
Zapatero era Dios, Suso su profeta y Pepe Blanco su látigo. ¿Había llegado, pues, la era de la estupidez a la Tierra? Todo parecía indicarlo, y era, por tanto, un buen momento para la película de los Cohen, que parece tratar sobre la preocupante extensión de esta plaga. En ella se presentan dos mundos. Uno, impecablemente banal, centrado en los encargados de un gimnasio, y otro algo más sofisticado (aunque sólo en apariencia) integrado por triunfadores profesionales de las altas esferas. La acción se desencadena cuando ambos mundos contactan, precisamente, en el gimnasio, donde un analista de la CIA pierde un CD con las memorias que ha comenzado a escribir. Los empleados lo encuentran y, como su necesidad de dinero es perentoria, pues la encargada desea aumentarse el busto y realizar otras operaciones estéticas menores, deciden exigir una recompensa al propietario a cambio de su devolución. Y así, sin sobresaltos, sin que haya mediado el menor proceso de reflexión, tenemos a los camaradas del gimnasio extorsionando a un agente de la CIA, que reacciona con violencia y frustración ante este contacto con la estupidez incontaminada. Pero ante este primer fracaso los empleados del gimnasio no se arredran, y ya que el de la CIA no suelta el dinero, deciden vender el cd a la embajada rusa. Así pues ¿están traicionando a su país por una liposucción? Pues sí y no. En realidad, ellos viven felizmente en la superficie, y estos conceptos complejos les resultan tan ajenos como los peces abisales. De hecho, cuando la embajada rusa, tras comprobar que los archivos carecen de interés, expulsa a la encargada del gimnasio (que, recordemos, está intentando vender secretos oficiales) ésta reacciona airadamente proclamando “soy ciudadana americana”
Y sin embargo la película no acaba de funcionar. Uno de los problemas es que, innecesariamente, los actores se encargan de resaltar su estupidez poniendo cara de tales (como Frances McDormand) o haciendo demasiado el payaso (como Brad Pitt, que desaprovecha un papel a la medida por bailotear en exceso). Creo que resulta contraproducente esta tentación de explicitar las situaciones grotescas, y si los Cohen piensan que necesitamos ver rostros estúpidos o tipos haciendo físicamente el estúpido para percibir la estupidez, que hubieran contratado a Joan Puig o a Jim Carrey, respectivamente. Unos personajes fallan, pues, por la forma, pero otros por el fondo. Este es el caso de George Clooney, que se ve obligado a interpretar un tipo que, para que también resulte cómico, resulta completamente forzado.
Exceso de ópera bufa, pues, y es una pena, porque habría funcionado mejor manteniendo a una parte de los personajes en la sensatez, de modo que pusieran de relieve lo ridículo del resto por comparación. De hecho, esto se puede comprobar cada vez que aparece el único personaje un poco más normal, un alto cargo de la CIA, de cuyo intento de ordenar y entender las absurdas acciones de los personajes emergen los mejores momentos de la película. Lástima que sea al final.
Y sin embargo la película no acaba de funcionar. Uno de los problemas es que, innecesariamente, los actores se encargan de resaltar su estupidez poniendo cara de tales (como Frances McDormand) o haciendo demasiado el payaso (como Brad Pitt, que desaprovecha un papel a la medida por bailotear en exceso). Creo que resulta contraproducente esta tentación de explicitar las situaciones grotescas, y si los Cohen piensan que necesitamos ver rostros estúpidos o tipos haciendo físicamente el estúpido para percibir la estupidez, que hubieran contratado a Joan Puig o a Jim Carrey, respectivamente. Unos personajes fallan, pues, por la forma, pero otros por el fondo. Este es el caso de George Clooney, que se ve obligado a interpretar un tipo que, para que también resulte cómico, resulta completamente forzado.
Exceso de ópera bufa, pues, y es una pena, porque habría funcionado mejor manteniendo a una parte de los personajes en la sensatez, de modo que pusieran de relieve lo ridículo del resto por comparación. De hecho, esto se puede comprobar cada vez que aparece el único personaje un poco más normal, un alto cargo de la CIA, de cuyo intento de ordenar y entender las absurdas acciones de los personajes emergen los mejores momentos de la película. Lástima que sea al final.
Comentarios
Mientras seguiré viendo los Soprano, que me tienen fascinada (ya vamos por la tercera temporada). Besos y abrazos para Doña Tulia y para usted.
En cuanto a los Soprano, creo recordarque la tercera temporada es muy buena. Nosotros tenemos toda la serie convenientemente descargada en un disco, de modo que si tenemos ocasión de vernos se lo pasaré. Para cuando terminen con los Soprano, tengo otra serie estupenda que nos dio a conocer el Patrón: Roma. Un fuerte beso.