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UN FRACASO POR LOS PELOS


Effie Gray escribe en 1854: «Él alegó varias razones: odio a los niños, motivos religiosos, un deseo de preservar mi belleza, y finalmente el pasado año me contó la verdadera razón (…) Que él había imaginado que las mujeres eran muy diferentes a lo que él vio que yo era, y que la razón por la que no me había hecho su esposa era la repugnancia que había sentido ante mi persona la primera noche el 10 de abril».

El propio John Ruskin lo confirma en su declaración durante el proceso de anulación: «Puede parecer extraño que me haya abstenido de una mujer que a la mayor parte de la gente parece tan atractiva, pero a pesar de que su cara era hermosa, su persona no estaba formada para excitar pasión. Por el contrario, había ciertas circunstancias en su persona que la excluían».

El caso es que Ruskin, el más renombrado crítico artístico de la época victoriana, protector de las artes, pintor aficionado, admirador de Turner, mentor y mecenas de los prerrafaelitas, había entrado en su alcoba en la noche de bodas, había contemplado como su esposa se desnudaba, había quedado sin palabras, había salido de la habitación, y había desistido de cualquier acercamiento ulterior a lo largo de los siguientes seis años.

El director trata a Ruskin con muy poco cariño. Muestra a un personaje envarado, aburrido y obsesionado con su propia importancia y fama póstuma. En esto último, por cierto, fracasó: el atractivo de la obra de Ruskin ha ido decayendo progresivamente –es de difícil digestión de acuerdo con los gustos actuales- y ahora no despierta tanto interés como su melancólica vida sexual. Parte del problema, parece sugerir la película, provenía del opresivo ambiente familiar de los Ruskin. ¿Era así? En realidad el padre era un hombre de mundo, socio de la empresa Ruskin, Telford and Domecq, importadora de vino y jerez. La madre, siempre según la película, era una especie de virago que consideraba que Effie no merecía a su adorado hijo, algo ciertamente habitual en las suegras.


La película cuenta, no sólo las desventuras de Effie Gray y John Ruskin, sino la relación de aquella con el pintor prerrafaelita John Everett Millais, con el que acabaría casándose -una vez, por cierto, que el adulterio se hizo público Ruskin dejó de subvencionar a Millais, pero no extendió su rencor al resto de prerrafaelitas –. Pero la historia fracasa porque la actriz Dakota Fanning -tal vez escogida por cierto parecido con Effie- parece incapaz de transmitir emoción, con lo que el espectador acaba sintiendo cierta simpatía por la huida conyugal de Ruskin. Emma Thompson, que además es guionista y está en una espléndida madurez, lo hace muy bien. Por su parte Greg Wise, que además es novio de la Thompson, consigue que Ruskin parezca un sieso: en eso su cara resulta de gran ayuda.

En una escena clave de la película Ruskin, posando ante Millais, comenta la pérdida de un hijo de la madre de Effie «¿Otro? Esa mujer pierde hijos con una regularidad sorprendente. ¡Pero mira que exquisito follaje!». Ruskin parece sugerir el director, sufría una sorprendente disociación entre su innegable sensibilidad artística y su escasa sensibilidad hacia las personas concretas.


Y a todo esto ¿qué había visto Ruskin en la noche de bodas que tanto le había repelido? ¿Cuáles eran las circunstancias del cuerpo desnudo de Effie que habían apagado tan definitivamente su ardor sexual? La película no lo aclara. Una posibilidad es la presencia de gustos pedófilos. Ruskin había conocido a Effie cuando era una niña de 12 años, y al casarse era una joven de 18: los cambios producidos en este tiempo no parecen haberle resultado estimulantes. Estas tendencias podrían confirmarse por la posterior atracción de Ruskin por su alumna Rose La Touche, por la que perdió completamente la cabeza, y a la que también pidió matrimonio a los dieciocho años. La negativa de La Touche hace estéril cualquier especulación o apuesta sobre una nueva huida de Ruskin en su luna de miel.

Otros apuntan hacia la sangre menstrual como motivo de la repugnancia o incluso -de manera algo grosera- al olor de Effie al desnudarse. La escritora Mary Lutyens aventura una posibilidad quizás más verosímil:

«Ruskin sufrió un shock traumático cuando en su noche de bodas descubrió que Effie tenía vello púbico. Nada lo había preparado para esto. Nunca había estado en una escuela de arte y ninguno de los cuadros y estatuas en pública exposición en esos tiempos presentaba mujeres con pelo en parte alguna de sus cuerpos».

Si este fue el motivo, tuvo mala suerte al haber caído en una época poco propensa a la jardinería. «Desde luego Ruskin no fue el único joven aficionado al arte cuya vida sexual descarriló por visitas previas al museo» concluye Janet Malcolm.

Imágenes: 1) Effie Gray en Glen Finglas, boceto de John Everett Millais; 2) La familia Ruskin al completo; 3) John Ruskin, por Millais.

Effie Gray. Richard Laxton (2014)

Comentarios

viejecita ha dicho que…
¡ Que bien ! ¡ Una crítica de una película que no he visto, y "destripándola a fondo ", como hacen los críticoa americanos, que son las críticas que a mí me dan ganas de ver, o de no ver la película. ( Los críticos de las revistas españolas especializadas, hablan de valores abstracto, de travellings, etc, pero no se atreven a contar nada de lo que importa ).
El caso es que, a pesar de que no me gusta Dakota Fanning, me encantan los demás. Y en vista de su crítica, he ido a ver todos los trailers disponibles, y he metido la película en mi carrito de Amazon, para incluirla en el próximo pedido.
Y aunque no he visto en los trailers que se fueran a ver, espero que salgan en la película muchos cuadros de los Prerrafaelitas todos, que me encantan.
Muchas gracias
catenaccio1970 ha dicho que…
No sé por qué pero, en lo que se refiere a la sexualidad como a tantas otras cosas, nos pasamos o no llegamos. El frenesí contemporáneo, con su vaciamiento de toda emoción en una gimnasia orgásmica de lo más agotador, con ese tránsito abrupto en que recién abandonados los juegos de muñecas saltamos a los juegos de pollas, y su legado de jóvenes ajados que a los veinte años ya están de vuelta de todo, podría arrastrarnos a la melancolía de que cualquier tiempo pasado fue mejor; y no siempre es verdad. La sexualidad burguesa victoriana fue un horror; el cuerpo, un tabú que había que encerrar en un sarcófago de tela; los chicos que se desfogaran como pudieran en los antros más putrefactos arriesgándose a las peores enfermedades y las chicas que mantuvieran su virtud angelical para casarse o, caso de no casarse, tener un blanco como la solterona contra el que descargar el apetito sádico de la represión en la más cruel de las burlas; por no hablar de unos niveles de prostitución que ponen el vello de punta y que eran fuente de una muerte casi segura en breve tiempo. Lo que me parece más anómalo de esos tiempos es la descoordinación ideológica, el intento de una cosmovisión racionalista como el liberalismo, asociada al conocimiento científico, por ocultar lo referente al sexo. ¡Mí, no comprender!. Saludos.
Bruno ha dicho que…
Si las asaltacapillas leyeran algo sobre la ¿educación? sexual de esa época inglesa estarían dando gracias a alguien, puede que a Dios, por no tener trabas reales para tocarse lo que les hiciera falta.
Yo, de Ruskin, no sabía nada hasta que leí el Tiempo Perdido. Me tendré que releerlo, en esas partes, para ver si encuentro alguna conexión entre las tendencias del crítico y del escritor.
Yo no descartaría lo del olor si resulta que la dama no estaba prevenida. Y, para no ser tan sencillos como los utópicos, me atrevo a pensar que hay dos, no una simple, causas. Por lo menos. Añadiendo la innata repulsión que pudiera tener hacia vulgaridades como fornicar.
Lo que me maravilla es que hayan hecho una película sobre todo eso.
Belosticalle ha dicho que…
Pues a mí con Ruskin me pasó algo muy parecido cuando me propuse leer de un tirón ‘Las Siete Lámparas de la Arquitectura’, que compré de lance. Al punto me di cuenta de que aquel genio no tenía nada para mí, para ir llenando mi ignorancia. Por supuesto, no rompí con él, y convivimos bastantes años, él en la estantería, con breve manoseo muy de tarde en tarde.

Muy interesante el análisis, como siempre, amigo Navarth, que si no me mueve mucho a ver la peli, sí a documentarme más sobre mi temible pelmazo.

Respecto a las hipótesis, son todas ingeniosas. La del vello púbico nunca antes visto, hilarante, amén de verosímil e ingeniosa, pues con los edificios reales le pasaba algo parecido, creo yo.

Leo por ahí, sin embargo, que al final de la demasiado larga relación marital absurda, Effie comentó a sus padres por carta que «John [Ruskin] me veía inepta para ser madre». Esto no se descubre de golpe en la noche de bodas, y no casa con aquella misteriosa impresión de rechazo físico-estético que alegaba él. Aparte de que no es lo mismo lo que hay, que las historia que se componen mediante abogado, para hacer plausible la anulación de un matrimonio.

Si finalmente veo la película tampoco pasa nada, ¿verdad?

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