La violencia de género -corríjanme si lo he entendido mal- es la que sufren las mujeres precisamente por ser mujeres. Tiene su origen en las relaciones de poder de un sexo sobre otro que genera, por alguna razón, el capitalismo, que produce una serie de sesgos en los hombres que los predisponen hacia una cultura machista. Por eso este sistema recibe el nombre de heteropatriarcado. El machismo, su producto cultural, es la creencia en que la mujer es inferior al hombre, debe estar subordinada a éste, y sus derechos deben ser más limitados. Por ejemplo, históricamente el machismo ha justificado que las mujeres no tuvieran derecho al voto, o que requiriesen la asistencia del hombre más cercano para realizar ciertos actos. El heteropatriarcado occidental, en suma, ha creado estructuras invisibles de poder. Estas estructuras generan una especie de campos de fuerza inconscientes que atraen a las personas, en función de sus identidades, a distintos roles, opresores u oprimidos según los casos. Los que dicen que la violencia de género es relativamente pequeña en la sociedad no se dan cuenta de que es la manifestación más extrema del heteropatriarcado, la punta del iceberg heteropatriarcal. Si la violencia contra las mujeres es violencia de género, y ésta la ha generado el heteropatriarcado occidental, entonces la solución obvia es desmontarlo. Es necesario legislar para corregir los sesgos -es normal crear otros opuestos para compensarlos- y formar a hombres y mujeres para que ingieran la pastilla roja de Matrix y entiendan su verdadero papel de opresores y oprimidas respectivamente.
Obsérvese que esta definición mezcla y confunde (voluntariamente) tres conceptos diferentes: violencia contra las mujeres, violencia de género y machismo. Y con esto se consiguen resultados asombrosos. Para empezar permite, cuando alguno cuestiona la explicación a la violencia que proporciona la “violencia de género”, y las soluciones que ésta propone, activar automáticamente un anatema –“negacionista”- y un hombre de paja: “niega que exista violencia contra las mujeres”, exclaman mientras se rasgan las vestiduras. Por su parte el que ha puesto en duda la ideologizada explicación, como tampoco ha reflexionado mucho sobre el asunto, puede acabar asumiendo el hombre de paja en el que lo han convertido y negando toda violencia. O, asustado ante el despliegue de indignación virtuosa, puede acabar asumiendo el dogma de la “violencia de género” y la maldad de occidente (esto parece haber ocurrido a Semper). También pueden aportar un nuevo término a la discusión con el fin de evitarla: “violencia intrafamiliar”.
Pero además con la confusión de conceptos se consigue atacar el sistema odiado -la democracia liberal occidental con economía de mercado- que es precisamente el que ha conseguido desterrar eficazmente la cultura machista. Y uno se puede poner de perfil ante las culturas no occidentales en las que existe verdadero machismo. Con esto el neofeminismo demuestra su radical insinceridad: la igualdad y el bienestar de la mujer importan menos que la demolición del sistema.
Por mi parte rechazo la “violencia de género”, esa explicación ideologizada tan científica y efectiva para prevenir la violencia contra las mujeres como aplicar sanguijuelas ante un ataque de apendicitis. Los únicos “negacionistas” son los que prescinden olímpicamente de la biología; los que cierran los ojos a la historia evolutiva del hombre y sus mecanismos adaptativos -y adaptativos no quiere decir que sean moralmente buenos, o que no sean repugnantes- renunciando así a detectar las situaciones con más riesgo de violencia; los que omiten las estadísticas cuando contradicen los dogmas de género; los que ignoran, en suma, la realidad.
Y, oigan, es muy peligroso permitir que, bajo la máscara virtuosa del feminismo, se desmantelen instituciones básicas de nuestra democracia. La igualdad se encuentra en el artículo 14 de nuestra Constitución, no en desigualdades identitarias expresadas en doblepensar.
Comentarios
Los interesados son maestros en achacar al enemigo los defectos que les da la gana y convencer a los suyos de que esa es la verdad.
Exactamente como le achacaban dichos que no había dicho al doctor Cottard, ahora que Yolita relaciona el tiempo perdido con el tiempo laboral. Yolita, si alguien no perdió el tiempo, ese fué Proust. Igual esa sintaxis tan compleja le trastornó las neuronas parlantes.