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LA DOLCE BELLEZZA


Imposible ver La grande bellezza sin compararla con La dolce vita, pero no compiten en igualdad de condiciones porque el tiempo ha operado dos modestos milagros a favor de ésta última. Uno, si la película de Sorrentino se entiende como una caricatura del mundo real, la de Fellini -que también lo era- ha dejado de serlo para nosotros, que la percibimos como si correspondiera a la Roma real de 1960. Dos, los años han revestido de cierta magia a los ambientes más superficiales de La dolce vita. Esto ocurre, por ejemplo, con la Vía Veneto, posiblemente en su momento tan desprovista de significado como las terrazas de la Castellana o los bares del Paseo Marítimo de Palma, y convertida ahora en evocador estandarte de un sugestivo mundo, muy lejano del mundo superficial que Fellini pretendía mostrar. Por la misma razón no es descartable que, dentro de medio siglo, la Roma de comienzos del siglo XXI se haya convertido en un mundo onírico conocido como La gran belleza, en el que sus misteriosos ocupantes perpetran bailes grotescos al ritmo de Rafaella Carrá. Tal vez esto sea un síntoma más de que estéticamente el mundo va a peor.


Los personajes principales de ambas películas, Jep Gambardella y Marcello Rubini, tienen mucho en común. Ambos son cronistas privilegiados de la alta sociedad romana, un mundo decadente, superficial y en ocasiones bello. Y ambos se sienten íntimamente superiores a ese mundo. Se consideran desaprovechados, incómodos con la trivialidad imperante, y aspiran a algo más auténtico. ¿Y qué es? Al parecer Marcello anhela el mundo de su amigo Steiner, culto, profundo y sofisticado. Pero dado que Steiner acaba suicidándose tras asesinar a sus dos hijos, no parece que Fellini quiera dejar abierta esa puerta. Por su parte Jep sueña con la primera mujer con la que se acostó, y así averiguamos uno de los significados profundos de la vida que nos desvela Sorrentino: el sexo juvenil. El otro que nos proporciona no es mucho mejor. Resulta que el marido viudo de la primera novia de Jep, que se ha vuelto a casar, vive en una casa decorada con exquisito mal gusto (abundan los perritos de porcelana) y pasa las noches viendo la televisión con su pareja. Sorrentino hace que Jep lo mire con cierta admiración, como si pensara «Qué triste es mi vida, en mi magnífico apartamento delante del Coliseo siempre lleno de mujeres estupendas. ¡Con lo bien que podría estar aquí viendo la tele en pantuflas! Hermanos, no renunciéis al chándal cegados por el resplandor superficial de la belleza».

Este intento es quizás el mayor error de la película, del mismo modo que las películas de terror se arruinan cuando se intenta dar una explicación a lo que en ellas ocurre. Por lo demás Sorrentino envuelve muy bien sus películas, de modo que el cliente suele quedar satisfecho. Este es el caso de Il Divo, de la que el espectador sale aturdido sin darse cuenta de que sabe tan poco (o mucho) de Andreotti como cuando entró. Las imágenes de Sorrentino deslumbran al espectador, del mismo modo que la belleza -según nos cuenta- deslumbra a Jep. Jep está convencido de que hay algo más detrás de ella; el espectador puede sospechar que no ocurre lo mismo con la película. Pero aun así merece la pena, aunque sólo sea porque cualquier drama al que Roma presta su escenografía tiene mucho ganado. Otra cosa es si realmente hay drama. 

PD: releída esta crítica me doy cuenta de que no he transmitido algo importante: la película es buena.


Comentarios

viejecita ha dicho que…
Don Navarth
Yo suelo leer las crónicas sobre películas de los críticos norteamericanos. Porque, destripan las películas. Ponen de vez en cuando un "spoiler alert", para los que no quieran saber lo que pasa, y primero te cuentan el argumento, y luego te dicen si a ellos les gustó, y por qué.

Me encantan sus crónicas de usted, las de D.Lindo y las de D. Artanis, porque, como le ocurría a Savater, cuando escribía en "Casablanca", hacen ustedes críticas personales, cuentan bastante la historia ( aunque a mí no me importaría que la destripasen un poquito más ), se arriesgan, y no se esconden , como suelen hacer los críticos especializados de Cinemanía, o de Fotogramas, detrás de términos abstrusos que sus lectores no vayamos a entender.

Yo ya no voy al cine en salas, que me resulta muy paliza la hora de coche a la ida y a la vuelta, la cola, y, sobre todo, las dos horas o más, en una butaca incómoda, pasando un frío espantoso, y eso sin contar con los vecinos de asiento, o los de delante...
Pero me compro las películas en cuanto salen en DVD en el primer país en que salgan. ( tengo cuentas de Amazon en todas partes )
Así que, después de leerle a usted, he decidido comprarme La Gran Belleza.

Muchas Gracias
navarth ha dicho que…
Doña Viejecita pues le recomiendo que las vea una a continuación de la otra. Gracias a usted.
Uno, que arregla zapatos ha dicho que…
Mi querido Navarth… yo tengo la sensación de que casi 180 minutos de artificio visual y engolamient pseudointelectualoide son demasiados minutos dedicados al onanismo esteticista. Plano a plano, magistral, pero en su conjunto es, simplemente, insufrible. Al revés que su expléndido escrito, por cierto.

Eso sí: hay que verla.

Un abrazo.
navarth ha dicho que…
Querido D. Uno, cuánto tiempo. Pues visto su dictamen le recomiendo que evite Il Divo, que reduce a Andreotti a una colección de imágenes vertiginosas y sonidos estridentes. Un abrazo.
Leonardi ha dicho que…
Don Navarth, no creo que Jep Gambardella admire la nueva vida del viudo. Lo que le asombra, desde mi punto de vista, es que después de lo pasado tenga ilusión por su nueva pareja, algo de lo que él carece por completo. Es obvio que no envidia su situación material.

Tampoco comparo La dolce vita, que marcó una época en la historia del cine italiano y mundial, con el film de Sorrentino. Pero como retrato de una determinada clase social a base de retazos inconexos pero muy clarificadores ambas son excelentes.
navarth ha dicho que…
No sé D. Leonardi, puede que tenga razón. Pero yo creo que la película cojea en ese punto. Parece que Jep Gambardella anhela algo oculto tras el resplandor de la belleza porque él mismo es más profundo, pero los retazos que recibe el espectador para atisbar esa supuesta profundidad (uno, su amor de adolescencia; otro, me parecía, una cierta envidia por una vida vulgar y confortable) son claramente insuficientes. Tampoco sus conversaciones (por ejemplo, cuando tritura a una amiga) son especialmente brillantes.

La otra cosa que quería decir es que, en este momento, La dolce vita me parece muy superior a La gran belleza, pero puede que el tiempo las vaya igualando. Y puede que eso ocurra, no tanto porque nos demos cuenta de que esta última refleja muy bien la Roma del inicio del siglo XXI, sino porque para entonces ésta será desconocida y será la película la que usaremos para recrearla (obviamente la película se parecerá a la película).

Por cierto, me gustó mucho su intervención ayer en el blog de SG explicándole a Juan/Bernardino quien es realmente Pau Claris.

Saludos.

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