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DECÁLOGO CIUDADANO


«Muchos de nuestros enfrentamientos sociales derivan de esa borrachera de narcisismo. Llevamos décadas bebiendo de dos ideologías que han embriagado nuestro yo. Por un lado, el individualismo económico, promocionado por la derecha ultraliberal; y, por el otro, el individualismo cultural, promovido por la izquierda cosmopolita. Unos y otros han roto los lazos que nos unían a la comunidad, librándonos de anticuadas responsabilidades y deberes hacia los demás».

El autor habla de deberes y responsabilidades, y de «borrachera de narcisismo»; más adelante se atreverá a decir que la religión y la patria no están tan mal, alertará de los riesgos sobre los hijos criados en familias monoparentales, e incluso defenderá recuperar un servicio militar y civil a favor de la comunidad. ¿Es un peligroso neocón? ¿Un abuelete? No, es alguien tan constructivo como Víctor Lapuente, que ha entendido que el armazón moral de la sociedad se está resquebrajando, y que debemos reconstruirlo si queremos que nuestra democracia perviva tal y como la conocemos. Porque es el momento de reconocer que, confortables y aún opulentos, estamos en una fase de decadencia, movidos únicamente por la inercia.

La base de la convivencia social, erosionada por el egoísmo, son las obligaciones recíprocas:

«Las tres organizaciones alrededor de las cuales hemos proverbialmente tendido los hilos de las obligaciones mutuas —la familia, la empresa y la nación— están en crisis existencial y no nos ofrecen el cobijo de la pertenencia a un grupo ni la fortaleza de una narrativa motivadora».

Es normal que hayamos acabado borrachos de narcisismo porque, como recuerda Lapuente, hemos bebido de todas las fuentes posibles. La proveniente de la izquierda ha debilitado la nación entendida como perímetro de igualdad y solidaridad:

«Como si fuese una enfermedad contagiosa, las izquierdas del resto de las democracias del mundo contrajeron una alergia similar al patriotismo. El Mayo del 68 sirvió de catalizador de un sentimiento antipatriótico en las izquierdas que osciló entre, por un lado, el escepticismo, la burla a los símbolos nacionales, las manifestaciones pacíficas y los movimientos de objeción de conciencia; y, por el otro, los sabotajes y el terrorismo de extrema izquierda de las Brigadas Rojas en Italia, la Baader-Meinhof en Alemania, el IRA en Irlanda del Norte, o ETA y los GRAPO en España».

Desde inicios de este siglo la izquierda ha agravado esta pérdida de cohesión con la fragmentación de la ciudadanía en identidades victimizadas. Por cierto, el desprecio hacia la sociedad en la que uno vive confortablemente recuerda mucho a la adolescencia. Porque, aunque Lapuente no lo menciona, lo que eclosiona en mayo del 68 es una revolución juvenil, con todos los síntomas de esa afección.

Pero también los que nos pretendemos ilustrados tenemos nuestra cuota de responsabilidad: nuestra aversión al tribalismo y a la disolución del individuo en la masa, nos ha hecho recelar del patriotismo. Ahora nos damos cuenta de que tenemos que hacerlo convivir con el cosmopolitismo, evitando en todo momento que transmute en nacionalismo tribal. El populismo pinta la realidad con brocha gorda; en realidad el pincel que vamos a necesitar es mucho más fino de lo que sospechábamos.

Por su parte la derecha ha consagrado la virtud de la codicia en la economía, y ha convertido en ingenua la exigencia de ética en los negocios –el único fin de la empresa es la obtención de beneficios, decía Friedman-.  Debemos esta racionalización del egoísmo a todos los liberales que leyeron La riqueza de las naciones pero no La teoría de los sentimientos morales, descubriendo el mercado de bienes y servicios e ignorando el de obligaciones comunitarias. Pero además la derecha ha perdido a Dios. ¿Esto es importante? Según Lapuente sí: creer que hay algo superior a nosotros, sea la patria o dios, nos sirve para justificar un sistema de valores, para cohesionar, y para evitar creernos dioses nosotros mismos. Esto es, sin duda, un planteamiento atrevido. Pero conviene recordar, en todo caso, que al matar la religión no se acaba con el sentimiento religioso de pertenencia, sentido de la vida y trascendencia sino que acaba depositándose –como Chesterton advertía- en cualquier otra cosa, como las ideologías o el veganismo.

¿Y por qué no ser egoístas? Porque somos primates ultrasociales, y nuestro éxito como especie se debe a la capacidad de cooperación. Aunque nuestro ultraindividualismo nos invite a fingirlo, no vivimos en una isla desierta y nuestros éxitos son inconcebibles al margen de la sociedad, algo que Obama intentó poner de manifiesto -«you didn’t build that»- en su campaña ante Romney. Paradójicamente ni siquiera nuestro narcisismo nos lleva a ser más felices, como demuestra la evolución del consumo de ansiolíticos o la tasa de suicidios. Y es que, por selección natural, los que hoy estamos aquí tenemos fuertes instintos comunitarios. No somos el solitario homo economicus movido exclusivamente por impulsos egoístas; como recuerda Jonathan Haidt, nuestros instintos morales reflejan que somos una especie colaborativa.

La entropía moral afecta a la democracia y el capitalismo; es necesario volver a contemplar los tres elementos, familia, empresa y nación, desde una perspectiva ética. Desgraciadamente los tres están teñidos de ideología –la izquierda encuentra automáticamente retrógrada la defensa de la familia tradicional; la derecha considera intolerable intervencionismo la exigencia de empresas éticas- lo que dificulta las aproximaciones pragmáticas. Lean el Decálogo de Víctor Lapuente: contiene ideas imprescindibles para afrontar el camino.

 

Víctor Lapuente, Decálogo del buen ciudadano: Cómo ser mejores personas en un mundo narcisista


Comentarios

viejecita ha dicho que…
Querido Don Navarth
He leído su texto, y me he comprado inmediatamente el libro ( ya lo tengo en mi kindle ).

Que necesito animarme, que no paro de compararnos a los viejecitos españoles de derechas con pensiones decentes y con ahorros , ahora , ante este gobierno , con los judíos alemanes frente al gobierno alemán del III Reich , legítimo ( mal que nos pese ) , o con los kulaks, y los dueños de farmacias, o así, y los gobiernos bolcheviques en tiempos de Stalin etc. Y me temo lo peor.

En cuanto termine Two Lives, de Vikram Seth, que había pasado bajo mi radar, me pongo con ello.
Muchas gracias
navarth ha dicho que…
Querida Viejecita, pues yo tomo nota de su libro de Seth. ¡A ver cuándo nos podemos tomar un café! Un fuerte abrazo.
Carlota ha dicho que…
Ya es casualidad que este finde, confinado, he vuelto a leer las entrevistas de CAT a Haidt* y a Peterson**. No voy a pasar por alto ese Decálogo ..., aunque estoy leyendo ahora, a velocidad de tortuga, el "España frente a Europa", del gran Bueno, ralentizado por el vocabulario del cierre categorial, que aún no he conseguido abrir a modo.
Este otro autor, Víctor Lapuente, del que no he leído más que algún artículo -parece que el pobre está en la escudería del País, que no frecuento- tiene otros títulos muy interesantes, de los que, acaso por razones profesionales, me llama más la atención "Organizando el Leviathan ..." muy sugerente. Gracias a ud. admirado Navarth., le pongo en mis tareas inmediatas
*https://www.elmundo.es/opinion/2018/10/08/5bba0870268e3ebc3a8b45cc.html
**https://www.elmundo.es/opinion/2018/02/12/5a80aa4746163f61168b4622.html
navarth ha dicho que…
Dª Carlota, qué alegría. El Leviathan es la tesis doctoral de Lapuente. Es un libro bastante denso que trata de la reforma del funcionariado, un asunto esencial en el que los políticos jamás se aventurarán porque es un campo de minas -son mucho más agradecidos los asuntos divisivos y “culturales”, que no están sujetos a evaluación de resultados-. Aquí escribí una reseña sobre el libro:
http://navarth.blogspot.com/2020/04/pensemos-en-un-elefante-bastante-grande.html
Un fuerte abrazo.
viejecita ha dicho que…
Don Navarth :
Esta noche he terminado el libro . Me ha encantado. Porque estaba muy deprimida, y me ha levantado el ánimo. Que eso de cambiarse uno mismo, viéndose desde una óptica opuesta, para entender a los "Hotros", me parece una buena estrategia para alcanzar la calma.
Y lo de "olvidarse de lo que uno no puede hacer nada para cambiar, centrarse en lo que sí puede cambiar, e intentar diferenciar lo uno de lo otro", me parece a mí una plegaria estupenda. ( He tenido varios amigos que estaban en A.A, y esa plegaria era su emblema, y la llevaban siempre encima, para recordarla en los momentos malos.

Muchas Gracias.
José ramón martínez ha dicho que…
Magnífica reflexión sobre el libro. ¡Me ha alegrado el día leerle!
navarth ha dicho que…
Y yo me alegro mucho, y le agradezco su amabilidad!

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