
En julio de 1914, a menos de un mes del estallido de la guerra, la planta BASF de Oppau producía 40 toneladas diarias de amoniaco sintético. Entretanto Bosch había realizado pruebas en el laboratorio, y a partir del amoniaco había obtenido cantidades limitadas de nitrato de sodio. El nitrato era imprescindible para la fabricación de pólvora, pero, sorprendentemente, el Ministerio de la Guerra no había demostrado un gran interés en el asunto. Por el contrario, en agosto, como un elevado número de técnicos y trabajadores de Oppau habían sido llamados a filas, la planta tuvo que ser cerrada. Este desinterés del mando alemán era una consecuencia directa del Plan Schlieffen, sobre el que se basaba el ataque a Francia. El Plan había sido creado por el conde Alfred von Schlieffen entre 1897 y 1905, y se planteaba como objetivo fundamental evitar que Alemania se viera envuelta en una guerra en dos frentes. Partía de la hipótesis de que Rusia tardaría unas seis semanas en movilizar a su ejército, y, consiguientemente, este era el tiempo que concedía Schlieffen para la derrota de Francia.
Puesto que los militares alemanes preveían una fulgurante victoria, no estaban preocupados por la escasez de pólvora y, en general, de materias primas. Cuando apenas habían transcurrido unas semanas desde el inicio de la guerra, Walter von Rathenau, presidente de la AEG (Allgemeine Elektricitäts-Gesellschaft), se entrevisto con el Ministro de la Guerra, el general Erich von Falkenhayn, y le expuso su inquietud, que reflejaba la del mundo industrial. Alemania no era especialmente rica en materias primas, y dependía directamente del exterior para el abastecimiento de productos tales como petróleo, nitratos, y goma, todos ellos decisivos para el desarrollo de la guerra. Los aliados bloqueaban la entrada de esas mercancías, y, en caso de que no llegara a cumplirse el calendario previsto por el Plan Schlieffen, en poco más de seis meses la industria se colapsaría, y con ella Alemania. Rathenau era una figura de prestigio: no sólo era consejero en un centenar de empresas, sino que además era un personaje político que, algunos años más tarde, llegaría a ser Ministro de Exteriores. Falkenhayn fue receptivo a su inquietud, y creo una Oficina de Materias Primas dependiente de su Ministerio. Al frente de ella puso a Haber, que se trajo consigo un surtido de Premios Nobel y otros prominentes científicos. Pronto, firmemente apoyada por Falkenhayn, el Gabinete Haber creció en influencia. Sin embargo, muchos de los generales prusianos del Ministerio contemplaban con desdén y suspicacia a Rathenau, que no sólo era civil sino además judío. Pero en septiembre de 1914 las tropas alemanas fueron detenidas en El Marne, a las puertas de París, y las esperanzas de una rápida victoria se desvanecieron por completo.

A partir de ese momento el problema más acuciante era la escasez de nitratos, y, con la armada inglesa dominando el atlántico, las posibilidades de acceder al mercado chileno eran nulas. Así las cosas Haber persuadió al Ministerio de la Guerra para que convocara con urgencia a Bosch a Berlín. Este explicó a Falkenhayn que, si bien la producción de nitrato sódico a partir de amoniaco se había logrado en el laboratorio, estaba lejos de conseguirse una producción industrial. Era necesario trabajar febrilmente, era imprescindible que los ingenieros y técnicos llamados a filas retornaran a Oppau, y era muy recomendable que BASF recibiera cuantiosos fondos del Ministerio. Satisfechas todas sus condiciones previas, Bosch puso manos a la obra.

A la espera de los resultados de los trabajos de Bosch y la BASF, el Ministerio de la Guerra buscó una solución militar a la escasez de nitratos y encargó al Almirantazgo un plan para romper el bloqueo naval y abrir la ruta con Chile. El proyecto recibido en respuesta incluía la conquista de las islas Malvinas, usadas por los ingleses para el abastecimiento de sus buques. Allí fue enviado el almirante von Spee que, tras algún éxito inicial, fue mandado al fondo con su flota.
El tiempo corría en contra de Alemania, y Falkenhayn designó al comandante Max Bauer como enlace del Ministerio de la Guerra con los representantes de la industria. Asesorado por el Gabinete Haber, Bauer se enteró de que la industria de los colorantes empleaba sustancias altamente tóxicas, como el fosgeno o los compuestos del cloro, que podían ser fácilmente convertidas en armas químicas sin necesidad de realizar grandes cambios en las plantas industriales. Bauer visitó entonces a Duisberg y le solicitó la colaboración de la industria en el desarrollo de armas químicas. Duisberg era un patriota, fiel a Alemania y a Bayer, y comprendió de inmediato las posibilidades que el proyecto ofrecía para revitalizar el sector. Otras consideraciones no fueron tenidas en cuenta. El primer gas tóxico producido por la Bayer derivaba del fosgeno y se conoció como “T-stoff”. Tenía efectos lacrimógenos y fue probado contra los rusos en el frente oriental con escaso éxito. Las bajas temperaturas congelaron el gas, que se precipitó, inofensivo, a tierra.
Mientras tanto Haber, que desde la Oficina de Materias Primas participaba con fervor en el proyecto de creación de gases venenosos, consideró que el cloro era un agente más adecuado para sus propósitos, y supo que BASF había conseguido almacenarlo en cilindros metálicos en lugar de los tradicionales recipientes de cristal, poco adecuados para ser manejados en un campo de batalla. Esta vez decidieron probarlo en el frente occidental. En abril de 1915 Haber, acompañado de representantes del Ministerio de la Guerra y de la industria de los colorantes, llegó a Ypres, en Bélgica, con 5.000 cilindros de cloro líquido, Tras esperar condiciones de viento favorables, el día 22 los abrieron y dejaron que una espesa nube amarilla se dirigiera a las líneas enemigas. El efecto fue devastador: el paso del gas dejó 15.000 combatientes inutilizados, 5.000 de ellos muertos, y abrió una amplia brecha en el frente. Entusiasmado con el éxito, Haber se puso a trabajar en un ataque masivo sobre el frente oriental. Su mujer le rogó que abandonara el proyecto, pero él destino de Alemania, y el prurito científico de Haber, estaban en juego. Partió, pues, hacia el este, y su mujer se suicidó. Desgraciadamente para los alemanes, desaparecido el factor sorpresa, los gases venenosos dejaron de ser un arma decisiva para el desarrollo de la guerra.

Comentarios
Haría VD. un gran papel como articulista en revistas de divulgación.
Un SaluDo.
Hay una frase extraña en el texto, la 5ª del párrafo 2º: [Rathenau] era un personaje político que, algunos años más tarde, llegaría a ser Ministro de Exteriores unos años atrás.
Gracias por su comentario en el post anterior.
Porque Alemania no tenía materias primas, como dice el artículo, para sostener una guerra prolongada ni tenía marina para asegurar rutas de abastecimiento exterior.
En guerras de esa envergadura, si no tienes control del mar, estás muerto a medio plazo. Te bloquean y listo. Y más en Alemania, con prácticamente puertos enfrente de Inglaterra.
Napoleón tuvo el mismo error. No se dió cuenta de que en Trafalgar, los ingleses se hicieron con el control del mar y bloquearon a Francia. Ya no podía ganar. Y nosotros nos fuímos al tacho definitivamente en Trafalgar también.