¿De dónde viene nuestra docilidad intratribal? Sencillamente - explica Wrangham- estamos domesticados. Faltaría entonces saber quién lo ha hecho, y en el siglo XIX el naturalista Johann Blumenbach propuso una explicación: «debe de haber existido en el mundo primitivo una clase de existencias superiores, para quien el hombre actuó como una especie de animal doméstico». La hipótesis encajaba bastante bien en una novela de Arthur Clarke, pero no es aceptada en la actualidad. Nuestros primos los bonobos demuestran que no es necesario acudir a instancias superiores: puede existir la autodomesticación. De ello, en su caso, se encargaron las hembras –sí, amigos- y de nuevo estamos ante una historia interesante que podrá ser contada en otra ocasión. Pero no parece que la domesticación por hembras sea aplicable al sapiens –al menos no con carácter general-. Dice Wrangham: «en este modelo de autodomesticación, el lenguaje fue la característica clave del Homo sapiens que permitió muchas herramientas de control social, desde chismes hasta asesinatos».
¿Asesinatos? Pues sí. Parece que los cazadores-recolectores eran bastante igualitarios, y cuando alguien pretendía destacar –por ejemplo un agresivo macho alfa- la tribu se confabulaba contra él. El lenguaje permitía el cotilleo, letal para el prestigio del abusón. En casos más graves procedía la exclusión de la tribu, el ostracismo… y el asesinato. La historia no da para una saga épica pero resultaba eficaz. Pero ¿quién dictaba las ordenes de exclusión o muerte? La autoridad no recaía en personas concretas, sino de manera difusa en la tribu. O, como siempre, en aquellos que mejor decían representarla: los hechiceros, los ancianos, los más metomentodo… En aquéllos provistos de unas antenas más finas para detectar el zeitgeist, y para prescribir la sanción social. Exigían «claustrofóbica adherencia a las normas del grupo» e ignorarlos significaba asumir un serio peligro. En estas circunstancias, recuerda Wrangham, los individuos tenían libertad personal limitada; vivían o morían en función de su conformidad al grupo. El antropólogo social Ernest Gellner lo llama «tiranía de los primos», y no pensemos que es una cosa de los cazadores-recolectores: los preparativos de un linchamiento entre los Gebusi se parecen de manera escalofriante a una cancelación woke en las redes. En realidad, según Christopher Boehm, nuestras intuiciones morales evolucionaron en respuesta a la misma fuerza que produjo la autodomesticación: el temor a ser asesinados por el grupo si nos desviábamos de la ortodoxia. Y de nuevo aquí hay una historia que habrá que contar.
En todo caso hemos evolucionado en un entorno en el que llevar la contraria a la tribu podía suponer la exclusión social y la muerte. No es extraño entonces el terror que nos provocan los airados cuñados de turno -por ridículos que sean-, el sufrimiento que nos provoca la exclusión social, ni los esfuerzos que estamos dispuestos a hacer para afirmar nuestra pertenencia e integrarnos en las tribus -ahora también se llaman «identidades»- correspondientes.
Comentarios
Muchas gracias, como siempre, por sus comentarios.
Y quien dice vascos dice catalanes, o incluso españoles, inmersos en los dictados de lo políticamente correcto impuestos por la izquierda, cuyos hechiceros son los dueños de los medios, de la enseñanza, de la opinión.
D. Goethe se es el dificilísimo equilibrio que aspiramos a conseguir.
Saludos.