Tocqueville y Stuart Mill nos previnieron contra la tiranía de la mayoría, la sofocante unanimidad intelectual creada por las corrientes emocionales dominantes, generadas a su vez por el movimiento de la masa social. Y también nos recomendaron los antídotos adecuados para combatirla: la libertad de expresión (Mill) y la prensa libre (Tocqueville). Ellos posibilitarían la libre circulación de opiniones que, confrontadas en el campo de la argumentación, harían que prevalecieran la razón y la verdad. Cabría pensar que en el mundo de internet, con la facilidad de circulación de la información, habríamos conseguido un campo fértil para que las mejores ideas floreciesen. ¿Está ocurriendo así? Dos artículos parecen indica que la mayor accesibilidad al conocimiento no está consiguiendo una sociedad mejor informada.
El primero, de Manuel Toscano en Vozpopuli, habla sobre el avance de la falsedad en la era digital. El artículo –léanlo, lo explica mejor que yo- recoge un estudio de Vosoughi, Roy y Aral realizado sobre Twitter según el cual, en las redes, la fuerza de propagación de la mentira es mucho mayor que la de la verdad. Según el estudio las historias falsas alcanzan a más personas, lo hacen más rápidamente y son mucho más retuiteadas que las verdaderas. Esto se acentúa en el caso de las noticias políticas. El éxito de la mentira no parece estar en la habilidad o dedicación de los propagadores, ni tampoco en los dichosos bots. El atractivo está en las propia mentiras, mucho más emocionantes que la aburrida verdad y más aptas para captar eficazmente nuestra atención. Dicho de otro modo, el éxito de la mentira está en nuestra propia estructura biológica. Los intentos, por cierto, por neutralizarlas son con frecuencia contraproducentes, efecto detectado por Lakoff que hace que muchos afectados renuncien a la defensa en un intento de no convertir bulos en elefantes.
«Las redes sociales funcionan como máquinas de polarización», dice Toscano, y eso nos lleva al segundo de los artículos, éste del NYT: YouTube, the great radicalizer de Zeynep Tufecki. Describe cómo los algoritmos que utiliza YouTube para detector un patrón de preferencias en el usuario acaban conduciéndolo a las versiones más extremas de estas. Como cuenta la autora, si busca contenidos sobre Trump YouTube le acaba sugiriendo noticias sobre supremacistas blancos; y si es sobre Clinton es muy posible que acabe atendiendo a teorías conspirativas sobre el 11-s. Como si el algoritmo de Youtube fuera continuamente subiendo la puja hacia lo más radical de la opción escogida. ¿Una exageración? Parece que no. En una investigación conducida por el WSJ –apoyada por un ex ingeniero de Youtube- se concluyó que, en efecto, cuando el usuario manifiesta su interés por noticias relacionadas con la derecha o la izquierda moderadas acaba siendo llevado a sus versiones más extremas.
Esto no es porque los ingenieros de YouTube sean unos supervillanos empeñados en destruir el mundo. Sencillamente, quieren atraer audiencia porque viven de los anunciantes, y todo parece indicar que la audiencia es mejor enganchada cuanto más desaforada es la historia. Con esto volvemos a nuestra estructura biológica: detrás de nuestra curiosidad hay rasgos evolutivos y sesgos cognitivos que quizás estén mal adaptados a nuestra sociedad de la información- Y del mismo modo en que nuestro gusto por el azúcar y la grasa está mal adaptado a una sociedad de abundancia, Youtube y las redes podrían estar sobrealimentando una curiosidad morbosa poco adaptada a la búsqueda fría de la verdad.
En todo caso esto es alarmante, porque quiere decir que el algoritmo del YouTube acaba dando más visibilidad a las tendencias más extremas, y premiando al político incendiario frente al moderado. Todos conocíamos la existencia del sesgo confirmatorio, nuestra tendencia a buscar exclusivamente la información que confirme nuestra opinión. Lo que no sospechábamos era la capacidad de la tecnología para exacerbarlo y llevarnos a la polarización. Curiosamente, la información más accesible no parece estar consiguiendo que el “mercado de las ideas” funcione mejor.
Comentarios
Con lo que nos dice , se da una cuenta de lo importante que es la colaboración de toda la gente sensata, para no pinchar en cotilleos, ni en noticias falsas, ni en You Tubes sugeridos "especialmente para nosotros"
Y lo malo es que esto ocurre cada vez con más frecuencia y mayor insistencia. Y no sólo en Y.T.
Que de vez en cuando firmo peticiones en H.O. en defensa de la lengua de todos, o de la Guardia Civil, o así, y no paran de mandarme cartas para que contribuya a financiar campañas que no me gustan, como lo de contra el aborto, contra los matrimonios del mismo sexo, etc.
Y por más que me explico, siguen insistiendo.
Una vez criados borregos ya no hay solución.
Hay por ahí un articulo brillante en el que Nicholas Carr se preguntaba Is Google Making Us Stupid?
https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2008/07/is-google-making-us-stupid/306868/
Ahora parece que también nos hace fanáticos.
No creo que sea internet, ni el algoritmo de youtube, creo que somos nosotros. No es nada nuevo, ese algoritmo hace exactamente lo mismo que los productores de cine, los escritores, o cualquiera que narre incluso en las circunstancias más cotidianas como una cena de amigos. Narramos lo extraordinario y lo exagerado. Tal vez, esta necesidad por lo extraordinario sea incluso una señal positiva de nuestra aburrida felicidad, un signo de civilización. Así, justo a la inversa, Humprey Jennings triunfó en medio del bombardeo de Londres con sus documentales de escenas cotidianas. Lo extraordinario en medio de la matanza era una mujer colgando la ropa.
En fin, que creo que son tremendismos, y que ni lo uno ni lo otro. Internet es un nuevo cerebro mundial y va a ser una maravilla de intercambios y creatividad, pero, claro, el hombre sigue siendo el mismo bicho.
arcu.
Pero hay que desconfiar siempre de las conclusiones demasiado pesimistas, tan engañosas como los ideales muertos que se escondían tras el progresismo.
Debemos estar en guardia contra el determinismo de signo contrario que pretende ocupar el espacio vacío de nuestra juventud en retirada. Ni el mundo es peor que antes ni el ansia por la verdad es menor. Reconozcamos que nunca ha tenido mucho predicamento y abrámonos a la posibilidad de que logre hacerse un hueco entre el dominio artificial de la mentira. A veces la verdad sale adelante, y si no la consideramos equivocaremos el diagnóstico tal y como les ha ocurrido a las mejores cabezas en demasiadas ocasiones. Ni la URSS ganó la guerra fría, como creía Revel, ni el islam ha triunfado aún sobre Europa, como aseguraba Fallaci (mis alumnas siguen llevando unas minifaldas y escotes libérrimos: lo de taparse no mola nada).
Todo se mueve mucho más deprisa, desde luego, pero la velocidad no ha de tener la última palabra. A menudo nos dejamos llevar por la imagen abrumadora de los acontecimientos y nos olvidamos de que la libertad y la verdad son más fuertes de lo que aparentan. Sharansky lo explicó mejor que yo en Alegato por la democracia*.
La batalla por la verdad no está ni ganada ni perdida, y eso es lo que la hace interesante porque vuelve nuestros actos responsables. Querido Fernando, permíteme la confianza: ¿acaso tu compromiso político no depende del resultado abierto de la partida? ¿Qué sentido tendría si no fuera así?
*Aunque, por otra parte, si viera el triunfo completo de la autocracia en su querida Rusia tal vez reconsideraría su postura (Sí, ya sé que este asterisco no beneficia precisamente mi argumentación pero los recientes acontecimientos me abruman a mí también, qué carajo).