Reflexiono ahora -tras recuperarme de los soporíferos discursos que nos propina desde la tribuna del Congreso- , sobre el tono de superioridad intelectual que Pablo Iglesias suele adoptar cuando se dirige a nosotros. ¿Y si tuviera razón? ¿Y si estuviéramos faltos de lecturas? Por eso, con firme propósito de enmienda intelectual, he decidido retomar a un autor que, aunque involuntariamente, suele ser muy revelador: el propio Pablo Iglesias. Recupero, por tanto, algunas cosas de las que he ido escribiendo, empezando por la disección que hace de la película Algunos hombres buenos.
En su imprescindible libro Maquiavelo frente a la gran pantalla Pablo Iglesias analiza algunas películas con el propósito, no siempre alcanzado, de afianzar sus particulares planteamientos políticos. Una de estas películas es Algunos hombres buenos de Rob Reiner. Pablo Iglesias ha escogido esta película «con el objetivo de plantear una noción, digamos dura, de la verdad en política como decisión sobre la vida» y de paso para revelar «el carácter de última ratio de la excepcionalidad en política». ¿Cómo piensa hacerlo? Pues a través de los “códigos rojos”.
Recordemos. La película trata del juicio a dos marines de Guantánamo por la muerte de un tercer marine. El espectador irá sabiendo que, con el fin de conseguir su traslado a un destino más confortable, el marine muerto pensaba denunciar a sus compañeros por una irregularidad en acto de servicio. Enterado de ello el coronel Jessep (Jack Nicholson) ordenó que se le administrara un “código rojo”, una paliza para que aprendiera que las cosas del cuerpo de marines deben solucionarse dentro del cuerpo de marines, pero resultó que el recluta tenía un problema cardiaco y murió. Los “códigos rojos” están prohibidos en el ejército, de manera que todo el trabajo del abogado defensor de los marines acusados (Tom Cruise) consiste en sacar de quicio a Jessep hasta que confiese que fue él el que ordeno el famoso código. Lo consigue con bastante facilidad, y Jessep es enchironado.
Con este argumento Pablo Iglesias decide que «lo que hay que resolver es el problema de las relaciones entre estructura y superestructura (Gramsci, 1975)» -que no se sabe muy bien qué tiene que ver con todo esto- y se lanza a explicar «el planteamiento agambeniano que entiende la política como excepcionalidad y decisión sobre la vida» afirmando que «vamos a buscar esos códigos rojos de Algunos hombres buenos (…) como elementos constitutivos, en tanto que estructura del orden político». Y con estos mimbres llega a la siguiente conclusión:
«El poder soberano no puede ser otro que el poder ilimitado de decisión sobre la vida».
Esta es, según Pablo Iglesias, «la verdadera naturaleza del poder frente a la que ceden todos los derechos, la fuerza capaz de expulsar de la comunidad (…) el poder soberano que decide sobre la vida». «La decisión sobre la vida y la capacidad de excluir son, por lo tanto, la condición de posibilidad de la soberanía y del poder constituyente, así como de toda lucha en la que el antagonista desafía al poder».
Entendámonos: no es que a Pablo Iglesias le parezca mal este concepto de la política como poder supremo sobre la vida. No es que esté criticando a las democracias occidentales a través de Estados Unidos, cuyos códigos rojos pretende descubrir. Simplemente se limita a poner de manifiesto que esa es la «verdad política», la «noción, digamos dura» de la política que se proponía desvelar. Aclaremos que «la decisión sobre la vida» es, para Pablo Iglesias, elemento constitutivo no sólo del estado, sino también de los revolucionarios, los «antagonistas que desafían el poder».
Y remata Pablo Iglesias: «La lucha política llevada a sus últimas consecuencias ha de asumir necesariamente también una dimensión constituyente, esto es, ser capaz de crear y de sustraerse al mismo tiempo al Derecho. La lucha política es “verdadera” en la medida en que aplica una nueva fuerza soberana ante la cual la vida queda, de nuevo, al desnudo».
Que alguien que pretende alcanzar el poder defienda la legitimidad de sustraerse al derecho, porque entiende que la esencia de la política es el poder supremo sobre la vida, tiene que causar bastante desazón en aquellos sobre los que pretende gobernar. Esto es lo que quería señalar, y aquí podría acabar este comentario, pero me gustaría añadir otra cuestión.
Por lo que vamos conociendo -y no es poco- del pensamiento político de Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, parece consistir en una sucesión de afirmaciones inconexas cuyos autores no aspiran a encajar en una estructura lógica, ni a ensamblar como las piezas de un rompecabezas que ofrezca una imagen final coherente. A cambio, como ambos son profesores, estas afirmaciones suelen estar sazonadas con referencias a sesudos autores con los que frecuentemente no tienen nada que ver, y que inducen al lector a sospechar que quizás no han comprendido bien lo que han leído. Uno puede entender perfectamente que Pablo Iglesias no haya entendido a Giorgio Agamben --e incluso que sea imposible entender a Agamben- pero ¿es normal que alguien se anime a escribir un libro sobre política y cine cuando sospechamos que no lee con aprovechamiento textos políticos, y nos consta que no se entera de las películas?
Porque si Pablo Iglesias quería demostrar que la capacidad de sustraerse al derecho y decidir sobre la vida es la verdadera esencia del poder político, no ha podido escoger una película peor. Porque, en efecto, el coronel Jessep se sustrae al derecho y toma una decisión que, involuntariamente, cuesta la vida a un soldado. Pero el estado, el poder político, no se queda diciendo «¡Ah, vaya! Iglesias y Agamben tenían razón». No. ¡El estado mete en la cárcel a Jessep! Y no sólo eso sino que condena también a los dos marines, los que se habían limitado a cumplir sus órdenes.
Espero que un día tengamos ocasión de contar la interpretación que Iglesias hace de Lolita de Kubrick, de la que me permito dejarles un adelanto:
«La lógica capitalista de acumulación y expansión sin fin no sólo determina las relaciones centro-periferia que condicionan la representación del otro colonizado o del otro migrante, sino que el lugar de enunciación también se halla determinado por la hegemonía de valores patriarcales y heteronormativos que condicionan toda representación de lo femenino».
Como para pedirse palomitas.
En su imprescindible libro Maquiavelo frente a la gran pantalla Pablo Iglesias analiza algunas películas con el propósito, no siempre alcanzado, de afianzar sus particulares planteamientos políticos. Una de estas películas es Algunos hombres buenos de Rob Reiner. Pablo Iglesias ha escogido esta película «con el objetivo de plantear una noción, digamos dura, de la verdad en política como decisión sobre la vida» y de paso para revelar «el carácter de última ratio de la excepcionalidad en política». ¿Cómo piensa hacerlo? Pues a través de los “códigos rojos”.
Recordemos. La película trata del juicio a dos marines de Guantánamo por la muerte de un tercer marine. El espectador irá sabiendo que, con el fin de conseguir su traslado a un destino más confortable, el marine muerto pensaba denunciar a sus compañeros por una irregularidad en acto de servicio. Enterado de ello el coronel Jessep (Jack Nicholson) ordenó que se le administrara un “código rojo”, una paliza para que aprendiera que las cosas del cuerpo de marines deben solucionarse dentro del cuerpo de marines, pero resultó que el recluta tenía un problema cardiaco y murió. Los “códigos rojos” están prohibidos en el ejército, de manera que todo el trabajo del abogado defensor de los marines acusados (Tom Cruise) consiste en sacar de quicio a Jessep hasta que confiese que fue él el que ordeno el famoso código. Lo consigue con bastante facilidad, y Jessep es enchironado.
Con este argumento Pablo Iglesias decide que «lo que hay que resolver es el problema de las relaciones entre estructura y superestructura (Gramsci, 1975)» -que no se sabe muy bien qué tiene que ver con todo esto- y se lanza a explicar «el planteamiento agambeniano que entiende la política como excepcionalidad y decisión sobre la vida» afirmando que «vamos a buscar esos códigos rojos de Algunos hombres buenos (…) como elementos constitutivos, en tanto que estructura del orden político». Y con estos mimbres llega a la siguiente conclusión:
«El poder soberano no puede ser otro que el poder ilimitado de decisión sobre la vida».
Esta es, según Pablo Iglesias, «la verdadera naturaleza del poder frente a la que ceden todos los derechos, la fuerza capaz de expulsar de la comunidad (…) el poder soberano que decide sobre la vida». «La decisión sobre la vida y la capacidad de excluir son, por lo tanto, la condición de posibilidad de la soberanía y del poder constituyente, así como de toda lucha en la que el antagonista desafía al poder».
Entendámonos: no es que a Pablo Iglesias le parezca mal este concepto de la política como poder supremo sobre la vida. No es que esté criticando a las democracias occidentales a través de Estados Unidos, cuyos códigos rojos pretende descubrir. Simplemente se limita a poner de manifiesto que esa es la «verdad política», la «noción, digamos dura» de la política que se proponía desvelar. Aclaremos que «la decisión sobre la vida» es, para Pablo Iglesias, elemento constitutivo no sólo del estado, sino también de los revolucionarios, los «antagonistas que desafían el poder».
Y remata Pablo Iglesias: «La lucha política llevada a sus últimas consecuencias ha de asumir necesariamente también una dimensión constituyente, esto es, ser capaz de crear y de sustraerse al mismo tiempo al Derecho. La lucha política es “verdadera” en la medida en que aplica una nueva fuerza soberana ante la cual la vida queda, de nuevo, al desnudo».
Que alguien que pretende alcanzar el poder defienda la legitimidad de sustraerse al derecho, porque entiende que la esencia de la política es el poder supremo sobre la vida, tiene que causar bastante desazón en aquellos sobre los que pretende gobernar. Esto es lo que quería señalar, y aquí podría acabar este comentario, pero me gustaría añadir otra cuestión.
Por lo que vamos conociendo -y no es poco- del pensamiento político de Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, parece consistir en una sucesión de afirmaciones inconexas cuyos autores no aspiran a encajar en una estructura lógica, ni a ensamblar como las piezas de un rompecabezas que ofrezca una imagen final coherente. A cambio, como ambos son profesores, estas afirmaciones suelen estar sazonadas con referencias a sesudos autores con los que frecuentemente no tienen nada que ver, y que inducen al lector a sospechar que quizás no han comprendido bien lo que han leído. Uno puede entender perfectamente que Pablo Iglesias no haya entendido a Giorgio Agamben --e incluso que sea imposible entender a Agamben- pero ¿es normal que alguien se anime a escribir un libro sobre política y cine cuando sospechamos que no lee con aprovechamiento textos políticos, y nos consta que no se entera de las películas?
Porque si Pablo Iglesias quería demostrar que la capacidad de sustraerse al derecho y decidir sobre la vida es la verdadera esencia del poder político, no ha podido escoger una película peor. Porque, en efecto, el coronel Jessep se sustrae al derecho y toma una decisión que, involuntariamente, cuesta la vida a un soldado. Pero el estado, el poder político, no se queda diciendo «¡Ah, vaya! Iglesias y Agamben tenían razón». No. ¡El estado mete en la cárcel a Jessep! Y no sólo eso sino que condena también a los dos marines, los que se habían limitado a cumplir sus órdenes.
Espero que un día tengamos ocasión de contar la interpretación que Iglesias hace de Lolita de Kubrick, de la que me permito dejarles un adelanto:
«La lógica capitalista de acumulación y expansión sin fin no sólo determina las relaciones centro-periferia que condicionan la representación del otro colonizado o del otro migrante, sino que el lugar de enunciación también se halla determinado por la hegemonía de valores patriarcales y heteronormativos que condicionan toda representación de lo femenino».
Como para pedirse palomitas.
Comentarios
Estupendo artículo, señoría.
Y yo que evito La Argos todo lo que puedo, cuando la cubierta se centra en Pablo y en sus compadres, y en sus estrategias para convertirse en Stalin, me estoy dando cuenta de que, si usted, si Don Belosticalle , e incluso si Don Lindo , estudian lo que dice y hace , es que lo ven como una posibilidad peligrosa... Sobre todo ahora que está Pedro, sediento de poder y de venganza contra "los de derechas ", a cualquier precio.
Y, para colmo, P.I. no defiende a España ( aunque sea una España bolchevique ), que se apoya , o, al menos, lo hace gran parte de su entorno, ( y él lo ha hecho muchas veces ), en los nacionalismos secesionistas, para partir España unilateralmente, y sin preguntarnos al resto de los españoles, en Reinos de Taifas...
Le tendré que tener en cuenta, y estudiar lo que dice y hace. Pero :
¡ Qué tristeza y qué horror !
Son además como una tortuga intentado explicar el mundo. Pienso en Monedero con su teoría de los salarios en base a la plusvalía marxista y ahí están sus altos honorarios para destrozarla.
Pero estos estudios no son la clave del asunto.
Lo que amenaza a España está para estudiar dentro de la siquiatría. Voluntades sicópatas con afán desmedido de poder. Y ahí empieza el hilo de sus descubrimientos peliculeros. Esas ideas se tienen de jovencito. Cuando se folla poco. Si persisten ya no estamos en las ideas sino en la enfermedad. O en la personalidad.
Que tenga mucha suerte en su aventura.