‘Lo supe desde el primer momento’
La memoria es un palimpsesto*. Cabría pensar (y tendemos a hacerlo) que debiera de funcionar como un sistema de fichas que se van cumplimentando en cada momento de la vida y archivándose cronológicamente. De este modo si quisiéramos recuperar los recuerdos de un momento determinado (qué pensábamos, qué sabíamos, cuál era nuestra visión del mundo en ese momento) bastaría con acudir al archivador adecuado y localizar la ficha en cuestión. Pero no es así la cosa.
La memoria, como el resto de nuestras interpretaciones de la realidad, es reducida a un relato simplificado con ciertas limitaciones: todos los hechos están unidos por vínculos causales sencillos y directos, el papel de las actuaciones humanas es decisivo, y el azar despreciable. Pero este relato de la memoria se va reescribiendo con los nuevos hechos que conocemos. De este modo la memoria de un hecho lejano está ‘contaminada’ por nuevos sucesos ocurridos con posterioridad. La memoria es, pues, dinámica, y por esa misma razón su fiabilidad es limitada. Estamos poco preparados para reconstruir, de acuerdo con ella, cual era nuestro punto de vista en un momento pasado, porque somos incapaces de obviar la información recibida con posterioridad.
El ‘sesgo retrospectivo’ de nuestra memoria fue descrito en 1972 por Baruch Fischhoff y Ruth Beyth. Con motivo del anuncio de la visita de Richard Nixon a China, la primera de un dirigente occidental al país comunista, Fischhoff y Beyth pidieron a sus alumnos que rellenaran un cuestionario de quince preguntas con su predicción acerca de asuntos relacionados con el viaje (si Mao se reuniría con Nixon, si Estados Unidos concedería estatus diplomático a China, etc.) Finalizado el viaje volvieron a reunir al grupo y pidieron a sus integrantes que recordaran cuáles eran las probabilidades que habían asignando a los distintos desenlaces posibles (desconocidos inicialmente pero conocidos en el momento de realizar el segundo test). Invariablemente en todos los casos la memoria se había alterado al incluir los nuevos datos, y así todos ellos modificaron inconscientemente sus predicciones previas: si un hecho había tenido efectivamente lugar, la probabilidad que ‘recordaban’ haberle asignado era mucho mayor, y a la inversa. Fischhoff bautizó este mecanismo como ‘lo supe desde el primer momento’.
Este funcionamiento de la memoria es inmisericorde con los que toman decisiones, políticos y gestores. Puesto que juzgamos las actuaciones pasadas, no con los datos que teníamos en ese momento, sino también con los que conocemos en el momento de emitir el juicio, tendemos a evaluarlas de acuerdo con el resultado que han producido. De este modo minusvaloramos el mérito de las decisiones que han resultado acertadas (porque vistas retrospectivamente nos parecen obvias), y cuando las actuaciones han producido malos resultados somos incapaces de reconocer que tal vez fueran la que tenían más probabilidades de éxito (porque lo que vemos es, precisamente, que salieron mal). En noviembre de 2002 se hundió el petrolero Prestige y provocó una grave contaminación. Se tomaron decisiones, quizás acertadas, quizás erróneas, pero que en todo caso fueron juzgadas retrospectivamente con datos que no se tenían en el momento de tomarlas.
Algo sobre el chivo expiatorio
El filósofo Rene Girard demostró que, ante una crisis grave, todos los grupos humanos necesitan imperiosamente encontrar un culpable. Es un fenómeno que todo padre e hijo han podido experimentar si, colgando un cuadro, el primero se ha aplastado un dedo con un martillo mientras el segundo se hallaba cerca. De modo similar el grupo necesita alguien al que imputar el daño que lo amenaza, canalizar hacia él su frustración y odio, y, tras eliminarlo, recobrar la tranquilidad y la paz dentro de la unanimidad tribal. Obviamente el culpable escogido no tiene por que serlo efectivamente, y de hecho casi nunca lo es, Los mecanismos que sirven para designar al chivo expiatorio no son racionales ni detectivescos, sino que se basan en la presencia de ‘signos victimarios’ (en terminología de Girard) con los que está teñido de antemano.
Girard ha estudiado el fenómeno del chivo expiatorio a conciencia, pero también percibimos en él algunos de los mecanismos psicológicos descritos por Kahneman. Uno de ellos está relacionado con las ya mencionadas limitaciones del relato: en él los hechos decisivos son siempre debidos a la actuación de las personas. Y detrás de una amenaza especialmente grave, tiene que haber un culpable especialmente malvado, apto para provocar un odio de especial intensidad (en realidad la secuencia está invertida: es el odio despertado el que conjura a la víctima). Pero también está la sustitución: cuando no sabemos cómo responder ante algo complicado contestamos algo más sencillo. El chivo expiatorio es un caso claro de sustitución: la masa no sabe cómo conjurar realmente la amenaza, así que se conforma con destruir a alguien que pasaba por allí a quien arbitrariamente culpa de ella. La amenaza no desaparece así (a veces lo nace por otras causas o por el mero transcurso del tiempo) pero la turba cree que ha hecho algo útil para remediarla.
Las sociedades modernas deben estar constantemente en guardia para prevenir el desencadenamiento de estos mecanismos victimarios, y lo menos que se puede exigir a unos gobernantes civilizados es que no los alienten. Históricamente para el papel de chivo se ha escogido al de fuera del grupo, al extraño, al extranjero, al diferente. A fin de cuentas este es un fenómeno desarrollado para mantener su cohesión. Pero en la política española rige una asimetría especial que ha convertido a los partidos de derecha en especialmente aptos para ser marcados con estigmas victimarios siendo así designados como chivo expiatorio. Este fue el hallazgo de nacionalistas y socialistas en 2002. Las protestas en torno al Prestige fueron un ensayo exitoso. A partir de ese momento, la estrategia de José Luis Rodríguez Zapatero consistió en azuzar la indignación de la masa, enfocarla hacia el PP y organizar linchamientos controlados (linchamiento, escrache y chivo expiatorio son facetas de un mismo fenómeno). Eso, y no otra cosa, fueron las virulentas manifestaciones en contra de la guerra de Irak. También en este caso podía discutirse si la decisión de apoyar políticamente (no militarmente) a Estados Unidos y el Reino Unido en la guerra contra Saddam Hussein fue errónea o acertada, pero esta discusión racional no existió: se trasladó desde el ámbito de la argumentación al de las emociones furibundas. El proceso culminaría en los días posteriores al atentado del 11 de marzo de 2004, y acabaría llevando al poder a Zapatero. Pero ni siquiera entonces acabó. Continuó, por ejemplo, mediante la promoción de la ‘Memoria Histórica’, una reconstrucción maniquea del pasado (bajo apariencia virtuosa) en la que los papeles yinyang atribuidos a la izquierda y la derecha (a los que se asignaba una continuidad histórica en el presente) convertían a la última en algo perfectamente idóneo para canalizar el rencor de la primera.
Nos queda un triste consuelo: nosotros, al menos, sí sabemos cuándo se jodió nuestro Perú. Fue en 2002, cuando políticos sin escrúpulos decidieron que el cultivo de los impulsos más destructores de la masa era aceptable para alcanzar el poder. A partir de 2002, a partir del Prestige, la derecha española pasó a desempeñar el papel de chivo expiatorio de la sociedad, y se convirtió así a la mitad de los españoles en el receptor de la ira de la otra mitad. Desde esta perspectiva denominaciones tan siniestras como la de ‘cordón sanitario’ resultan extremadamente significativas. Quizás en el futuro pueda verse con mayor claridad la magnitud de la irresponsabilidad que supuso someter a una sociedad a tal tensión. ¿Mereció la pena? Bueno, conseguimos ocho años de Zapatero.
La “nube acusatoria”
Un último apunte sobre el método acusador empleado por los políticos y medios de comunicación (cuyo papel, lógicamente, fue decisivo). Ante la evidencia de que ni Aznar capitaneaba el Prestige ni era su propietario, a la hora de culpabilizar al PP de la marea negra producida por su hundimiento la acusación directa resultaba inútil. Se recurrió, por tanto, a lo que llamo (a falta de un nombre mejor) “nube acusatoria”. Esta acusación es de apariencia imponente pero carente de solidez, y se forma por la mera agregación de denuncias, sin necesidad de que éstas estén fundamentadas ni de que exista coherencia (ni lógica) entre ellas. Para el que la emplea la acusación en nube presenta notables ventajas frente a la acusación directa de hechos concretos. Para empezar, no se puede demoler mediante argumentos: cuando cualquiera de las denuncias concretas es disipada el resto se expande para ocupar su lugar y la nube conserva su apariencia imponente. Es más podrían ser destruidas todas y cada una de las denuncias que la componen y la indignada nube continuaría impertérrita en su vacuidad. Es un método de acusación que admite una defensa difícil, ante la que el PP, que parece sufrir una seria patología en la comunicación, se vio completamente desbordado.
* Palimpsesto: Tablilla antigua en que se podía borrar lo escrito para volver a escribir.
Comentarios
Me quito el sombrero y le hago la reverencia. Ameno, instructivo. Delicioso.
Muchas gracias por el preámbulo. Esperando impaciente la siguiente entrega.
Enhorabuena!
esto es muy, muy, MUY bueno.
Dentro de unos años, pocos, mi memoria no distinguirá si era Navarth quien me recordaba a Asimov o lo contrario.
Quedo a la espera.
Con el valor añadido de que no suena a teoría aprendida, libresca.
Parte, es verdad, de unas referencias a autores; pero muy bien traídas, dado que el artículo rezuma y trasciende reflexión, experiencia personal, y yo diría que hasta vivencia.
Todos nos prometemos una gran historia.
Estupenda introducción.
Deseando que empiece la historia, y que tenga muchos capítulos.
Y leyendo lo del "chivo expiatorio", me ha venido a la mente lo que ocurrió tras la muerte de un tal "Alpha Pam "…
Muchas Gracias. De nuevo es un placer leerle.
Cuantas cosas sugiere su escrito, querido Navarth y cuanto promete.
(Pinta bien lo que nos ha contado en la Argos sobre su asunto. Aunque no sea definitivo, es un alegrón)
Doña Viejecita, Doña Candela, Don Belosti, lo han visto perfectamente: tengo experiencia privilegiada (por decirlo de algún modo) en este asunto. Saludos.
Sin embargo, ese machaque al distinto es muy práctico y meditado. En una ocasión Noriega el panameño lo expresó así:
al amigo, plata,
al indiferente, palo
y al enemigo, plomo.
Aprovecho para felicitarle aquí, aunque sólo sea por la honrilla.