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SUMA-CERO EN GRAVEDAD CERO


Marx había profetizado
-y ‘profetizar’ es el verbo exacto- que el capitalismo conduciría inexorablemente a la pauperización de las sociedades: toda la riqueza quedaría concentrada en las manos de unos pocos inmensamente ricos, mientras que la inmensa mayoría quedaría reducida a la indigencia. Dicho de otro modo: unos pocos ricos lo serían a costa del sufrimiento de la práctica totalidad de la población, y así nació inadvertidamente la teoría del «capitalismo suma-cero», que impregnaría de forma indeleble el marxismo y sus derivados. El caso es que en la segunda década del siglo XX, como los países capitalistas no progresaban y los salarios crecían, Lenin -a la sazón sumo sacerdote marxista- decidió que había que dar una vuelta al asunto. Y así desempolvó las teorías de Hilferding y Hobson sobre el imperialismo para justificar que Marx no se había equivocado: vale, es cierto que la pauperización no se acaba de producir dentro de los países capitalistas, pero es porque los países capitalistas se enriquecen a costa de los países pobres de fuera. La explotación no ha desaparecido, pero en lugar de verla en un ámbito nacional hay que contemplarla desde una perspectiva mundial. Esta redefinición de la falacia del suma-cero capitalista tuvo dos efectos: permitió seguir equivocados durante décadas a los marxistas, y alentó el victimismo de los países previamente colonizados en lugar de fomentar que copiaran las recetas exitosas de la democracia y la economía de mercado. Pero cayó el Muro y fue imposible seguir ocultando lo que había detrás. ¿Qué hacer? ¿Cómo seguir detestando un capitalismo que incluso los comunistas chinos iban a adoptar? Algunos, decepcionados con una realidad que se había mostrado sorprendentemente facha, decidieron relativizarla y deconstruirla: protagonizaron un viaje de ida y vuelta a las universidades americanas, y hoy están de nuevo en plena forma, odiando el capitalismo y la democracia como antaño. 

Ahora el partido Sumar propone una nueva extensión del suma-cero que lo llevará hasta el espacio exterior. Resulta que, aunque parezca que en esta parte del planeta aún vivimos razonablemente bien (en espacial los urbanitas dirigentes de Sumar) lo estamos haciendo, no ya a costa de nuestra sociedad, no ya a costa de otros países, sino del propio planeta. Y los malvados capitalistas, conscientes de que ellos (y no los urbanitas dirigentes de Sumar) se lo están cargando, ya han preparado planes para abandonarlo a pesar de que no se disponen de destinos muy atractivos de momento. También, al parecer, están comprando glaciares enteros para que nunca les falte el gin-tonic, y fortifican islas protegidas por los Navy Seals a los que no se sabe cómo pagarán si la economía mundial colapsa. Así que ya no se trata del imperialismo de Hilferding y Hobson, sino del ciberpunk; de una síntesis de El colapso y Elysium. El modelo actual es depredador, nos dice el que defendía el modelo chavista, y propone a continuación la misma receta que lleva sin funcionar desde hace más hace un siglo: el control de la economía. Porque, a pesar de que hablan mucho de igualdad, y a pesar de que no se les conoce ningún conocimiento superior al resto del mundo, se creen capacitados para decir a todo el mundo lo que tiene que hacer. Tal vez ellos mismos son conscientes de su incapacidad y, para que no nos hagamos muchas ilusiones, ya nos anuncian lo que nos esperaría en sus manos: el decrecimiento. En fin, que no son benefactores de la sociedad, sino jetas. Yonquis del poder que quieren ejercerlo sin restricciones y a los que hay que aplicar una vez más el aforismo del añorado Churruca: en cada generación hay un selecto grupo de idiotas convencidos de que el fracaso del colectivismo se debió a que no lo dirigieron ellos.

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