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a.t.p. LOS ENEMIGOS DE LA ILUSTRACIÓN: JOSEPH DE MAISTRE

Es el momento de hablar de los enemigos de la Ilustración, no incluyendo en este categoría a aquéllos que han percibido sus ingenuidades – su creencia contra toda evidencia en que el hombre es un ser racional y bueno – o incoherencias - su tendencia a considerar ilimitados y compatibles anhelos como la libertad y la igualdad - sino a aquéllos que pretenden una enmienda a la totalidad. A aquellos que frente a la razón invocan el prejuicio y la oscuridad; a los que, frente a la universalidad de los valores ilustrados, defienden el particularismo; a los que que pretenden devolver a la tribu el foco puesto por la Ilustración en el hombre.


'Un fiero absolutista. Un teócrata furibundo, un legitimista intransigente, apóstol de una monstruosa trinidad compuesta por Papa, Rey y Verdugo. Siempre y en todo lugar campeón del más duro, estricto e intransigente dogmatismo, una oscura figura salida de la Edad Media, en parte cultivado doctor, en parte inquisidor, y en parte ejecutor' [1]. Esta es quizás la versión más moderada que se puede obtener de Joseph de Maistre (1753-1821). Otras incluyen los apelativos de fanático, carnicero, energúmeno, sádico o cruel adalid del terror. Es como si todas sus obras estuvieran escritas desde el patíbulo, dice Lammenais. Unamuno hablará de la 'carne podrida del matadero del difunto conde Jose de Maistre' [2]. En persona el fiero inquisidor es un caballero refinado, inteligente, provisto de impecables modales y gran conversador. Ha nacido en Saboya, que en esos momentos forma parte del reino de Cerdeña y Piamonte. Es éste un reino ilustrado, y el conde de Maistre, como tantos aristócratas del momento, es un moderado reformista. Sin embargo, asiste a la revolución desatada junto a sus fronteras, y esta impresión ya no se borrará. Desde Turín comienza a escribir brillantes panfletos contra los revolucionarios, que enseguida atraen la atención del público. El rey de Cerdeña no está confortable con este agudo crítico teniendo tan cerca la Francia revolucionaria, que ya ha invadido Saboya, y decide enviarlo lo más lejos posible. El destino más remoto resulta ser San Petersurgo, donde ejerce como un representante diplomático granjeándose el aprecio de la corte y del propio Alejandro I. Maistre quedará encantado con la experiencia rusa, y escribirá allí las Veladas de San Petersburgo. Finalmente el zar, alarmado al comprobar que el austero diplomático ha conseguido convertir a un cierto número de damas de la corte a la fe católica, solicita su devolución al rey de Cerdeña. Regresa así a Turín, donde fallece en 1826 rodeado de fama.

Maistre no perdonará jamás a 'la secta', los ilustrados que han traído la destrucción a su amada Francia, y considerará a Voltaire su enemigo personal. Su aversión por la Ilustración es tan inexorable que lo lleva a situarse por definición en el extremo más alejado de todos sus valores. Así frente a la creencia en la razón como herramienta para desbrozar el camino hacia un mundo feliz, en la actualidad cubierto por las malas hierbas de la ignorancia, Maistre antepone el prejuicio y la superstición. A fin de cuentas, argumenta, el prejuicio es simplemente la sabiduría del pasado, probada por la experiencia a través de los siglos, y sedimentada en el inconsciente. Y defiende asimismo el valor de la intuición:

Es una de mis ideas favoritas pensar que el hombre justo es con frecuencia avisado por una sensación interior de la falsedad o verdad de cualquier proposición antes de analizarla, a menudo sin tener los estudios necesarios para examinarla con un completo conocimiento del caso”.

Gracias a esta intuición su alter ego en las Veladas se permite poner en duda la acción de la luna sobre las mareas o la descomposición del agua en sus moléculas.

Estoy inclinado a creerlo casi infalible en cuestionas de filosofía racional, moral, metafísica y teología natural. Es un rasgo de la sabiduría divina (…) haber dispensado al hombre de la ciencia en todo lo que realmente importa”.

Maistre está más atinado al burlarse de la tendencia a considerar la historia y las instituciones humanas como fruto de la planificación racional. Las nociones racionalistas no funcionan, y si queremos entender cómo funciona el mundo debemos mirar hacia lo irracional. Consideremos el caso de una batalla. La gente piensa que los generales dictan tácticas, las tropas marchan ordenadamente, y el desenlace es previsible aplicando fórmulas casi matemáticas que incluyen la fuerza de los ejércitos y sus movimientos, pero la cosa no es así. En la batalla hay ruido ensordecedor, sudor, muerte, miedo. ”Cinco o seis tipos de intoxicación” poseen a los contendientes, que son incapaces de decidir racionalmente qué es lo que está pasando, si las propias tropas son o no más numerosas, y quien está ganando y perdiendo el combate. En realidad es una fuerza misteriosa la que lo decide, y no la aplicación de unas reglas obtenidas de un libro de texto [3]. La vida funciona del mismo modo, irracional, desordenada, y no sujeta a leyes conocidas, y es una grave distorsión presentarla de otro modo.


Por eso se ríe del contrato social – pues Rousseau es otra de sus bestias negras – y de la pretensión de construir instituciones y sociedades perfectas en el laboratorio de la razón. Rousseau podría preguntarse, dice de Maistre, cómo se creo el lenguaje, y sin duda respondería que un montón de personas muy racionales, por señas, decidieron crearlo. Los hombres de una primera generación dijeron BA, y los de la siguiente BE. Los asirios se inventaron el nominativo, y los medos el genitivo. Y es que Rousseau se empeña en defender sus construcciones racionales aunque éstas se desbaraten ante el contacto con la realidad. Por ejemplo cuando predica la vuelta al noble salvaje anterior a la acción corruptora de la sociedad. ¿Y ese quién es? dice de Maistre. El salvaje no es noble, sino cruel, brutal y obtuso. O cuando tranquilamente dice que es sorprendente que el hombre, que ha nacido libre, esté por todas partes sometido: esto es como si dijera que es extraño que las ovejas, que han nacido carnívoras, se pasen todo el tiempo comiendo hierba. Pero es que la visión que Maistre tiene del hombre en general no puede ser más opuesta al optimismo de Rousseau:

Tan pronto como se abandona el reino de lo inanimado se encuentra el designio de muerte violenta escrito en todas las fronteras de la vida (..) En cada gran división del reino animal, un cierto número de animales se encargan de devorar a los otros. De este modo hay insectos depredadores, aves depredadoras, peces depredadores y cuadrúpedos depredadores. No hay un instante en el que un ser viviente no esté siendo devorado por otro o devorando a otro. Por encima de todas estas numerosas especies animales se sitúa el hombre, cuya mano destructiva no perdona nada de lo que vive. Mata para alimentarse, mata para vestirse, mata para adornarse, mata para atacar, mata para defenderse, mata para adiestrarse, mata para divertirse, mata por matar: un magnífico y terrible rey (…) El hombre reclama todo inmediatamente; toma las entrañas de la oveja para hacer que su arpa resuene, los huesos de la ballena para dar rigidez al corsé de la joven, del lobo sus dientes más temibles para pulir sus bonitas obras de arte, del elefante sus colmillos para hacer un juguete para el niño. Sus mesas están cubiertas de cadáveres (…) Pero ¿quién exterminará a aquél que extermina todo lo demás? ¡El hombre! Es el hombre mismo el que tiene la tarea de degollar al hombre”.

Es imposible entender el pensamiento de Maistre sin entender la importancia que da al pecado original, a la necesidad de expiar colectivamente las culpas. Porque si el mundo es un lugar sanguinario es porque los crímenes no son perseguidos lo suficiente:

Es la guerra la que cumple este designio. ¿No oyes a la tierra misma gritando y pidiendo sangre? La sangre de los animales no le satisface, ni siquiera la de los criminales derramada por la espada de la ley. Si la justicia abatiera a todos los criminales no habría guerra, pero sólo puede cazar a unos pocos y a menudo los perdona, sin sospechar que esta cruel humanidad contribuye a la necesidad de la guerra, en especial si al mismo tiempo otra ceguera no menos estúpida trabaja para extinguir la expiación en el mundo (…) La tierra entera, perpetuamente bañada en sangre, no es otra cosa que un inmenso altar en el que todo ser vivo debe ser inmolado sin fin, sin restricciones, sin descanso, hasta la consumación del mundo, hasta la extinción del mal, hasta la muerte de la muerte (…) El ángel exterminador gira en torno a este mundo desdichado como el sol, y concede brevemente un respiro a una nación mientras golpea a otras. Cuando los crímenes, y en especial los crímenes de una cierta naturaleza se acumulan hasta un punto, el ángel implacable acelera su incansable vuelo (…) La guerra es por tanto divina en sí misma, porque es la ley del mundo”.

El hombre es un ser desdichado que debe ser permanentemente castigado para expiar los pecados de su raza. Incluso las enfermedades que padece son consecuencia de sus pecados. El hombre es por naturaleza malo, perverso y cobarde. En realidad el hombre no existe para Maistre. En toda mi vida he conocido franceses, italianos, rusos, dice. Sé también, gracias a Montesquieu, que se puede ser persa. Pero lo que se refiere al hombre, declaro que no lo he visto en la vida; si existe, es desconocido para mí. Y si el conde niega el concepto universal de humanidad, no es de extrañar que niegue también los derechos humanos. El hombre aislado carece de importancia, y las anclas que evitan que la sociedad derive y naufrague son la oscuridad y el terror – o, como expondrá al zar, la iglesia y la esclavitud -. Y el verdugo.


Porque la guerra es sagrada para Maistre, y eso explica por qué el soldado que vuelve de matar inocentes goza de enorme respeto en la sociedad. Pero ¿por qué no se dispensa al verdugo una deferencia similar? En este punto Maistre se embarca en una de sus más conocidas disquisiciones, con la que terminaremos esta entrada:

Apenas le han asignado alojamiento las autoridades, apenas ha tomado posesión del mismo cuando los otros hombres mudan su vivienda a cualquier otro lado para no tener que verlo. En mitad de este aislamiento, en este especie de vacío formado en torno suyo, vive solo con su pareja y su descendencia, que lo familiarizan con la voz humana. Sin ellos no oiría otra cosa que gemidos. Una señal es dada. Un oscuro funcionario de justicia llama a su puerta para avisarle de que es necesitado. Se prepara. Llega a una plaza pública abarrotada con una muchedumbre que se agolpa y jadea. Se le entrega a un envenenador, un parricida, un blasfemo. Él lo coge, lo amarra a una cruz horizontal, y alza sus brazos. Hay entonces un silencio horrible en el que no se oye nada más que los huesos rotos a barrazos y los aullidos de la víctima. Él lo desata y lo lleva a un potro. Los miembros rotos son atados a los grilletes, la cabeza queda colgando, los pelos de punta, y por la boca, abierta como la puerta de un horno encendido, escapan entre sangre palabras entrecortadas con las que pide la muerte. Ha terminado; su corazón palpita, pero es con alegría. Se felicita y se dice interiormente 'nadie quebranta a los hombres en el potro tan bien como yo'. Desciende, extiende su mano ensangrentada y la justicia le lanza unas cuantas monedas de oro, que él se lleva a través de una doble hilera de hombres que reculan horrorizados. Se sienta a la mesa y come, y se va a la cama y duerme. Al levantarse piensa en cualquier cosa distinta de lo que hizo el día anterior. ¿Es esto un hombre? Sí. Dios lo recibe en sus santuarios y le permite rezar. No es un criminal, y sin embargo nadie osará decir, por ejemplo, que es virtuoso, que es honrado, que es admirable etc (…) Y sin embargo toda la grandeza, todo el poder, toda la subordinación descansa en el verdugo; él es al mismo tiempo el horror y el vínculo de la sociedad humana. Elimina este incomprensible agente del mundo y en un momento el orden da paso al caos, los tronos se derrumban, y la sociedad desaparece”.

[1] Emile Faguet.
[2] M. de Unamuno en La agonía del cristianismo al hablar de La encuesta sobre la monarquía de Maurras.
[3] La descripción que Maistre hace de las batallas influirá decisivamente en Tolstoi, que la adoptará al hablar Borodino en Guerra y paz.

Imágenes. 1) Joseph de Maistre; 2) Una escena de Borodino; 3) El apacible río Nevá, escenario de Las veladas de San Petersburgo.

Comentarios

Demangeon ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Demangeon ha dicho que…
Buena entrada. La verdad es que siendo menos conocido hoy en día que los ilustrados seguramente sus análisis de la realidad son bastante más verdaderos si se elimina el elemento teológico. Me refiero a aspectos como que las instituciones humanas no son fruto de la razón sino de procesos históricos caóticos, el papel de la fuerza y la coerción en el mantenimiento del orden social, la crítica al pasado idealizado del buen salvaje etc.

Un saludo
Carlota ha dicho que…
¿no recuerda un tanto a Hobbes, aunque más literario y menos profundo?

Veo que ha prevalecido el juicio "progresista" -como siempre-:
'Un fiero absolutista. Un teócrata furibundo, un legitimista intransigente, naturalmente, porque quienes asesinaron sin tasa en nombre de la razón y con sus devastaciones provocaron la reacción literariamente expresada por Maistre no eran fieros, no eran furibundos, no eran intransigentes, sino benefactores de la Humanidad, así, a lo grande, aunque para la argamasa de su benéfica obra fuese necesaria la sangre de incontables víctimas.
Me pregunto si conoció Berlanga el texto de la entrada sobre el verdugo.
viejecita ha dicho que…
Hola Don Navarth
Muchas gracias por esta entrada. Que es estupenda, y encima, tiene el mérito añadido por su parte, de haberla escrito en plenas "vacaciones" de agosto, y con el trabajo que tendrá ahora, preparando las elecciones.

Yo me crié con mi abuela, en un ambiente totalmente "ancien régime" , y conocía algo a De Maistre.
A mí, Voltaire siempre me gustó ( tengo sus obras en la edición de La Pleïade, y las releo con placer ), pero en cambio, respecto de Rousseau, estoy bastante de acuerdo con la opinión de De Maistre que usted nos señala. Y si no lo hubiera dicho usted ya, hubiera hablado de Tolstoï, de Guerra y Paz, y de lo que son las guerras para D.M. Lo que no me convence es lo del hombre pecador, al que hay que tener castigado siempre, por el hecho de ser humano, y de tener la herencia que tiene. Porque hay hombres, y mujeres, claro, que trascienden esa supuesta herencia maligna, y no se merecen castigo, sino alabanza y premio. Pero, a título personal, nada de reglas universales.

Porque, eso de " perdonar al que le haya hecho daño a uno, amar a los enemigos, poner la otra mejilla cuando a uno le dan una bofetada ...", no me gusta. Nada. Y el que uno le perdone, si se da cuenta del arrepentimiento del que le ha hecho daño, nunca debería influir para que "el malo" se librara de las consecuencias de lo que hizo.
Ya siento.

viejecita ha dicho que…
Otra cosa :
Esta temporada, no veo much a D. Psycoactive ( pido perdón si lo he escrito mal ), que siempre está recomendando unos libros estupendos.
Pues bien, yo estoy leyendo un libro que me está encantando
"Being Mortal : Medicine, and what matters in the end" de Atul Gawande

Es sobre hacerse viejo, conseguir que la vida siga mereciendo la pena incluso cuando ya se depende de otros para todo, el dejar a cada persona que decida como quiere vivir, a pesar de que sea más seguro tenerlo en una silla de ruedas ,y en una institución... Que se enseñe a los médicos y a las familias a aceptar la muerte de sus pacientes y seres queridos cuando la cosa no tiene remedio, sin luchar tontamente, etc etc.
Seguro que soy la última en leerse el libro, pero, por si las flais, lo recomiendo encarecidamente.
navarth ha dicho que…
Demangeon, Carlota, el problema del conde es que sus indignación por los ilustrados lo lleva al otro extremo del péndulo. Y, cómo ocurre a veces, los extremos acaban tocándose. De este modo Maistre detesta a Voltaire y Rousseau, pero acaba entendiendo un poco más a los jacobinos que al menos -en su opinión - cortaban cabezas y hacían cosas de provecho. Eso lo hace ser un talento desaprovechado – su visión de la sociedad caótica es más bastante más acertada que la que la presenta como algo ordenable por la razón - y en ocasiones bastante truculento. En concreto su visión de la necesidad de expiación global por medio de guerras y enfermedades es bastante detestable.
navarth ha dicho que…

Viejecita, se me ha adelantado usted señalando la parte menos recomendable de Maistre. Es algo curioso que las veladas en San Petersburgo, que por lo que cuenta al comienzo del libro debían ser muy gratas - el cuadro que he traído es lo más parecido que he encontrado a lo que describe* - , le sugirieran estos pensamientos tan feroces. Tomo buena nota de su recomendación, que no conocía.

* El cuadro transmite una imagen de serenidad muy agradable, pero ¿no tiene un error grave de perspectiva?
catenaccio1970 ha dicho que…
Desconocía la figura de Maistre y me ha parecido muy interesante la entrada. De su lectura me queda una sensación de incoherencia: la incapacidad para elevarse por encima del individuo aislado y su tribu, elaborando una abstracción universal compresiva de un haz de potencias y facultades que terminen convirtiéndose en derechos y deberes, es decir, un concepto de ciudadano y hombre jurídicamente relevante, no le impide universalizar vicios y miserias: maldad congénita, perversión, cobardía, refinamiento en la crueldad, etc.
catenaccio1970 ha dicho que…
Me salgo del tema de la entrada. Me he dado una vuelta por las entradas antiguas, topándome con la interpretación del mundo de Disney en clave marxista que hacían Ariel Dorfman y Armand Mattelart en “Para leer al pato Donald”, en 1971.

Si no lo he entendido mal, la principal objeción que hacen los autores al mundo de Walt Disney nace de la supresión sistemática de todo acto creador de riqueza. El mundo del pato Donald aparecería como una cristalización de renta pura sin contaminación de plusvalía, una suerte de epifanía triunfal de un culto cargo polinesio. El inocente mundo de Disney escamotearía la relación dialéctica entre productor y ocupador de plusvalía, y la suplantaría por un sucedáneo en el que el proletariado se relega bien a la posición del buen salvaje – he de entender que son los sobrinos de Donald que andan de trastada en trastada – bien del lumpen, representado por los golfos Apandadores.

Soy consciente de que todo gira entre lo demencial y lo delirante, pero hay un punto que me parece rescatable; y es que si lo pensamos con detenimiento, esa construcción de un mundo exento del acto creador de riqueza explica hasta en sus detalles más grotescos las ensoñaciones zepateicas y, por extensión, el modus cogitandi de la izquierda naíf.

Evidentemente, el desenvolvimiento de la riqueza que nos propone el mundo zetapeico-podemítico proscribe la lubricidad exhibicionista: no veremos al tío Gilito nadando en una piscina de monedas de oro dentro de una mansión con el símbolo del dólar estampado en la fachada; sino que, por el contrario, buscará prestigiarse con alguna fórmula “socialmente” respetable: aumentando la baja por maternidad, el salario mínimo de inserción, o girando un cheque bebé, por ejemplo. Pero lo verdaderamente relevante es que todo ello se predica al margen de la más mínima inyección de energía: el derecho social nace por una ley, se declara por un acto administrativo y se tutela por una resolución judicial; sin que en ningún estadio de su vida intervenga un solo acto de producción.

Esta construcción se enriquece con su propia dialéctica sucedánea invertida: la amenaza, lo que nos separa de la perfección del modelo – por entendernos, el golfo apandador – es una excrecencia del propio sistema que de pura caricatura se vuelve inocua (para el sistema, se entiende): el político corrupto. No estoy insinuando que la corrupción no sea un problema serio, lo es y mucho; lo que afirmo es que al centrar la atención en el político corrupto dejamos de pensar en la cantidad de políticos honrados pero perfectamente inútiles cuya existencia costeamos; en definitiva, se nos enajena respecto del hecho de que, hoy por hoy, el Estado es el principal usurpador de plusvalía, bien directamente a través de los impuestos, indirectamente a través de los costes burocráticos que induce su intervencionismo, o de los oligopolios que mantiene en sectores estratégicos merced a leyes pensadas para cortocircuitar la competencia.

Sólo a partir de esta concepción puramente superestructural de los derechos sociales, podía defenderse que éstos se ampliasen en un país cuyo PIB estaba estancado y que no había invadido− que se supiese− a ninguna otra nación para saquear su riqueza ni follarla a diezmos y regalías. Sólo a partir de ahí, podía defenderse que el paraíso zetapeico se quebrase, no por el agotamiento económico del país, sino por la zapa siniestra organizada por Merkel y Sarkozy que no podían soportar el ejemplo de progreso que España estaba dando al mundo, y que le retorcieron el brazo a Zapatero hasta que no tuvo más opción que ceder tras resistencia heroica. Con la circunstancia agravante de que Disney crea un cuento para niños, es decir, el acto es en sí mismo pura superestructura y, por tanto, resulta admisible que violente la descripción naturalista de los hechos, mientras que la troupe de la izquierda champagne idea un programa de gobierno conforme al cual podemos vivir como el jeque Mustafá con los bonos que Alemania nos inyecte en vena: vamos el cuento de la lechera.
navarth ha dicho que…
Catenaccio, siempre me deja usted pensando un buen rato. En lo de Maestre tiene toda la razón: ha captado y resumido perfectamente la incoherencia de Maestre, que es incapaz de crear valores universales pero sí una culpa universal.

Y lo del pato Donald es brillante. Ha conseguido contra argumentar los delirios de Dorfman y Mattelart en su propio campo y con sus propias armas dialécticas (nunca mejor dicho) analizando a los herederos ideológicos naturales de aquéllos. En fin, que sigo pensando.
Andrónico ha dicho que…
Para mi es una entrada nostálgica. Conocí a Maistre en la Universidad, estudiando Historia Contemporánea, cuando se trató de los autores enemigos de la Revolución.
Como se ha citado, un talento desaprovechado y eso lo extendería a otros autores de su entorno. La profunda conmoción que supusieron aquellos acontecimientos, parece que les supusiera eso que ahora se llama un Trastorno de Estrés Postraumático, que les lleva a reaccionar en algunos aspectos de un modo irracional y absurdo.
Es interesante como es italiano pero de una zona muy cercana a Francia y en gran medida, deberíamos considerarlo a los efectos intelectuales "francés" e incluirlo en esa pléyade de autores que surgieron en este país y que son la columna vertebral del pensamiento contrarrevolucionario de la época.
Leyendo a Maistre podemos comprender como frente el éxito de la Restauración en Gran Bretaña, esta en Francia fracasó soberanamente.

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