La nación es un plebiscito cotidiano. La famosa afirmación de Renan es ahora invocada por los nacionalistas catalanes para justificar la subordinación de la democracia a su voluntad de constituirse en tribu. Pero ¿es legítima la invocación? ¿Habría simpatizado Renan con los nacionalistas?
En 1870, tras derrotar definitivamente a los franceses en Sedán, los prusianos se anexionan Alsacia y Lorena. En Alsacia se habla alemán, su cultura es básicamente alemana: los prusianos, movidos por impulsos nacionalistas, interpretan la acción como la reintegración de ovejas perdidas en el rebaño germánico. Pero hay un pequeño detalle: los alsacianos, por mucho alemán que hablen, no quieren dejar de ser franceses.
En agosto de ese año el teólogo y escritor David Friedrich Strauss inserta una carta en La gaceta de Augsburgo en la que solicita a Ernest Renan que se manifieste sobre el asunto. En el pasado Renan no ha sido inmune a teorías racistas, y quizá por eso Strauss espera encontrar su comprensión. No será así. Renan entra en liza confiando en que dos intelectuales empleando la razón acabarán llegando a un acuerdo, y argumenta:
“Vuestros fogosos germanistas alegan que Alsacia es una tierra germánica, injustamente separada del imperio alemán. Observe que todas las nacionalidades son territorios mal delimitados; si se pone uno a razonar sobre la etnografía de cada cantón, se abre la puerta a guerras sin fin”.
He aquí el primer problema que plantea el nacionalismo: al intentar superponer sus criterios étnicos sobre los países realmente existentes son fuente inagotable de conflictos, y una amenaza para la convivencia. Y continúa:
”Alsacia es alemana por lengua y por raza, pero no desea formar parte del estado alemán; esto zanja la cuestión. Se habla del derecho de Francia, del derecho de Alemania. Estas abstracciones nos afectan mucho menos que el derecho que tienen los alsacianos, seres vivos de carne y hueso, a no obedecer a otro poder que el consentido por ellos”.
Renan antepone así las personas a abstracciones tales como la raza o la etnia, y concluye:
«Alemania (…) se ha subido a un fogoso caballo que la llevará donde no quiere».
«La división demasiado acusada de la humanidad en razas (,…) no puede conducir más que a guerras de exterminio (…) Esto sería el fin de esta mezcla fecunda, compuesta de numerosos elementos todos ellos necesarios, que se llama humanidad».
Aunque sus argumentos son contundentes Renan ha infravalorado la potencia del virus. La fiebre nacionalista ya ha evaporado la razón de Strauss que, al no encontrar el respaldo del francés, publica un par de cartas despectivas y se desentiende del asunto.
En 1882 Renan imparte una conferencia en la Sorbona, en la que recoge alguna de sus conclusiones del conflicto alsaciano. El problema está cuando «se confunde la raza con la nación y se atribuye a grupos etnográficos, o más bien lingüísticos, una soberanía análoga a la de los pueblos realmente existentes». Renan distingue –y en esto se anticipa a Ignatieff- entre la nación étnica, basada en la raza, la etnia, la lengua, o cualquier otro criterio igualmente intercambiable, y las naciones realmente existentes formadas por mestizaje y sedimentación histórica. Y continúa desgajando los peligros de la primera, empezando por la asfixiante unanimidad que impone…
«Cuando se lleva a la exageración se encierra uno en una cultura determinada tenida por nacional, se limita, se enclaustra. Se abandona el aire libre que se respira en el vasto campo de la humanidad para encerrarse en los conventículos de los compatriotas. Nada peor para el espíritu, nada más lamentable para la civilización».
… y por la disolución en ella de las personas:
«No abandonemos el principio fundamental de que el hombre es un ser razonable y moral antes de ser miembro de tal o cual raza, un adherente de tal o cual cultura. Antes que la cultura francesa, alemana o italiana está la cultura humana».
Su conclusión es inapelable:
«La raza no lo es todo, como en los roedores o felinos, y no se tiene derecho a ir por el mundo palpando el cráneo de las gentes para después cogerlas por el cuello y decirles: “¡Tú eres de nuestra sangre; tú nos perteneces!”. Más allá de los caracteres antropológicos está la razón, la justicia, lo verdadero, lo bello, que son iguales para todos».
La humanidad frente a la compartimentación en tribus; la razón ilustrada frente al fervor irracional de la masa; la variedad frente a la unanimidad; las personas frente a las ensoñaciones colectivas. En suma, las sociedades abiertas frente al nacionalismo. Renan antepone la civilización frente a los bárbaros infectados de nacionalismo que amenazan los países desde fuera. Entonces ¿alguien puede creer que sentiría alguna simpatía por los que los amenazan desde dentro? ¿No es perfectamente ridículo que ahora los nacionalistas invoquen a Renan para legitimar sus pretensiones? ¿Cabe, en suma, estar más equivocado?
p.d. Es esta una historia realmente interesante que pueden encontrar ampliada aquí y aquí.
En 1870, tras derrotar definitivamente a los franceses en Sedán, los prusianos se anexionan Alsacia y Lorena. En Alsacia se habla alemán, su cultura es básicamente alemana: los prusianos, movidos por impulsos nacionalistas, interpretan la acción como la reintegración de ovejas perdidas en el rebaño germánico. Pero hay un pequeño detalle: los alsacianos, por mucho alemán que hablen, no quieren dejar de ser franceses.
En agosto de ese año el teólogo y escritor David Friedrich Strauss inserta una carta en La gaceta de Augsburgo en la que solicita a Ernest Renan que se manifieste sobre el asunto. En el pasado Renan no ha sido inmune a teorías racistas, y quizá por eso Strauss espera encontrar su comprensión. No será así. Renan entra en liza confiando en que dos intelectuales empleando la razón acabarán llegando a un acuerdo, y argumenta:
“Vuestros fogosos germanistas alegan que Alsacia es una tierra germánica, injustamente separada del imperio alemán. Observe que todas las nacionalidades son territorios mal delimitados; si se pone uno a razonar sobre la etnografía de cada cantón, se abre la puerta a guerras sin fin”.
He aquí el primer problema que plantea el nacionalismo: al intentar superponer sus criterios étnicos sobre los países realmente existentes son fuente inagotable de conflictos, y una amenaza para la convivencia. Y continúa:
”Alsacia es alemana por lengua y por raza, pero no desea formar parte del estado alemán; esto zanja la cuestión. Se habla del derecho de Francia, del derecho de Alemania. Estas abstracciones nos afectan mucho menos que el derecho que tienen los alsacianos, seres vivos de carne y hueso, a no obedecer a otro poder que el consentido por ellos”.
Renan antepone así las personas a abstracciones tales como la raza o la etnia, y concluye:
«Alemania (…) se ha subido a un fogoso caballo que la llevará donde no quiere».
«La división demasiado acusada de la humanidad en razas (,…) no puede conducir más que a guerras de exterminio (…) Esto sería el fin de esta mezcla fecunda, compuesta de numerosos elementos todos ellos necesarios, que se llama humanidad».
Aunque sus argumentos son contundentes Renan ha infravalorado la potencia del virus. La fiebre nacionalista ya ha evaporado la razón de Strauss que, al no encontrar el respaldo del francés, publica un par de cartas despectivas y se desentiende del asunto.
En 1882 Renan imparte una conferencia en la Sorbona, en la que recoge alguna de sus conclusiones del conflicto alsaciano. El problema está cuando «se confunde la raza con la nación y se atribuye a grupos etnográficos, o más bien lingüísticos, una soberanía análoga a la de los pueblos realmente existentes». Renan distingue –y en esto se anticipa a Ignatieff- entre la nación étnica, basada en la raza, la etnia, la lengua, o cualquier otro criterio igualmente intercambiable, y las naciones realmente existentes formadas por mestizaje y sedimentación histórica. Y continúa desgajando los peligros de la primera, empezando por la asfixiante unanimidad que impone…
«Cuando se lleva a la exageración se encierra uno en una cultura determinada tenida por nacional, se limita, se enclaustra. Se abandona el aire libre que se respira en el vasto campo de la humanidad para encerrarse en los conventículos de los compatriotas. Nada peor para el espíritu, nada más lamentable para la civilización».
… y por la disolución en ella de las personas:
«No abandonemos el principio fundamental de que el hombre es un ser razonable y moral antes de ser miembro de tal o cual raza, un adherente de tal o cual cultura. Antes que la cultura francesa, alemana o italiana está la cultura humana».
Su conclusión es inapelable:
«La raza no lo es todo, como en los roedores o felinos, y no se tiene derecho a ir por el mundo palpando el cráneo de las gentes para después cogerlas por el cuello y decirles: “¡Tú eres de nuestra sangre; tú nos perteneces!”. Más allá de los caracteres antropológicos está la razón, la justicia, lo verdadero, lo bello, que son iguales para todos».
La humanidad frente a la compartimentación en tribus; la razón ilustrada frente al fervor irracional de la masa; la variedad frente a la unanimidad; las personas frente a las ensoñaciones colectivas. En suma, las sociedades abiertas frente al nacionalismo. Renan antepone la civilización frente a los bárbaros infectados de nacionalismo que amenazan los países desde fuera. Entonces ¿alguien puede creer que sentiría alguna simpatía por los que los amenazan desde dentro? ¿No es perfectamente ridículo que ahora los nacionalistas invoquen a Renan para legitimar sus pretensiones? ¿Cabe, en suma, estar más equivocado?
p.d. Es esta una historia realmente interesante que pueden encontrar ampliada aquí y aquí.
Comentarios
Yo, de Renan, tengo "La Vie de Jesus", que leía en mi juventud, y que mantengo en mi biblioteca, aunque en segunda fila, que hace años que no lo releo, pero me voy luego al Kindle, además de a los antiguos comentarios de este blog que usted mismo nos enlaza, para buscar y comprarme lo que encuentre sobre el tema.
Y felicitarle también por la comparecencia anoche de Rivera y de Arrimadas. ¡ Muy requerebiennn !
Y claro, mandarles un abrazo a usted y a Dª Brunilda