«En mi país la adhesión obligatoria y sin reservas de los escritores y los artistas al “realismo socialista” fue bastante tardía, en los años 1949-1950. Esto equivalía a exigir de ellos una ortodoxia filosófica al cien por cien. Con asombro me percaté de que no estaba capacitado para hacerlo (…) Una oposición emocional decidió que la rechazara. Pero precisamente gracias al hecho de que durante mucho tiempo sopesé los argumentos a favor y en contra puedo ahora escribir este libro. Es a la vez un intento de descripción, como un diálogo con los que se declararon a favor del estalinismo, y asimismo un diálogo conmigo mismo. Hay, pues, en él tanto de observación como de introspección».
Así habla Czeslaw Milosz (1911-2004), y continúa:
«Intento mostrar en él cómo funciona el pensamiento humano en las democracias populares (…) ¿Cómo se puede vivir y pensar en los países estalinistas?, se preguntan muchos hoy en día. En otras palabras, tenemos aquí una ocasión para analizar cómo el ser humano se adapta a circunstancias increíbles».
Para explicar este sutil juego de graduales claudicaciones y ajustes de disonancia que desembocan en la venta del alma, Milosz emplea una método poco convencional: comienza hablando de Murti-Bing y el Ketman.
En 1927 Stanisław Witkiewicz escribió Insaciabilidad, una distopía sobre la conquista de Polonia por un imperio chino-mongol creado sobre las bases de la revolución bolchevique. El éxito de este imperio derivaba de las pastillas del filósofo Murti-Bing, que proporcionaban al que las ingería una nueva visión del mundo y le permitían alcanzar la serenidad. Pues bien, este relato de ficción se materializó con admirable precisión en un par de décadas:
«En el año 1945 los países de Europa del Este quedaron subyugados por la Nueva Fe que provenía del Este. En los círculos intelectuales de Varsovia se había convertido en una moda comparar el comunismo con el primer cristianismo (…) Mi actitud con la nueva religión laica, y especialmente con el Método en el que aquella se basaba (el Método Diamat, o materialismo dialéctico, pero no en la concepción de Marx y Engels, sino en la concepción de Lenin y Stalin), era de desconfianza. Pero esto no significa que no experimentara en mí mismo, igual que otros, su potente influencia».
Porque las pastillas de Murti-Bing son la dialéctica y el materialismo histórico [1], cuya capacidad para anegar el pensamiento es difícil de comprender cabalmente en la actualidad. Convertido el Partido en la encarnación de la Historia, cualquiera de sus actuaciones resultaba justificada, especialmente una vez que la dialéctica había sustituido a la antigua lógica. El convencimiento en la cientificidad del Método era tan esencial como la creencia en los dogmas de una religión. Esto proporcionaba a la nueva religión del comunismo una fuerza imparable:
«El programa totalitario de la derecha era un medio sumamente miserable. Tan sólo podía colmar una serie de satisfacciones que se reducían a un calor colectivo: la multitud, las bocas abiertas para el grito, caras rojas, marchas, los brazos alzados con bastones. Era aún peor cuando se procuraba una justificación racional. Ni el culto de la Raza, ni el odio hacia las personas de otro origen, ni el embellecimiento exagerado de la tradición de la propia nación eran capaces de eliminar el sentimiento de que todo aquel programa era una improvisación para un uso puntual y que estaba suspendido en el vacío. El murtibinguismo era otra cosa; proporcionaba bases científicas».
El análisis de Milosz es tanto más interesante en cuanto que él cree en las virtudes del marxismo [1], y atribuye a Lenin y Stalin la corrupción del Método. En todo caso, puesto que el estalinismo no se conformaba con una mera adhesión exterior, sino que pretendía dominar el pensamiento, era importante ocultar éste y no emitir señales delatoras. Este es el arte del disimulo, del Ketman:
«El lugar donde se actúa no es un escenario, sino la calle, la oficina, la fábrica, la sala de reuniones, e incluso la habitación en la que se vive. Es un arte elevado que exige atención mental. No tan sólo cada palabra que se pronuncia debería ser rápidamente valorada antes de que salga de la boca por las consecuencias que pueda acarrear. Una sonrisa que aparece en un momento inapropiado, una mirada que expresa no lo que debería expresar, pueden ser motivo de sospechas y acusaciones peligrosas. Igualmente, la manera de ser, el tono de voz, la preferencia por unas corbatas y no otras son interpretados como signos de tendencias políticas. Un viaje a Occidente es para un hombre de la Europa del Este un choque enorme, puesto que a la hora de tratar con otros –empezando por un botones o un taxista– no encuentra resistencia alguna, están completamente relajados, les falta aquella concentración interior que se expresa bajando la cabeza o con los ojos que miran de un sitio a otro intranquilamente, dicen lo primero que les viene a la cabeza, ríen a carcajada abierta; ¿es posible que las relaciones interpersonales puedan llegar a ser tan simples?».
Una vez descrito el ecosistema estalinista, Milosz pasa a describir la inmersión en él de cuatro intelectuales a los que llama Alfa, Beta, Gamma y Delta [2]. La persona no iniciada en el Método
«mira con sorpresa los cambios acaecidos en las personas. Observando cómo sus conocidos se van convirtiendo poco a poco en partidarios del sistema intenta explicárselo a su torpe manera con palabras como oportunismo, cobardía, traición. Tiene que tener estas etiquetas, sin ellas se siente perdido. Como su razonamiento se basa en la regla “o-o”, intenta dividir su entorno en “comunistas“ y “no comunistas”, aunque en las democracias populares una distinción como ésta pierde cualquier fundamento: allí donde la dialéctica forma la vida, alguien que quiera aplicar la antigua lógica se tiene que sentir completamente fuera de sus casillas».
Y esto en sí es una muestra del Ketman por parte de Milosz: es obvio que las palabras oportunismo, cobardía o traición son aplicables a todos los casos, y todas ellas juntas en un grado superlativo a Gamma. El Método, a fin de cuentas, proporciona excelentes excusas para claudicar sin deterioro de la propia imagen.
El libro contiene un interés adicional, A través de la historia de los cuatro intelectuales analizados contemplamos la de la propia Polonia: la ocupación, el antisemitismo, el gueto y el levantamiento de Varsovia, Katyn, e incluso Auschwitz, donde Beta fue recluido. El libro de éste This Way for the Gas, Ladies and Gentlemen será sin duda objeto de análisis en otro momento.
The captive mind. 1953, Czesław Miłosz.
Notas:
[1] Personalmente creo que esto es intentar exculpar el huevo que contiene la serpiente. Pueden encontrar algo sobre el materialismo histórico de Marx aquí, y sobre la dialéctica aquí.
[2] Los nombres reales no son familiares para el público español. Alfa es Jerzy Andrzejewski, Beta es Tadeusz Borowski, Gamma es Jerzy Putrament, y Delta es Konstanty Ildefons Gałczyński.
Imágenes: 1) Milosz; 2) Witkiewicz; 3) Stalin.
Así habla Czeslaw Milosz (1911-2004), y continúa:
«Intento mostrar en él cómo funciona el pensamiento humano en las democracias populares (…) ¿Cómo se puede vivir y pensar en los países estalinistas?, se preguntan muchos hoy en día. En otras palabras, tenemos aquí una ocasión para analizar cómo el ser humano se adapta a circunstancias increíbles».
Para explicar este sutil juego de graduales claudicaciones y ajustes de disonancia que desembocan en la venta del alma, Milosz emplea una método poco convencional: comienza hablando de Murti-Bing y el Ketman.
En 1927 Stanisław Witkiewicz escribió Insaciabilidad, una distopía sobre la conquista de Polonia por un imperio chino-mongol creado sobre las bases de la revolución bolchevique. El éxito de este imperio derivaba de las pastillas del filósofo Murti-Bing, que proporcionaban al que las ingería una nueva visión del mundo y le permitían alcanzar la serenidad. Pues bien, este relato de ficción se materializó con admirable precisión en un par de décadas:
«En el año 1945 los países de Europa del Este quedaron subyugados por la Nueva Fe que provenía del Este. En los círculos intelectuales de Varsovia se había convertido en una moda comparar el comunismo con el primer cristianismo (…) Mi actitud con la nueva religión laica, y especialmente con el Método en el que aquella se basaba (el Método Diamat, o materialismo dialéctico, pero no en la concepción de Marx y Engels, sino en la concepción de Lenin y Stalin), era de desconfianza. Pero esto no significa que no experimentara en mí mismo, igual que otros, su potente influencia».
Porque las pastillas de Murti-Bing son la dialéctica y el materialismo histórico [1], cuya capacidad para anegar el pensamiento es difícil de comprender cabalmente en la actualidad. Convertido el Partido en la encarnación de la Historia, cualquiera de sus actuaciones resultaba justificada, especialmente una vez que la dialéctica había sustituido a la antigua lógica. El convencimiento en la cientificidad del Método era tan esencial como la creencia en los dogmas de una religión. Esto proporcionaba a la nueva religión del comunismo una fuerza imparable:
«El programa totalitario de la derecha era un medio sumamente miserable. Tan sólo podía colmar una serie de satisfacciones que se reducían a un calor colectivo: la multitud, las bocas abiertas para el grito, caras rojas, marchas, los brazos alzados con bastones. Era aún peor cuando se procuraba una justificación racional. Ni el culto de la Raza, ni el odio hacia las personas de otro origen, ni el embellecimiento exagerado de la tradición de la propia nación eran capaces de eliminar el sentimiento de que todo aquel programa era una improvisación para un uso puntual y que estaba suspendido en el vacío. El murtibinguismo era otra cosa; proporcionaba bases científicas».
El análisis de Milosz es tanto más interesante en cuanto que él cree en las virtudes del marxismo [1], y atribuye a Lenin y Stalin la corrupción del Método. En todo caso, puesto que el estalinismo no se conformaba con una mera adhesión exterior, sino que pretendía dominar el pensamiento, era importante ocultar éste y no emitir señales delatoras. Este es el arte del disimulo, del Ketman:
«El lugar donde se actúa no es un escenario, sino la calle, la oficina, la fábrica, la sala de reuniones, e incluso la habitación en la que se vive. Es un arte elevado que exige atención mental. No tan sólo cada palabra que se pronuncia debería ser rápidamente valorada antes de que salga de la boca por las consecuencias que pueda acarrear. Una sonrisa que aparece en un momento inapropiado, una mirada que expresa no lo que debería expresar, pueden ser motivo de sospechas y acusaciones peligrosas. Igualmente, la manera de ser, el tono de voz, la preferencia por unas corbatas y no otras son interpretados como signos de tendencias políticas. Un viaje a Occidente es para un hombre de la Europa del Este un choque enorme, puesto que a la hora de tratar con otros –empezando por un botones o un taxista– no encuentra resistencia alguna, están completamente relajados, les falta aquella concentración interior que se expresa bajando la cabeza o con los ojos que miran de un sitio a otro intranquilamente, dicen lo primero que les viene a la cabeza, ríen a carcajada abierta; ¿es posible que las relaciones interpersonales puedan llegar a ser tan simples?».
Una vez descrito el ecosistema estalinista, Milosz pasa a describir la inmersión en él de cuatro intelectuales a los que llama Alfa, Beta, Gamma y Delta [2]. La persona no iniciada en el Método
«mira con sorpresa los cambios acaecidos en las personas. Observando cómo sus conocidos se van convirtiendo poco a poco en partidarios del sistema intenta explicárselo a su torpe manera con palabras como oportunismo, cobardía, traición. Tiene que tener estas etiquetas, sin ellas se siente perdido. Como su razonamiento se basa en la regla “o-o”, intenta dividir su entorno en “comunistas“ y “no comunistas”, aunque en las democracias populares una distinción como ésta pierde cualquier fundamento: allí donde la dialéctica forma la vida, alguien que quiera aplicar la antigua lógica se tiene que sentir completamente fuera de sus casillas».
Y esto en sí es una muestra del Ketman por parte de Milosz: es obvio que las palabras oportunismo, cobardía o traición son aplicables a todos los casos, y todas ellas juntas en un grado superlativo a Gamma. El Método, a fin de cuentas, proporciona excelentes excusas para claudicar sin deterioro de la propia imagen.
El libro contiene un interés adicional, A través de la historia de los cuatro intelectuales analizados contemplamos la de la propia Polonia: la ocupación, el antisemitismo, el gueto y el levantamiento de Varsovia, Katyn, e incluso Auschwitz, donde Beta fue recluido. El libro de éste This Way for the Gas, Ladies and Gentlemen será sin duda objeto de análisis en otro momento.
The captive mind. 1953, Czesław Miłosz.
Notas:
[1] Personalmente creo que esto es intentar exculpar el huevo que contiene la serpiente. Pueden encontrar algo sobre el materialismo histórico de Marx aquí, y sobre la dialéctica aquí.
[2] Los nombres reales no son familiares para el público español. Alfa es Jerzy Andrzejewski, Beta es Tadeusz Borowski, Gamma es Jerzy Putrament, y Delta es Konstanty Ildefons Gałczyński.
Imágenes: 1) Milosz; 2) Witkiewicz; 3) Stalin.
Comentarios
Gracias por seguir aportando conocimiento, bien escaso.
Gracias de nuevo, Don Navarth.
En cuanto a la pesadilla de Candela ; a mí me pasa lo contrario. Que sueño con que se permita de nuevo la investigación con LSD. Que en su libro " A really good day ": How microdosing made a difference... de Ayelet Waldman , explica como le cambió la vida el someterse durante un mes a un régimen de microdosis de psylobicina ( una centésima parte de la dosis recreativa usada como Éxtasis ) de tres en tres días... Ella está diagnosticada como bipolar, y pasa temporadas de manía, en que trabaja desenfrenadamente, no duerme, y no hay quien la resista, y temporadas de depresión profunda, en que todo le cuesta muchísimo, tampoco duerme, y tampoco hay quien la aguante... Y para poder dormir, le estaban dando unas pastillas que la tenían drogada, y que cada vez le hacían menos efecto.
Y con el mes de microtratamiento, mejoró espectacularmente. Y también explicaba el libro que la psilobicina era estupenda, en dosis mayor, pero de una sola vez, para tranquilizar y quitar la depresión y el terror a la muerte en enfermos terminales.
Pero a psilocibina, el LSD, etc, en todas sus formas son ilegales. Y Ayelet Waldman se arriesga a que la metan en un proceso penal por haber escrito ese "libro confesión". Es una valiente.
Espero que al menos se vuelvan a permitir las experimentaciones médicas con esas drogas.
Muchas gracias por esta exposición sobre el libro de Milosz. Lo compré hace unos 20 años en una libraría de viejo y quedé impresionado de su análisis de las diferentes maneras de "adaptarse" en los países socialistas aunque no se esté de acuerdo. Recuerdo aquel árabe del Ketman que no dejaba traslucir nada de sus opiniones. Pienso por eso que muchas dictaduras aunque parezcan muy unificadas están llenas de grietas y los dictadores de miedos a las intrigas !qué vida Dios mío!
Saqué ahora el ejemplar de mi biblioteca y aprovecharé la ocasión para leer algunos capítulos.
Todo cuenta: la forma de elegir y llevar la corbata, la caída de ojos, la forma de asentir, la elección de las palabras.. una mente absolutamente dominada y cautiva, claro. Es el terror en cada cosa, gesto, acción... pensamiento. Control total.
Parece una película pero es demasiado cierto. Terrible y desconocido para tantos que juegan en actitud naif con jugadores tan tremendamente peligrosos. En fin.
Muy de acuerdo con don Envite. Hay demasiada contemplación naíf del abismo.
«La dialéctica como sucedáneo de la lógica»: en el curso de Historia de la Filosofía, eso es todo lo que pillé de Hegel. Luego vi que también era lo único que aprovecharon los hermanos Marx y Engels. O los primos Lenin y Stalin.
Aquello me curó de cualquier veleidad de tomar ‘Diamat’, tan de moda por aquellos años. Ser marxista se me hacía tan difícil o más que hacerme mahometano.
Pero volviendo al presente, ¿qué decir del nacionalismo sabiniano en que me toca vivir? No es el nazismo (todavía), pero encaja perfectamente en el «programa totalitario de la derecha». Y digo ‘todavía’, porque detrás del partido-guía acecha una ‘izquierda patriótica’ con pastillas de euskosocialismo alucinógeno.
Aquí y hoy no hay más ‘Diamat’ que el del Padrino: ‘Familia y Negocios’. Lo demás, todo el folclore que espolvorean (vascuence incluido) es sólo para atontar.