Para la doctrina clásica,
dice Joseph Alois Schumpeter
(1883-1950), la democracia es el procedimiento que permite alcanzar el bien
común mediante la elección por el pueblo de sus representantes, que como tales
se limitan a expresar la voluntad de aquél. La teoría clásica se basa, por
tanto, en conceptos como el bien común y la voluntad general, y el problema,
continua Schumpeter, es que ni uno ni otra existen. En cuanto al primero, no hay
manera de llegar a una definición en la que todas las personas racionales se
pondrían de acuerdo. Y en cuanto a la segunda, pierde su razón de ser cuando
desaparece el bien común al que naturalmente tendería.
Pero aun aceptando que no existe nada parecido a una voluntad general, al menos la democracia establece un cauce de expresión de las opiniones racionales de los ciudadanos ¿no es así? Schumpeter no es excesivamente optimista al respecto. Entiende que es francamente raro encontrar una opinión política construida racionalmente, que vaya más allá de una confusa mezcla de emociones y eslóganes de cobertura. Para empezar, las personas dedican un interés decreciente a las cosas conforme se alejan de su ámbito más inmediato. Como sienten que los afecta más directamente pueden preocuparse hasta cierto punto de cuestiones de política municipal, pero los grandes asuntos de política nacional e internacional los contemplan como si la cosa no fuera con ellos:
«El reducido sentido de la responsabilidad, la ausencia de voluntad efectiva explican a su vez la habitual ignorancia y falta de juicio del ciudadano ordinario en asuntos de política doméstica o exterior».
Y esto ocurre exactamente igual entre personas ilustradas, donde «la información es completa e inmediatamente accesible, pero esto no parece suponer ninguna diferencia». Existen, además, problemas adicionales. Como Gustave Le Bon enseñó, en cuestiones políticas los individuos suelen actuar convertidos en masa -la forma habitual de actuar de las personas en política, dice Schumpeter, es la estampida-, lo que provoca cambios no excesivamente favorables en su capacidad de juicio. Pero además, tras el destierro por la Ilustración de las religiones oficiales la política ha venido a ocupar el papel de religión sustitutoria. En estos casos no se exige a las opiniones políticas profesadas ni coherencia ni una conexión excesivamente estrecha con la realidad:
«El demócrata de este tipo, a la vez que acepta postulados con grandes simplificaciones sobre la igualdad y la fraternidad, estará también en disposición de aceptar, con toda sinceridad, casi cualquier nivel de desviación que su propio comportamiento o situación pueda implicar. Esto no es ni siquiera ilógico. La mera distancia de los hechos no es un argumento ante una máxima ética o una esperanza mística».
La acción conjunta de
estos factores provoca efectos desoladores:
«De este modo el ciudadano típico cae a un nivel inferior de funcionamiento mental en cuanto penetra en el campo político. Discute y analiza de un modo que inmediatamente reconocería como infantil si estuviera en la esfera de sus intereses reales. Se vuelve de nuevo un ser primitivo. Su pensamiento se vuelve asociativo y afectivo».
En cuanto a los partidos
políticos, Schumpeter tampoco comparte exactamente la visión de la teoría
clásica:
«Un partido no es, como a la doctrina clásica le gustaría hacernos creer, un grupo de gente que intenta promover el bienestar público sobre algún principio en el que todos están de acuerdo. Esta racionalización es tan peligrosa precisamente porque es tentadora. Porque todos los partidos, desde luego, se aprovisionarán de un repertorio de valores y principios, y estos valores y principios pueden ser tan característicos del partido que los adopta, y tan importantes para su éxito, como lo son para una tienda las marcas de los productos que vende. Pero la tienda no puede ser definida en función de sus marcas, y un partido no puede ser definido en función de sus principios. Un partido es un grupo cuyos miembros se proponen actuar concertadamente en la competición por el poder político».
Y del mismo modo que el
tendero, para conseguir sus fines el político debe prestar especial atención al
marketing:
«La forma en la que los asuntos y la voluntad popular son manufacturadas es exactamente análoga a los métodos de la publicidad. Encontramos los mismos intentos de contactar con el subconsciente. Encontramos la misma técnica de crear asociaciones favorables y desfavorables, que son tanto más efectivas cuanto menos racionales. Encontramos las mismas evasiones y reticencias, y el mismo truco de producir opinión por la vía de repetir afirmaciones, que es exitoso precisamente en la medida que evita la argumentación racional y el peligro de despertar las facultades críticas de la gente».
«Voluntad manufacturada» es un concepto clave para Schumpeter:
«Siendo como es la
naturaleza humana, (los políticos) son capaces de conformar, y con unos márgenes
muy amplios incluso crear, la voluntad de la gente. Aquello que contemplamos en
el análisis de los procesos políticos es en gran medida, no una genuina
voluntad, sino una voluntad manufacturada. Y con frecuencia este artefacto es
todo lo que realmente corresponde a la ‘voluntad general’ de la doctrina
clásica. En tanto que esto es así, la voluntad del pueblo es el producto y no
el motor del proceso político».
Aparecen los términos “publicidad”, “producto” y “competencia”. Y es que para Schumpeter el análisis de la democracia debe ser similar al análisis del mercado:
Fuente: elaboración propia.
Con estos mimbres Schumpeter
formula su teoría competitiva de la democracia:
«El motivo por el que
algo como la actividad económica existe es, desde luego, que la gente quiere
comer, vestirse y todo eso. Proporcionar los medios para satisfacer esas
necesidades es el fin social y el sentido de
la producción. Sin embargo todos estaremos de acuerdo en que esta
aproximación sería el punto de partida menos realista para una teoría de la
actividad económica en la sociedad, y que sería mucho mejor que partiéramos de
cuestiones tales como los beneficios. De modo similar, la función social de la
actividad parlamentaria es sin duda producir leyes y, en cierta medida, medidas
administrativas. Pero para entender cómo la política democrática sirve a este
fin social, debemos empezar por la lucha competitiva por el poder y darnos
cuenta de que la función social es satisfecha, como si dijéramos,
accidentalmente, de la misma forma que la producción es accidental a la
consecución de beneficios».
«El método democrático es
el arreglo institucional para llegar a decisiones políticas en el que
determinados individuos adquieren el poder de decidir a través de la
competencia por el voto de la gente».
A primera vista podría
parecer que la democracia así concebida por Schumpeter no resulta especialmente
estimulante, sin embargo él mismo se encarga de resaltar sus ventajas.
Schumpeter entiende que el
poder es un monopolio natural, y, a diferencia de Montesquieu o de los Padres
Fundadores de EE.UU., no se preocupa tanto de marcarle límites y ponerle contrapesos
como de asegurar a) la competencia abierta entre los partidos y b) la
posibilidad de que éstos sean periódicamente desalojados del poder. En cuanto
al primer factor, a pesar de todas las prevenciones que experimenta ante el
juicio de los votantes Schumpeter cree que, al posibilitar la competencia
política, la democracia desarrolla el campo propicio para que las ideas se
sometan a una confrontación de la que puedan emerger las más sólidas; Schumpeter
retoma así una de las ideas básicas de
John Stuart Mill. En cuanto al segundo factor, es tan importante que los schumpeterianos
establecen un test para decidir si un país es realmente una democracia: que dos
partidos diferentes hayan sido desalojados del poder. Es un test duro, según el
cual Estados Unidos no fue una democracia hasta 1840, Japón hasta hace poco, y
ni Rusia ni Sudáfrica lo son aún [1].
Schumpeter, desde luego,
está convencido de que la democracia es el mejor de los sistemas posibles, y
esto nos lleva a un último asunto: ¿por qué la democracia puede florecer en unos
sitios y no en otros? Si un mecanismo funciona bien en algunos momentos y
lugares y mal en otros hay que concluir que las razones de su éxito son
externas a él. Schumpeter concluye que el suelo fértil para la democracia es el
que reúne las siguientes características:
El primer requisito es alta
calidad en los políticos. Es esencial que exista en la sociedad un ‘estrato
social’ que provea a la política de “productos que han superado con éxito
muchas pruebas en otros campos” de la
vida, provistos con las necesarias tradiciones y un código ético
básicamente compartido. Esto, según Schumpeter, se da en Inglaterra. No así,
por ejemplo, en la Alemania de Weimar, lo que contribuye a explicar su fracaso
ante el nazismo:
«El hecho de que
finalmente encontrara una aplastante derrota a las manos de un líder
antidemocrático es indicativo de la falta
de un liderazgo democrático estimulante».
El segundo motivo de
éxito es que el rango efectivo de decisión política no se extienda demasiado.
Básicamente, que el poder político no colonice en exceso el resto de las áreas
de la sociedad.
El tercero es la
existencia de un funcionariado preparado [2].
El cuarto que la
competición política se mantenga dentro de los límites de un mínimo fair-play;
que no exista corrupción, que haya una oposición constructiva, y que haya un
electorado responsable. Todo esto es muy importante porque sin la concurrencia
de estos factores la democracia está indefensa ante la demagogia y el
populismo.
El quinto y último es el
pluralismo, y la tolerancia ante la diferencia de opinión.
En resumen, para que la
democracia se pueda desarrollar se necesita una cierta cultura democrática en
la sociedad. Estos ingredientes parecen ser imprescindibles para que la receta funcione, como desgraciadamente podemos contemplar en
España actualmente.
J.A. Schumpeter: Capitalismo, socialismo y democracia (1942)
[1] Si el marcador se
puso a cero en 1978, España sólo alcanzó la democracia en 1996, cuando
finalmente se pudo decir que dos partidos distintos, UCD y PSOE, habían sido expulsados
por las urnas.
[2] En este punto
recomiendo fervientemente la serie británica Yes, Minister. Debe verse en v.o.
subtitulada, porque el doblaje le hace perder mucha carga de ironía.
Comentarios
Y esa dialéctica entre el mundo político y el económico.
¿Sabrá algo de ésto, un suponer, Dña, Ada.
Siento que no ganara. Por nosotros. Ud. se habría divertido el primer año...
Nobleza Obliga.
Y no me lo quería creer.
Pero leyendo, por ejemplo, como los "patriotas" iban reaccionando, en un momento vitoreando a Luis XVI, a la reina, y a Madame Elisabeth , y al minuto siguiente, mandándolos a la guillotina, o haciendo lo mismo con sus propios líderes , y ensañándose contra ellos, se ve que las masas son muy fáciles de manipular, que se mueven como veletas, y que cualquier desaprensivo con labia puede llevarlas al huerto.
Así que, eso de que la democracia es lo mejor, pues no me lo creo.
Estoy empezando a pensar que funcionaría mejor una aristocracia (democrática dentro de su clase ), A condición de que mandasen lo mínimo posible, y que no se metiesen en la vida privada de la gente.
¡ Y no me hace ninguna gracia pensar eso !
Ah, y otra cosa: Schumpeter dice:
Pero la tienda no puede ser definida en función de sus marcas
Cuando , justamente, en la sociedad actual, son las marcas las que lo definen todo. Lo de no llevar marcas visibles, en la ropa, por ejemplo, es algo tremendamente elitista. ( tan elitista "rojo" como elitista "azul" )
Pero es que, con la aristocracia mala, ( y yo doy por sentado que para ser aristocracia, tienen que, al menos ser capaces de razonar, y que el haber nacido en una familia con esa tradición aristocrática no le hace a uno aristócrata, que eso hay que habérselo ganado, aunque sí significará haber recibido unos principios y una educación de servicio a los demás, porque de otro modo, los padres que no hubieran dado a sus hijos esa educación tampoco serían aristócratas ), son pocos, y se les echa más fácilmente.
En cambio, con la democracia mala son muchísimos, y hacen todo en manada, y se lo cargan todo, lo bueno junto a lo malo, antes de darse cuenta de lo que han hecho. ( Ya digo que estoy leyendo a Lenotre, y tengo los pelos de punta ).
Y cuando se dan cuenta, eligen a un dictador al que someterse. Sea de derechas, como Napoleón, aunque con barniz "democrático" para justificar su imperio, o sea de izquierdas, como en la URSS...
Así que, sigo pensando, y me da muchísima rabia, que lo de " La Democracia" es peor, cuando es mala, que la "Aristocracia" mala. ( Al fin y al cabo, lo que los ingleses han tenido siempre ha sido eso, una aristocracia , y me parece que son en realidad mucho más democráticos que la mayor parte de los demás.
Buaaaa ! ¡ Quiero ser inglesaaaa !
Con independencia de su validez permanente me parece oportunísimo recordar a Schumpeter tras estas elecciones que nos han dejado a muchos entre susto y muerte.
-0-
Y me alegro mucho por Pericay, por contar con su ayuda.
-0-0-
Yo diría que en la frase siguiente, el corrector le ha hecho una travesura:
Estos ingredientes, como desgraciadamente podemos contemplar en España actualmente.
Como dice Doña Viejecita: "Ya siento."
Muy bien contado y muy bien resumido por Catenacio.
Felicidades y abrazo.
Y por qué a continuación habla de “PENSAMIENTO asociativo y afectivo, y lo que es peor, por qué al resultado de esta falsa reflexión, de este “no pensamiento” lo califica de idea cuando afirma que “la democracia desarrolla el campo propicio para que las IDEAS se sometan a una confrontación de la que puedan emerger las más sólidas”¿Por qué llama ideas a este conjunto de impulsos instintivos manipulados? Jopetas con los ilustrados.
En fin, aunque el conjunto me parece magnífico, creo que el autor debería conceptualizar de acuerdo con su propia lógica y tener un lenguaje más coherente con lo que él mismo está diciendo.
Muchas gracias por el texto, Navarth. Siempre claro y didáctico, qué envidia.
http://plazamoyua.com/2015/06/12/en-otros-sitios-si-hay-parlamentarios-y-politicos/
Gracias Viejecita. Ahora me voy a cenar; luego o leeré atentamente.
Hasta la última línea no se menciona a España, y sin embargo el lector desde la primera la tiene presente en todas. Porque es nuestro diagnóstico, aunque lo sea para la desesperanza.
En cuanto a la objeción del siempre admirado D. Benjamin, pruebe a hincarle el diente a la palabra ‘opinión’. Del latín, eso ya se sabe. Pero de etimología incierta, digamos desconocida.
El uso dice que, para los latinos, la ‘opinión’ de suyo nada tenía que ver con ‘razón’ ni pensamiento racional, aunque tampoco lo excluye. Opinión era más bien la amalgama de estados mentales bajo el denominador común de la incertidumbre.
Pedante como de costumbre, pondré sólo un ejemplo de diccionario, sobre el uso y sentido de ‘opinión’. Es de un texto legal, sobre el arte adivinatoria (astrología, cábalas y todo eso que vendían los ‘matemáticos’), y dice así:
«Interdicta est mathematicorum callida impostura, et opinatae artis persuasio.» (Queda en entredicho [prohibida] la impostura astuta de los matemáticos, y la persuasión de un arte opinado [= oportunista, conjetural].)
‘Aferrarse a una opinión’ –a cualquier opinión, incluida la propia– siempre se miró como algo poco razonable.