La brújula representa las recetas que alguien cree tener para mejorar la sociedad, incluyendo diagnósticos, soluciones y valores. El mapa señala el camino hacia el lugar desde donde podrán ser materializadas –es decir, el poder-. El idealista tiene brújula pero carece de mapa; al ignorar las restricciones de la realidad -como recuerda Lincoln- se precipitará de cabeza por un barranco. El maquiavélico tiene mapa pero no brújula, lo que le permite eludir los parajes más incómodos. Observa con desdén al idealista y convierte su propia ausencia de convicciones en inteligencia y virtud: la política no es nada más que esto, repite a quien le quiera oír. Dos observaciones políticas: una, en realidad el maquiavélico suele ser un pelmazo destructivo que ni siquiera tiene un buen mapa; dos, resulta que Maquiavelo tenía mapa y brújula, aunque apuntaba a un lugar no excesivamente interesante para nuestras percepciones –la grandeza de la antigua Roma, y tal-.
Es recomendable que el líder escuche las dos voces de su conciencia política, como en los dibujos animados. Pero debe ser consciente de la tentación definitiva que se le acabará presentando: convertirse en su propia brújula. Y la racionalización más frecuente será esta: si yo me voy, nadie hará lo que yo puedo hacer; por tanto, lo más beneficioso para la sociedad es mi permanencia en el poder. Esto le permite diferir indefinidamente la puesta en práctica de sus recetas. La brújula me señala a mí.
Y así se produce la lenta marcha de lo descriptivo a lo prescriptivo; la pugna entre el ser y el deber ser como fuerza propulsora de la política. Como no sé cómo acabar esto les dejo esta inspiradora frase:
«La política debería ser realista; la política debería ser idealista. Estos dos principios son verdaderos cuando se complementan, y falsos por separado». Johann K. Bluntschli
Comentarios
MATEO, 10, 16.
Para todo eso está la estructura de fines y medios combinada con el DAFO.
Teo, que parece ingeniero, lo debe de saber. Por lo menos la dirección de proyectos.