Tras el naufragio ministros y asesores se han lanzado a dar las explicaciones más pintorescas. Feijoo embarró el debate dicen todos, intentando que olvidemos el rictus crispado de Sánchez y sus continuas interrupciones. La culpa es de los presentadores que tenían que haber estado entre ambos, ha explicado inopinadamente Zapatero. Valentina de Crepax ha optado–para eso es ministra de ciencia- por una explicación con un nombre impactante: Feijóo empleó el «galope de Gish» que, al parecer, consiste en lanzar trolas como una ametralladora para que el contrario no pueda responder todas. Pero ¿el trolero oficial no es Sánchez? Sí, pero es que en esta campaña ha decidido derrotar a los elefantes de Lakoff por cansancio paseándolos por todos los lados. Y así el presidente, en lugar de pasar de puntillas por asuntos –ejem- no muy presentables, ha decidido exhibir a Bildu -sólo le ha faltado pedir él el voto a Txapote-, el Falcon y las mentiras de su Gobierno, convencido de que al ser tan guapo y tan alto basta con marcar mucho paquete para que la gente se rinda a sus pies. Con algunas ha funcionado, desde luego.
Pero la explicación es mucho más simple, aunque esta lección nunca se aprende. Está en el funcionamiento de los partidos, en la tendencia cesarista de los líderes y su afición a rodearse de un coro de Smithers, y en el deseo de éstos de mantenerse aunque sea a costa de hacer la pelota y renunciar al decoro. Luego el líder se vuelve tarumba y acaba besando perritos ante las cámaras, pero sus adeptos siguen riéndole las gracias. Y después llegan a convencerse de que en realidad tiene gracia porque –así funciona el ajuste de disonancia- es mejor eso que asumir que ellos son simples esclavos de más o menos lujo. Esto, tras muchos ajustes, los hace más tontos y acaban no distinguiendo muy bien la realidad de la propaganda. Ahí tienen a la ministra Ribera que, con unas pocas pedaladas, dio ayer la vuelta al mundo subida al ridículo. Sí, amigos, los partidos acaban convirtiéndose en sectas.
En fin, todo esto es para decirles que necesitamos una reforma de la Ley de Partidos. La desconfianza hacia los afiliados –a veces muy justificada- ha llevado a la conclusión inamovible de que el líder y su sanedrín deben tener poderes suficientes para controlar el partido: imagínate que adquirieran poder los pirados de la agrupación de Tomelloso. Por eso los partidos acostumbran a aceptar los mecanismos de la democracia liberal, pero sólo hasta la puerta de sus sedes. Una vez dentro no hay separación de poderes –todos están en el líder- ni controles ni contrapesos. Peor aún: como se considera de mal gusto contradecir al Baghwan de turno el debate queda proscrito, y sin él –ya nos advirtió Stuart Mill- se pierde la capacidad de argumentar aunque tengamos razón. Los partidos acaban sustituyendo los argumentos por la emisión incontrolada de eslóganes, quizás con la técnica del «galope de Gish», y los ciudadanos acaban asumiendo un papel un tanto hooligan y aborregado. En suma, sacrificar la democracia interna del partido para evitar a la agrupación de Tomelloso no está funcionando muy bien, y en realidad los más trepas son los mejor preparados para acceder a los sanedrines. Por eso merece la pena intentarlo. Merece la pena encontrar a un Madison, un Hamilton y un Jay que entiendan cómo funcionan los partidos y cuál sería su papel ideal de intermediador entre la política y el ciudadano. Que trasladen los mecanismos de la democracia liberal al interior de los partidos, y que añadan otros para consagrar la transparencia y la rendición de cuentas. De paso tal vez así consigamos evitar que la agenda política sea sustituida por la agenda partidista, pero esto es otra historia.
Comentarios
(Cuando vengas a Madrid avisa y nos vemos)
¿ Donde encontramos "un Madison, un Hamilton, o un Jay para que , entendiendo el papel de los partidos como intermediadores entre la política y el ciudadano, trasladaran al interior de los partidos la transparencia y la rendición de cuentas "?
¿ Donde lo encontramos, si para uno que sabemos que podría ejercer ese papel, decide asqueado abandonar la política ? ( Y me parece a mí que no necesito señalar ).
Un abrazo