es complicado sacar alguna conclusión.
Ante este final sorprendente el espectador se encuentra con un serio dilema. Por un lado, es difícil admitir que Kubrick no haya sabido relatar correctamente la historia. Y es aún más difícil aceptar que uno no es lo bastante listo como para entenderla. Por ello, todo el mundo se apresura a hacer pintorescas interpretaciones del asunto del monolito.
Ante las dudas, podemos acudir a 2001, el libro que Clarke desarrolló como guion de la película sobre el relato original, y éste resulta ser sumamente clarificador. El argumento es el siguiente. Hace cuatro millones de años una raza extraterrestre visita la Tierra. Se trata de una raza super-inteligente que domina el viaje espacial. Su misión en la Tierra consiste en ayudar a que la especie humana evolucione hacia la inteligencia, y para ello se sirve de los monolitos. El primero de ellos cumple la función de transmitir los conocimientos necesarios para que los primates den un primer salto evolutivo. Los siguientes permanecerán ocultos hasta que la humanidad consiga desarrollar los viajes especiales y tomar contacto con ellos. El monolito de Júpiter proporcionará al que lo alcance un segundo compendio de conocimientos y sabiduría que permitirá a la especie humana realizar un segundo salto, hasta un escalón superior de la inteligencia. Podemos imaginar a estos seres recorriendo la galaxia realizando un incansable trabajo de siembra de conocimiento.
Todo el libro de Clarke trata por tanto de la inteligencia, y refleja sus concepciones sobre el asunto. Por ejemplo, Clarke no parece concebirla como algo lineal, sino a saltos: especie animal, especie inteligente, especie super-inteligente. Y podría decirse que defiende un concepto unitario de la inteligencia: o se es inteligente o no se es. Y, de forma coherente, nos presenta la inteligencia artificial de HAL 9000 desde una versión humanizada, dotándole de emociones también humanas. En el estadio superior que permitirá alcanzar el monolito de Júpiter, Clarke nos insinúa la transformación del hombre en un ser vagamente energético, libre de las ataduras de la materia, lo que supone una continuación de la discusión entre cuerpo y alma, materia y espíritu. Esta contraposición entre materia y energía me parece falaz, ya que los etéreos fotones son tan físicos como los groseros compuestos de carbono (aunque, eso sí, no hacen caca) Un libro interesante, desde luego.
En cuanto a la película, Kubrick relata bien las tres primeras fases, y se pierde irremediablemente en la última. Creo que, indiscutiblemente, es un error esencial que el director cuente la historia de manera que un espectador razonablemente inteligente no pueda entenderla, de modo que lo de obra maestra vamos a dejarlo. Además la película tiene un problema adicional. El director se recrea tanto en las escenas que resultan sorprendentemente largas. Esta longitud, que excede cualquier medida lógica, sólo podemos entenderla si escuchamos la voz de Kubrick diciéndonos lo siguiente: «Ya sé que mis escenas son cinco veces más largas de lo necesario. Pero son tan bonitas, y con una música tan maravillosa, que os van a fascinar». Es, por tanto, una película pretenciosa.
Propongo por todo ello que sea utilizada, junto al Ultimo tango un París, como arma para detectar a los pelmazos con ínfulas intelectuales (serán todos aquellos que las califiquen de sublimes, manifiesten que la de Bertolucci es una reflexión genial sobre la soledad del ser humano o realicen interpretaciones rebuscadas sobre el monolito).
Comentarios
Muy agradecido.