La eternidad está en las cosas
del tiempo, que son
formas presurosas
J.L. Borges
A comienzos de los 90 Daniel Kahneman [1] y Don Redelmeier
hicieron un estudio sobre la experiencia de los pacientes sometidos a una
colonoscopia. En esos momentos se trataba de un proceso muy desagradable y
doloroso (actualmente atenuado por la aplicación rutinaria de anestésicos) de
duración variable en función de las necesidades de la exploración. En el
experimento, cada 60 segundos se pedía al paciente que dijera el nivel de
sufrimiento que estaba padeciendo en ese momento referido a una escala de 0 (ningún dolor) a 10 (dolor
insoportable), y el resultado se trasladaba a un gráfico cuyo eje vertical
representaba la escala de dolor y el horizontal el tiempo. El siguiente gráfico
muestra el ejemplo de 2 pacientes:
¿Cuál de estos pacientes lo pasó peor? Parece lógico que
para evaluar el sufrimiento total padecido por el paciente sumemos el que
experimentaba en cada momento. El resultado estaría representado por el área
rayada, y así todo parece indicar que la experiencia del paciente B tuvo que
ser mucho más traumática: ambos pacientes experimentaron un pico máximo de
sufrimiento similar (alrededor de un 8) pero el proceso de éste último fue
mucho más largo y con más momentos de alto dolor.
Finalizadas las exploraciones, Kahneman y Redelmeier
pidieron a sus pacientes que
realizaran una evaluación global del sufrimiento padecido, y los resultados
fueron sorprendentes: la evaluación global a posteriori (es decir, la memoria
del sufrimiento padecido) no coincidía en absoluto con el sufrimiento
registrado mientras se estaba padeciendo.
Todo parece indicar que en el recuerdo del dolor padecido
hay dos factores decisivos:
a) El
valor determinante para evaluar el sufrimiento global no es la suma del
sufrimiento en cada momento (el área rayada); tampoco el pico máximo de dolor;
tampoco el número de picos dolorosos. Es un promedio entre el pico máximo y el
dolor experimentado al final de la prueba.
b) La
duración total de la experiencia es poco relevante.
Con estos datos, no resulta extraño que el paciente B
calificara su experiencia como menos dolorosa que el paciente A. Obsérvese que el
primero experimentó un pico de dolor superior a 6 al terminar la prueba,
mientras que el paciente A, cuyo proceso había sido mucho más largo, lo
finalizó con un nivel bajo de dolor (en torno a 1). El final condiciona la
evaluación a posteriori en ambos casos.
De sus investigaciones Kahneman concluye que en la
evaluación de las experiencias existe un conflicto entre dos seres: el yo que tiene experiencias y el yo que recuerda. En el
experimento, ‘el yo que experimenta’ fue registrando puntualmente su situación
en cada momento. Pero el ‘yo que recuerda’ sacó sus propias conclusiones. Y los
datos proporcionados por uno y otro no coinciden.
Este ‘yo’ disociado no aparece en la persona únicamente
cuando se le inserta un tubo por el recto, sino en todas las facetas de la
vida. El yo que tiene experiencias es el ser fugaz que vive en el torrente del
tiempo; el yo que recuerda es el encargado de crear un relato perdurable sobre
la persona. También es este último el que formula anhelos de estabilidad,
atesoramiento y eternidad, que son incompatibles con la naturaleza del ser en
movimiento que tiene experiencias. Es el funcionamiento de ambos lo que evoca
el poema de Borges que abre la entrada.
El experimento de Kahneman y Redelmeier pone de manifiesto
que existen disfunciones en el trabajo del yo constructor del relato. Para
empezar, como hemos visto, su relación con el yo que tiene experiencias no es del
todo estrecha, y sus conclusiones difieren notablemente. Pero además, en la
construcción del relato de la vida parece estar sometido a los mismos sesgos
(las mismas reglas de estilo, podríamos decir en este caso) que en el recuerdo
de las colonoscopias: ignora la mayoría de los momentos concretos, desprecia la
duración total y sobrevalora el final, que en el caso de la vida siempre es el
mismo. Expongo, pues, esta intuición:
una mayor armonización del funcionamiento de ambos ‘yo’ permitiría disipar la
perplejidad ante la muerte y posibilitaría una existencia más plena.
[1] Daniel Kahneman. Pensar
rápido, pensar despacio.
Comentarios
Con sentimiento informado, sería.
Será cuestión de releerlo.
Será cuestión de releerlo.
Don Ciudadano Medio (un placer también verlo) el libro de Kahneman da para muchas lecturas. Esto de las colonoscopias está en un capitulito breve hacia el final.
Me apunto a Kahneman, creo que es la segunda referencia que le leo sobre este autor.
un abrazo
El problema de esta historia es para los médicos que tengan que realizar las colonoscopias , o para los que impongan tratamientos dolorosos.
Porque, en el segundo caso del ejemplo, el tratamiento conlleva mucho más dolor en el momento, a pesar de que luego se recuerde como menos doloroso.
Yo creo que el dolor físico, afortunadamente, no se recuerda. Se recuerda un reflejo, una imagen , una idealización de lo que fue, pero no el dolor físico en sí.
Y yo, por mi parte, aguanto mucho peor la prolongación en el tiempo de ese dolor físico, aunque sean los picos más bajos que los picos de dolor que hubiera padecido antes. Porque el cansancio y la sensación de rebeldía contra ese dolor físico son cada vez mayores… Así que, por mi parte, preferiría que fuera más corto, siempre que el pico más alto no tuviera por ello que ser más alto todavía.
Porque, el recuerdo del dolor físico, no es dolor físico, es otra cosa.
¿Qué significará real?
En fin, he de ponerme con el libro de una vez.
hice muchísimas pausas cuando leí ese capítulo. Aunque no lo parezca (y de ahí el mérito del autor) está llenísimo de información psicológica y ... filosófica.
En esta cuestión en particular hice la interpretación contrarrecíproca: acabar mal el relato de nuestra vida en nuestros últimos años, a pesar de haber tenido objetivamente buenas experiencias.
Y por experiencias personales, cuando pienso en cómo viven algunos ancianos en residencias de la tercera edad, o solos y lo conecto con este capítulo, me digo el "No es esto, no es esto" orteguiano. O cuando pienso en lo que me puede pasar a mí. No country for old men.
No quiero acabar con una nota triste. D. Navarth, ¿tiene usted en mente continuar con artículos sobre el libro de Kahneman?
Viejecita, ahí está la cosa. Indudablemente el que tiene más datos para decidir cual es la experiencia más dolorosa es el ‘yo que experimenta’, pero luego es el ‘yo que recuerda’ el que toma las decisiones.
Candela, el libro pone algunos ejemplos que hacen pensar. Imagínese que le ofrecen una semana de vacaciones, en el lugar que más le apetezca, con todas las comodidades etc, pero le dicen que al finalizar le van a aplicar una droga que eliminará por completo todos los recuerdos. Perturbador ¿verdad? A mi lo del ‘yo que experimenta’ y el ‘yo que recuerda’ me pareció un enfoque deslumbrante, y creo que la persona completa necesita ambos. El secreto debe ser articularlos armoniosamente. Ni idea.
Magnífica descripción, Benja, pero que no se enteren en el Cosmopolitan que sobrevaloras el orgasmo con respecto a los preámbulos.
Me alegro de que le haya parecido interesante, Napo. Gracias a usted.
Actualmente estoy leyendo "Gut Feelings" de Gerd Gigerenzer. Aunque tarda en arrancar, me está gustando y contiene críticas muy pertinentes a la investigación de Kahneman sobre la toma de decisiones. Bueno, más bien que un libro "opuesto a" es más bien "complementario a".
Si hubiera un tema sobre el que hablar, yo elegiría ahora mismo entre la "ilusión de entender" y la "falacia narrativa". Pero vamos, el libro es riquísimo.
Pues Gut Feelings tampoco tiene mala pinta. Y sus recomendaciones son de fíar que aparte de Kahneman, tengo en Favoritos una serie de enlaces a juegos de lógica que recomendó usted , creo que a través de Plazaeme,, (pero no me acuerdo seguro) , y a los que vuelvo una y otra vez.
Voy a ver si tienen el libro en versión Kindle, y si es así, cae...
¡ Como me apetece !
Espero que lo disfrute y aprenda con él. Literalmente, salvo las notas, acabo de "terminarlo" ahora mismo.
Los últimos capítulos, dedicados a la moral y al comportamiento social creo que serían especialmente del agrado de D. Benjamingrullo.
Pero hay una cosa que me ha dejado angustiada. En el libro, habla de una serie de reglas no escritas (rules of thumb ), que los jugadores experimentados, o los perros, aplican espontáneamente, para poder alcanzar una bola que estuviera en el aire, siguiendo el ángulo en vez de tener que calcular la trayectoria, con todas las variables que le pudieran afectar, cosa que sería mucho más lenta y trabajosa, y que dificultaría el que se alcanzara la bola. Y explica que esa regla intuitiva, se puede explicar y enseñar.
Hasta aquí, conformes.
Pero aplica esta regla a la enseñanza de pilotos. Y dice que si un piloto ve a otro avión acercarse, y teme una colisión, debe fijarse en algún punto de su parabrisas ( espero que lo del scratch / arañazo sea una figura retórica, porque si un fallo en el parabrisas es un peligro en un coche, cuánto más lo será en un avión ). El caso es que dice que el instructor enseña que, si el avión que viene no se mueve en relación con ese punto "dive immediately" , o sea , que bajes inmediatamente, para evitar la colisión.
Pero se supone que el avión que viene también deberá seguir las mismas reglas, y bajará también, y ¡¡¡ Crash !!!. Tendrían que desviarse cada uno un poco a su derecha, como hacemos los viandantes, o como hacen los coches en carreteras pequeñas, para no chocarse ¿no?.
Es que vivo en una zona donde vuelan muchas avionetas, que hay un campo de entrenamiento cerca, y si siguieran las reglas esas, habría choques a punta de pala...
sé muy poco sobre pilotaje de aviones. Pero una vez le pregunté a un amigo piloto sobre la falta de colisiones en el aire. Él me comentó que siguen ciertos "pasillos de seguridad" a diferentes alturas y anchos. Además, hay que tener en cuenta que la densidad del tráfico en un espacio dado es mucho menor de la que estamos acostumbrados aquí abajo
Von Horrach me había dejado sin contestar su impactante experiencia. Realmente su caso es absolutamente significativo.
Me interesa este libro. Lo buscaré.
Gracias y saludos.
http://www.juegosdelogica.com/neuronas/acertijos2.htm
Había uno estupendo para ver si uno se fijaba en las cosas que salían en la pantalla, voy a ver si lo encuentro de nuevo, buscando en Plaza Moyúa...
http://www.youtube.com/watch?v=vJG698U2Mvo
"The invisible Gorilla, and... " de Chabris y Simons
( de los autores del video anterior )
Y no se preocupen, que ya me marcho
(como don Neo solo se opera de la cadera, no sabe lo que es malo...)
Que si hace usted lo del chapapote ( galipote en mi tierra) yo tengo moito que contar y usted lo considera necesario. Estuve allí en calidad de voluntario ( con una Diputación) una semana, y de mirón también estuve varias veces.
Don Napo, todavía no estoy muy convencido de hacerlo, pero esta tarde voy a colgar en el blog de SG lo que sería la introducción a la historia del Prestige. Por supuesto que estoy interesado en contar con su información y conocer su experiencia.
No obstante, encuentro muy ligera la aseveración de que "el final", la muerte, está sobrevalorado. ¿Cómo puede un acontecimiento que, todo parece indicar, supone el fin de la existencia del "yo constructor del relato" estar sobrevalorado? En todo caso estaría infravalorado.
En realidad quizás no sea tanto una cuestión de sobrevaloración como de distorsión en la evaluación de la existencia. Al ser humano, que es por naturaleza dinámico (no se puede entender si no es inmerso del tiempo) la muerte parece convertirlo en un sujeto estático. Es como si la muerte convirtiera la vida en un proceso dirigido a un fin. Como el fin necesariamente siempre es el mismo, las conclusiones no pueden ser otras que la desolación y la angustia. ¿Tiene sentido vivir si al final no dejamos nada y el final siempre es la muerte, que todo lo borra? Parece que la muerte quita valor a los momentos vividos y pone en evidencia que no hemos construido nada permanente. Bien, ¿y qué? Esa es nuestra naturaleza. Perola muerte de repente obliga al ser humano a aspirar a la eternidad, que bien mirado, dada nuestra naturaleza dinámica, no puede ser otra cosa que la congelación*. Si la muerte desapareciera, la preocupación por la inmortalidad, es decir, por el nirvana estático, desaparecería, y con ella la equivocada aspiración a la inmortalidad. Podríamos disfrutar tranquilamente de nuestra condición dinámica sin envidiar lo perenne, que nos resulta completamente ajeno.
Por eso me parece que el ejemplo de la colonoscopia, con la confrontación del “yo que tiene experiencias” (el ser dinámico) y el “yo que recuerda” (el ser que pretende resumir en estático lo dinámico), y las conclusiones erróneas que éste extrae, me parecía una buena alegoría. Y el hecho de que en las colonoscopias el ser que recuerda tienda a sobrevalorar el final del proceso, que en la vida es la muerte, me parece que de algún modo refuerza la intuición.
Disculpe el rollo que le he soltado. Saludos.
* Las películas de Robert Aldrich reflejan muy bien que cuando el tiempo no fluye libremente y se estanca la inmortalidad parcial obtenida se parece bastante a una pesadilla. Véase “Qué fue de Baby Jane”. O “Hush, hush, sweet Charlotte”.