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EL ASESINO COMPLACIENTE


En julio de 1983 Phil Ryan, Texas Ranger, detuvo a Henry Lee Lucas, de 46 años, por tenencia ilícita de armas. Lucas había pasado gran parte de su vida en la cárcel: entre 1954 y 1959 por robo, entre 1960 y 1970 por matar a su madre en una discusión, y entre 1971 y 1975 por intentar secuestrar a tres colegialas. De forma inopinada, en el curso del interrogatorio confesó haber asesinado a su pareja, Frieda "Becky" Powell, y a una anciana a la que ambos cuidaban, y a continuación condujo a los Ranger al lugar donde las había enterrado: desde luego, allí había restos humanos. En noviembre Lucas fue transferido a la cárcel del condado de Williamson donde comenzó a confesar crímenes adicionales. Como éstos habían tenido lugar en distintos estados, se creó un grupo operativo al mando del Jim Boutwell.

Para Boutwell Lucas fue un magnífico regalo. Boutwell no sólo era un Ranger, merecedor por tanto del máximo respeto en Tejas: era un Ranger famoso. En 1966 un francotirador se había encaramado a la torre de la Universidad de Tejas y había comenzado a disparar indiscriminadamente sobre los viandantes. Boutwell se había subido a una avioneta y, a pesar de haber recibido varios disparos, había estado proporcionando información a la policía sobre la localización y recursos del tirador hasta que fue abatido. Ahora Lucas le permitía protagonizar la investigación sobre el que se estaba revelando como el asesino en serie más prolífico de la historia. Así comenzó una larga y fructífera colaboración en la que Boutwell recopilaba asesinatos no resueltos, preguntaba a Lucas si sabía algo del asunto, y con frecuencia obtenía una confesión. Si la confesión coincidía con hechos relevantes del caso, preferiblemente aquellos que no habían salido a la luz, el grupo operativo le daba validez.


Para los diferentes cuerpos policiales con casos sin resolver, Lucas fue un medio eficaz para limpiar sus cajones. El grupo operativo se convirtió así en un centro de peregrinación del que con frecuencia los policías salían bendecidos con la confesión de Lucas. Era frecuente que se formaran largas colas de visitantes ante el despacho en el que Boutwell y Lucas los atendían amablemente y les dispensaban, en su caso, la confesión que absolvía sus estadísticas. No todos, sin embargo, compartían el entusiasmo y la fe de Boutwell ante la exuberancia asesina de Lucas –el número de asesinatos confesados pronto alcanzó la cifra de 600-. Por ejemplo Linda Erwin, detective de homicidios de Dallas, preparó cuidadosamente un expediente perfectamente falso sobre un supuesto asesinato en la ciudad y lo envió a Boutwell: Lucas confesó el asesinato fake sin pestañear.

Para Bob y Joyce Lemons Lucas y Boutwell fueron inicialmente un motivo adicional de dolor, y finalmente de ruina económica. Su hija Debbie había sido asesinada en 1975 de 17 puñaladas, y cuando el hecho fue presentado a Lucas lo asumió como propio. Los Lemons hicieron notar que el asesino difícilmente podría haber entrado por donde decía haberlo hecho -una puerta bloqueada desde dentro por una estantería- pero la policía descartó sus dudas con paternalismo, displicencia e indignación. Dejando salud y fortuna por el camino, los Lemons llegaron a demostrar que Lucas ni siquiera estaba en el estado de Tejas en el momento del asesinato, pero no consiguieron que el caso fuera reabierto.



Debbie había sido asesinada a cuchilladas, pero aparentemente Lucas no había desdeñado ningún arma a su alcance a lo largo de su carrera criminal, incluidos sus propios pies. Es curioso que a nadie del grupo operativo le resultara chocante esta ausencia de modus operandi, de patrón e incluso de tiempo: un periódico local analizó la secuencia espacio-temporal de los asesinatos certificados por el grupo operativo que demostraba que Lucas tendría que haber estado conduciendo ininterrumpidamente por todo el país, prácticamente sin dormir, para poder cumplir su agenda de asesinatos. Pronto el diario destapó incongruencias similares, y dejó claro que si Lucas revelaba detalles tan precisos de los asesinatos era porque previamente se los había dejado entrever el grupo operativo. De este modo para Hugh Aynesworth y The Dallas Times Herald Lucas supuso la oportunidad de practicar buen periodismo.


Para los policías de Little Rock Lucas fue una puerta abierta a la corrupción. En noviembre de 1981 una cajera había sido asesinada, y Scotty Scott, hijo de un antiguo policía, había sido condenado por ello. Así que sus compañeros se dirigieron a Lucas, que para entonces se encontraba en el corredor de la muerte, para pedirle que confesara haberlo hecho él –Lucas, un Zelig, que se acomodaba inmediatamente a las circunstancias, aceptó inicialmente, aunque posteriormente se retractaría-. Finalmente Scott obtuvo otro juicio, pero no por Lucas sino por defectos en las pruebas testificales en el original.

Para Vic Feazell, fiscal del condado de McLennan en Waco, Lucas y Boutwell supusieron una pesadilla, el fin de su carrera política y una indemnización por difamación que aún figura en el libro Guinness de los récords. También, es de suponer, supuso la satisfacción posterior de haber hecho lo correcto contra enormes dificultades. Tres de los asesinatos confesados por Lucas estaban en su jurisdicción, y de uno de ellos ya había encontrado al verdadero culpable. Feazell se atrevió a criticar los métodos del grupo operativo y a los propios Rangers, y la tormenta se desencadenó sobre él en forma de canal de televisión local: WFAA empezó a emitir monográficos semanales sobre supuestos sobornos aceptados por Feazell en el ejercicio de su cargo. La insistencia de WFAA llevó al FBI a abrir una investigación sobre el Fiscal, y es muy posible que el asunto se convirtiera así en un argumento circular: el FBI investigaba las denuncias de WFAA, que a su vez podrían estar siendo construidas por gente cercana al FBI. De ser esta hipótesis cierta, una pieza que encajaba especialmente bien era James B. Adams, entonces director del Departamento de Salud Pública de Texas –en el que estaban incluidos los Rangers- y antigua mano derecha de Edgar Hoover en el FBI. Tras ser absuelto -e indemnizado- por los cargos de corrupción, Feazell se ofreció a defender a Lucas y acabó también enredado en sus mentiras. De repente Becky, la pareja que supuestamente había asesinado, apareció. Deslumbrado por las pifias previas del grupo operativo, Feazell creyó estar ante la definitiva, pero la nueva Becky no era más que una lunática atraída por Lucas –antes se había acercado a Charles Manson- y convenientemente instruida por él para proporcionar veracidad al relato. Completamente desanimado, Feazell se retiró de la defensa y de la escena pública.


Para la hermana Clemmie Schroeder Lucas sirvió para confirmar su propia bondad. Dedicó sus esfuerzos para reconducir a un alma tan descarriada como la del prolífico asesino, y posiblemente lo incentivó para realizar más confesiones.

Es difícil entender qué convirtió a Henry Lucas, modesto asesino ocasional, en Henry Lucas, famoso asesino en serie. Algunos informes psicológicos previos de sus estancias en la cárcel lo describen como un sujeto con una desmesurada capacidad de fabular, es decir, de incorporar información recientemente como si fuera un recuerdo y hacerla indistinguible de la memoria -es decir, lo que nos pasa a todos pero más-. Por otra parte Lucas era de esas personas que en cualquier situación conflictiva o estresante escogen inmediatamente la salida más cercana, aunque conduzca a una situación aún peor –esto, por cierto, también nos pasa a todos, como Milgram demostraría en su célebre experimento-. Obviamente las confesiones llevaban a Lucas a la cárcel e incluso al corredor de la muerte, pero todo eso estaba en el futuro, mientras que las recompensas estaban en el presente: Boutwell estaba contento y le trataba bien, tenía sensación de su propia importancia al colaborar con el grupo operativo, y tenía acceso ilimitado a batidos de fresa que acabarían convirtiéndolo en un tonel. El futuro acabó llegando, y Lucas fue condenado por 11 de los 600 asesinatos confesados. Uno de ellos mereció una sentencia de muerte, lo que suponía una nueva situación de estrés, así que Lucas negó toda la confesión previa. Afortunadamente para él la prensa, el fiscal y otros policías habían sembrado tal cantidad de dudas sobre el caso que George Bush Jr, entonces gobernador de Tejas, le otorgó el indulto.


Para la investigación criminal en general Lucas y el grupo operativo supusieron un ejemplo de lo que no debe hacerse. No parece que sea buena idea mostrar detalles de los crímenes a un sospechoso. Y es necesario que los incentivos –mantener unas estadísticas limpias- se alineen con los objetivos –resolver crímenes-. De otro modo graves distorsiones pueden emerger.

No se sabe si está relacionado con su detención de Henry Lucas, pero Phil Ryan acabó siendo asesor técnico de la serie Texas Ranger protagonizada por Chuck Norris.

Para ustedes, Henry Lee Lucas supone la oportunidad de ver este documental: The confession killer. Netflix.

Comentarios

Thomson/Thompson ha dicho que…
Interesante historia que no conocía. Me apunto esa recomendación para ver el documental. Mil gracias.
navarth ha dicho que…
Te va a encantar, Thomson. Un abrazo.
Bruno ha dicho que…
Si sigue vivo hay que buscarlo y endosarle toda la propagación del virus. Un excelente ejemplo del choto expiatorio. Saludos.

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