Pues parece que me he metido en un berenjenal. Eric Hoffer demuestra una penetración sicológica sorprendente y el libro está trufado de frases brillantes, de modo que la tarea de resumirlo es francamente complicada. Únicamente se podría poner algún pero a su sistematización. El libro esta dividido en cuatro partes:
1. La llamada de los movimientos de masas.
2. Los conversos potenciales.
3. Unidad de acción y autosacrificio.
4. Principio y fin.
Las partes 1 y 3 se dedican a describir los impulsos que mueven a las personas a fundirse en una masa. La 2 se centra en el perfil de los más proclives a ello. La 4 se encarga de estudiar la evolución del movimiento de masas, y el papel que desempeñan en cada fase distintos tipos de personas, desde los intelectuales hasta los fanáticos. Centrémonos ahora en las partes 1 y 3.
Lo primero que hay que decir al estudiar la atracción de la masa es que hay fuerzas que son evidentes y otras que no lo son tanto. Todas ellas derivan de necesidades emocionales de la persona por lo que, a pesar de que el movimiento de masas siempre dice defender nobles causas, el impulso que lleva a él es egoísta. Entre las primeras está, obviamente, el deseo de cambio, que a su vez deriva directamente de la insatisfacción de la persona con su condición presente. Esto no quiere decir que, cuanto peor sea la situación de partida, mayor sea la probabilidad de que el movimiento se desencadene. Para que éste se ponga en marcha es imprescindible que concurra una cierta sensación de poder. Ni la revolución bolchevique ni la francesa estallaron cuando las condiciones de vida eran más opresivas sino, paradójicamente, cuando habían comenzado a mejorar. En Francia, por ejemplo, habían desaparecido instituciones que se mantenían intactas en otros países de Europa (1).
Me interesan más el segundo grupo de fuerzas, las menos obvias. Copio un párrafo de Erich Fromm que viene perfectamente al caso:
“Lo que caracteriza a la sociedad medieval, en contraste con la moderna, es la ausencia de libertad individual. Todos, durante el periodo más primitivo, se hallaban encadenados a una determinada función dentro del orden social. Un hombre tenía pocas probabilidades de trasladarse socialmente de una clase a otra, y no menores dificultades tenía para hacerlo desde el punto de vista geográfico. (…)
Pero aún cuando una persona no estuviera libre en el sentido moderno, no se hallaba ni sola ni aislada. Al poseer desde su nacimiento un lugar determinado, inmutable y fuera de toda discusión, dentro del mundo social, el hombre se hallaba arraigado dentro de un todo estructurado, y de este modo la vida poseía una significación que no dejaba ni lugar ni necesidad para la duda.”.(2)
Según Fromm, hasta el Renacimiento el hombre no tenía libertad, pero a cambio tenía un sitio definido en el mundo. Formaba parte de una comunidad, y dentro de ésta de un estamento y de un gremio. No tenía que plantearse grandes cuestiones, porque lo que se esperaba de él estaba perfectamente claro. Su vida tenía un sentido derivado de su pertenencia al grupo, y así incluso las cuestiones de inmortalidad eran menos relevantes, porque el grupo es inmortal.
Con el paso al mundo moderno, el hombre comienza a ser dueño de su destino, y enseguida descubre que esto no es una ganga. Liberado de los lazos que lo unen con el grupo, el hombre siente antes el peso de la soledad que los beneficios de la libertad. Su insignificancia ante la inmensidad del espacio y el tiempo lo angustia: se visualiza a sí mismo como un náufrago agarrado precariamente a una tabla en un negro e infinito océano. El miedo y la incertidumbre lo abruman.
Para colmo, la capacidad de tomar las propias decisiones viene acompañada de la responsabilidad. Integrado en un grupo, el hombre se limita a seguir sus movimientos como pez en cardumen; fuera de él es responsable de sus actos.
Surge, además, un problema adicional. Liberado a sus propios recursos, el hombre descubre que dispone de un tiempo limitado y que no puede desperdiciarlo: se ve obligado a desarrollar un buen papel. Para el que fracasa, la visión de los que triunfan se hace insoportable. Aparece con fuerza la frustración. Descubre que una igualdad, en la que nadir destacar, es mucho más gratificante.
Soledad, incertidumbre, insignificancia, miedo, responsabilidad, posibilidad de fracaso, envidia, frustración, mortalidad. En estas condiciones, no es de extrañar que experimente un fuerte deseo de rehacer los lazos rotos que lo unían con la comunidad. De renunciar a su individualidad. Por eso, el deseo de disolución es potente, y la llamada de la masa una tentación constante.
Hoffer proporciona una serie de ingredientes para que la receta de la masa sea exitosa. Uno de ellos es la denigración del presente: “Todos los movimientos de masas menosprecian el presente pintándolo como un mero preámbulo para un glorioso futuro; un simple felpudo en el umbral del milenio. Para un movimiento religioso el presente es un lugar de exilio, un valle de lágrimas que conduce al reino de los cielos; para un revolucionario social, es una mera estación en el camino a la Utopía; para un movimiento nacionalista es un innoble episodio previo al triunfo final.”
En realidad, el correcto manejo del tiempo no sólo debe apuntar hacia el futuro, sino también hacia el pasado: “los movimientos religiosos se remontan al día de la creación; las revoluciones sociales hablan de una edad de oro en la que los hombres libres, iguales e independientes; los movimientos nacionalistas reviven o se inventan memorias de pasadas grandezas.”. Este abandono del presente a favor del pasado y el futuro es muy importante para la disolución completa del individuo, pues éste, que realmente no dispone más que del presente, podrá acceder a sacrificarlo todo y, si la causa lo requiere, matar o morir. Permítanme acabar con este párrafo genial:
•Una conciencia histórica proporciona una sensación de continuidad. Poseído por una vívida visión del pasado y el futuro, el verdadero creyente se ve a sí mismo como parte de algo que se extiende ilimitado hacia el pasado y el futuro: algo eterno. Puede desprenderse del presente (y de su propia vida) (...) porque no es el principio y el fin de todas las cosas. Es más, una vívida conciencia del pasado y el futuro despoja al presente de su realidad. Hace que el presente parezca una etapa en una procesión, o un desfile. Los seguidores de un movimiento de masas se ven a sí mismos marchando con tambores y banderas al viento. Son participantes de un emocionante drama representado ante una vasta audiencia _generaciones que ya se han ido y generaciones venideras. Se les hace creer no son ellos mismos, sino actores interpretando un papel, y sus actos una representación más que algo real. Morir, asimismo, lo ven como un gesto, un acto de fantasía.”
(continuará, me temo)
_______________
(1) En Alemania el campesino continuaba vinculado a la tierra que trabajaba, que no podía abandonar. Además estaba obligado a trabajar gratuitamente para su señor, en ocasiones hasta tres días por semana, mientras que en Francia la corvée ya había desaparecido. A este respecto dice Tocqueville en "El Antiguo Régimen y la Revolución": “Una cosa sorprende a primera vista: la Revolución, cuyo objeto propio consistía en abolir por doquier las restantes instituciones medievales de la Edad Media, no estalló en los lugares en los que tales instituciones, conservándose mejor, hacían sentir más al pueblo sus trabas y su rigor, sino al contrario en aquéllos donde lo hacían menos; de suerte que el yugo ha parecido más insoportable allí donde, en realidad, era menos pesado.”
(2) Erich Fromm. El miedo a la libertad.
1. La llamada de los movimientos de masas.
2. Los conversos potenciales.
3. Unidad de acción y autosacrificio.
4. Principio y fin.
Las partes 1 y 3 se dedican a describir los impulsos que mueven a las personas a fundirse en una masa. La 2 se centra en el perfil de los más proclives a ello. La 4 se encarga de estudiar la evolución del movimiento de masas, y el papel que desempeñan en cada fase distintos tipos de personas, desde los intelectuales hasta los fanáticos. Centrémonos ahora en las partes 1 y 3.
Lo primero que hay que decir al estudiar la atracción de la masa es que hay fuerzas que son evidentes y otras que no lo son tanto. Todas ellas derivan de necesidades emocionales de la persona por lo que, a pesar de que el movimiento de masas siempre dice defender nobles causas, el impulso que lleva a él es egoísta. Entre las primeras está, obviamente, el deseo de cambio, que a su vez deriva directamente de la insatisfacción de la persona con su condición presente. Esto no quiere decir que, cuanto peor sea la situación de partida, mayor sea la probabilidad de que el movimiento se desencadene. Para que éste se ponga en marcha es imprescindible que concurra una cierta sensación de poder. Ni la revolución bolchevique ni la francesa estallaron cuando las condiciones de vida eran más opresivas sino, paradójicamente, cuando habían comenzado a mejorar. En Francia, por ejemplo, habían desaparecido instituciones que se mantenían intactas en otros países de Europa (1).
Me interesan más el segundo grupo de fuerzas, las menos obvias. Copio un párrafo de Erich Fromm que viene perfectamente al caso:
“Lo que caracteriza a la sociedad medieval, en contraste con la moderna, es la ausencia de libertad individual. Todos, durante el periodo más primitivo, se hallaban encadenados a una determinada función dentro del orden social. Un hombre tenía pocas probabilidades de trasladarse socialmente de una clase a otra, y no menores dificultades tenía para hacerlo desde el punto de vista geográfico. (…)
Pero aún cuando una persona no estuviera libre en el sentido moderno, no se hallaba ni sola ni aislada. Al poseer desde su nacimiento un lugar determinado, inmutable y fuera de toda discusión, dentro del mundo social, el hombre se hallaba arraigado dentro de un todo estructurado, y de este modo la vida poseía una significación que no dejaba ni lugar ni necesidad para la duda.”.(2)
Según Fromm, hasta el Renacimiento el hombre no tenía libertad, pero a cambio tenía un sitio definido en el mundo. Formaba parte de una comunidad, y dentro de ésta de un estamento y de un gremio. No tenía que plantearse grandes cuestiones, porque lo que se esperaba de él estaba perfectamente claro. Su vida tenía un sentido derivado de su pertenencia al grupo, y así incluso las cuestiones de inmortalidad eran menos relevantes, porque el grupo es inmortal.
Con el paso al mundo moderno, el hombre comienza a ser dueño de su destino, y enseguida descubre que esto no es una ganga. Liberado de los lazos que lo unen con el grupo, el hombre siente antes el peso de la soledad que los beneficios de la libertad. Su insignificancia ante la inmensidad del espacio y el tiempo lo angustia: se visualiza a sí mismo como un náufrago agarrado precariamente a una tabla en un negro e infinito océano. El miedo y la incertidumbre lo abruman.
Para colmo, la capacidad de tomar las propias decisiones viene acompañada de la responsabilidad. Integrado en un grupo, el hombre se limita a seguir sus movimientos como pez en cardumen; fuera de él es responsable de sus actos.
Surge, además, un problema adicional. Liberado a sus propios recursos, el hombre descubre que dispone de un tiempo limitado y que no puede desperdiciarlo: se ve obligado a desarrollar un buen papel. Para el que fracasa, la visión de los que triunfan se hace insoportable. Aparece con fuerza la frustración. Descubre que una igualdad, en la que nadir destacar, es mucho más gratificante.
Soledad, incertidumbre, insignificancia, miedo, responsabilidad, posibilidad de fracaso, envidia, frustración, mortalidad. En estas condiciones, no es de extrañar que experimente un fuerte deseo de rehacer los lazos rotos que lo unían con la comunidad. De renunciar a su individualidad. Por eso, el deseo de disolución es potente, y la llamada de la masa una tentación constante.
Hoffer proporciona una serie de ingredientes para que la receta de la masa sea exitosa. Uno de ellos es la denigración del presente: “Todos los movimientos de masas menosprecian el presente pintándolo como un mero preámbulo para un glorioso futuro; un simple felpudo en el umbral del milenio. Para un movimiento religioso el presente es un lugar de exilio, un valle de lágrimas que conduce al reino de los cielos; para un revolucionario social, es una mera estación en el camino a la Utopía; para un movimiento nacionalista es un innoble episodio previo al triunfo final.”
En realidad, el correcto manejo del tiempo no sólo debe apuntar hacia el futuro, sino también hacia el pasado: “los movimientos religiosos se remontan al día de la creación; las revoluciones sociales hablan de una edad de oro en la que los hombres libres, iguales e independientes; los movimientos nacionalistas reviven o se inventan memorias de pasadas grandezas.”. Este abandono del presente a favor del pasado y el futuro es muy importante para la disolución completa del individuo, pues éste, que realmente no dispone más que del presente, podrá acceder a sacrificarlo todo y, si la causa lo requiere, matar o morir. Permítanme acabar con este párrafo genial:
•Una conciencia histórica proporciona una sensación de continuidad. Poseído por una vívida visión del pasado y el futuro, el verdadero creyente se ve a sí mismo como parte de algo que se extiende ilimitado hacia el pasado y el futuro: algo eterno. Puede desprenderse del presente (y de su propia vida) (...) porque no es el principio y el fin de todas las cosas. Es más, una vívida conciencia del pasado y el futuro despoja al presente de su realidad. Hace que el presente parezca una etapa en una procesión, o un desfile. Los seguidores de un movimiento de masas se ven a sí mismos marchando con tambores y banderas al viento. Son participantes de un emocionante drama representado ante una vasta audiencia _generaciones que ya se han ido y generaciones venideras. Se les hace creer no son ellos mismos, sino actores interpretando un papel, y sus actos una representación más que algo real. Morir, asimismo, lo ven como un gesto, un acto de fantasía.”
(continuará, me temo)
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(1) En Alemania el campesino continuaba vinculado a la tierra que trabajaba, que no podía abandonar. Además estaba obligado a trabajar gratuitamente para su señor, en ocasiones hasta tres días por semana, mientras que en Francia la corvée ya había desaparecido. A este respecto dice Tocqueville en "El Antiguo Régimen y la Revolución": “Una cosa sorprende a primera vista: la Revolución, cuyo objeto propio consistía en abolir por doquier las restantes instituciones medievales de la Edad Media, no estalló en los lugares en los que tales instituciones, conservándose mejor, hacían sentir más al pueblo sus trabas y su rigor, sino al contrario en aquéllos donde lo hacían menos; de suerte que el yugo ha parecido más insoportable allí donde, en realidad, era menos pesado.”
(2) Erich Fromm. El miedo a la libertad.
Comentarios
pues ha hecho que me pique el gusanillo y he empezado a leer "The True Believer". Lo que me ha sorprendido de las primeras páginas es el cierto paralelismo con las tesis de Samuel Huntingdon en su "Clash of Civilizations" con 40 años de ventaja. Ya le iré contando más.
Muy agradable también encontrarme a Fromm por aquí. Aunque quizá para este libro venga mejor su "Anatomía de la destructividad humana", quizá su mejor libro en mi opinión.
Por cierto, muy buena su reseña del "No pienses en un elefante" en el blog del Sr. González. Es una pena que una persona que haya dado con la potentísima (y verificable) idea de la metáfora como estructura mental diga semejantes gilipolleces (como lo del padre autoritario, vueeeelta a Freud). Como curiosidad, llevo intentando durante meses terminarme su "Metaphors we live by" y no hay manera.
Espero con atención sus siguientes entradas.
Saludos
Como verá, “The true believer” se lee muy rápido. Me gustaría conocer su opinión sobre el. No conocía la “anatomía de la destructividad humana”, así que corro a encargarlo.
Gracias por lo de Lakoff. Lo de la metáfora como estructura mental es un excelente resumen.
Y me ha despertado la curiosidad el paralelismo con El choque de las civilizaciones, y quería echarle un vistazo para recordar. Por desgracia, me pilla en mitad de una mudanza y el libro está enterrado en alguna caja. Me encantaría conocer
Un saludo
Bauman califica a este movimiento, como es bien evidente, de “emocional” y, en su parecer, “si la emoción es apta para destruir resulta especialmente inepta para construir nada. Las gentes de cualquier clase y condición se reúnen en las plazas y gritan los mismos eslóganes. Todos están de acuerdo en lo que rechazan, pero se recibirían 100 respuestas diferentes si se les interrogara por lo que desean”.
La emoción es (¿cómo no?) “líquida”. Hierve mucho pero también se enfría unos momentos después. “La emoción es inestable e inapropiada para configurar nada coherente y duradero”. De hecho, la modernidad líquida dentro de la cual se inscriben los indignados posee como característica la temporalidad, “las manifestaciones son episódicas y propensas a la hibernación”.
¿Se necesitaría un líder acalorado? ¿Varios líderes temperamentales? “El movimiento no lo aceptaría puesto que tanto su potencia como su gozo es la horizontalidad, sentirse juntos e iguales, lo que, en importante medida, les niega el superindividualismo actual”. La superindividualidad (de la modernidad líquida) “crea miedos, desvalimientos, una capacidad empobrecida para hacer frente a las adversidades”.
Qué buena la entrevista de Bauman.
ando bastante liado igualmente y no he podido continuar los comentarios ni mi lectura de Hoffer como me hubiera gustado.
Al hilo de la conversación, me gustaría apuntar el paralelismo entre lo que Huntingdon describe como un auge de la identidad cultural en todas las partes del mundo, particularmente en Asia y lo apuntado (o que creía intuir, ya no estoy tan seguro) en las primeras páginas.
Sin embargo, a medida que avanzaba, había algo que no me terminaba de cuadrar. Estaba de acuerdo con cuanto leía pero había un "sí, pero" en la punta de la lengua.
La respuesta vino con la lectura en paralelo de otro buen libro, Willpower de Roy F. Baumeister (uno de los nombres destacados de la psicología actual) y John Tierney. En él se apunta que durante los años 60 los psicoanalistas se encontraban con que el psicoanálisis (del que no soy partidario pero que gozaba de cierta respetabilidad en la época) no funcionaba del todo bien y una de las explicaciones sugeridas es que la terapia del psicoanálisis se desarrolló para una población (la de primeros del s.XX) con un carácter que tenía ya poco que ver con la de los años 60 en adelante.
Y ésta es la cuestión. Cuando leo a Hoffer me digo sí, es cierto, pero para otra época. Ahora los mecanismos son más sutiles y ciertas opciones que saltaban a la vista durante el ascenso de las masas hasta los años 50, han sido asumidas y metabolizadas por la cultura y la población. De ahí que en cierta medida, si intento superponer estas ideas con lo que veo en España, me sale un cuadro "de brocha gorda".
Algo de eso hay en el fantástico documental "The Century of The Self" apuntado por D.Benja en el blog del Sr. González. Si le interesa, aquí le dejo el enlace al primer episodio (son 4).
Saludos,
Creo que hay una serie de emociones humanas que son bastante constantes: el deseo de evitar la incertidumbre y la soledad, la búsqueda de la inmortalidad, la necesidad de dar un sentido a la vida, el temor a la insignificancia... Esto, que las emociones sean persistentes en el tiempo, es lo que permite a Fromm remontar el origen de los totalitarismos del s.XX al final de la Edad Media, momento en que la persona se desgaja del grupo y es presa de las emociones descritas. En terminología de Pareto, los ’residuos’- las emociones- son estables, mientras que las ‘derivaciones’ –el disfraz argumental- varían con los tiempos y las modas. Pero el proceso es dinámico: las propias derivaciones se van incorporando con el tiempo a los residuos (o, como dice, usted, se van metabolizando). Esto hace que las recetas sean cada vez más sofisticadas y los ingredientes básicos (las emociones) sean más difíciles de detectar*. Por eso, es cierto que si intentamos superponer el esquema de Hoffer a algunos de los movimientos de masas de la realidad española actual (como la progresía) encajará con dificultad. En otros sin embargo, como el nacionalismo, el esquema es bastante parecido.
Me apunto el libro de Baumeister. Agradezco mucho las recomendaciones, que introduzco puntualmente aquí.
* Quizás esa sea la ‘virtud’ del nazismo (o el comunismo): nos permite ver (y analizar) el ébola en estado puro.
en respuesta a su pregunta al Sr. Gatito en el blog del Sr. Gonzalez(de lo que conozco):
1. "Las Caras de la Memoria" de Marcos Rodriguez. Libro muy tecnico que cuesta leerlo (y estudiarlo ni le cuento...) pero que analiza minuciosamente muchos de los fenomenos de la memoria.
2. The Black Swan por Nassim Nicholas Taleb. Este libro de moda es realmente muy bueno y habla de las limitaciones del entendimiento humano en un estilo .... borgiano. Sin embargo si quiere ir mas al grano:
3. Everything is obvious (once you know the answer) por Duncan Watts. Trata muchos temas del anterior libro pero con mas profundidad e informacion. Es muy muy rico en ideas e informacion.
4. Un paper de Elizabeth Loftus en el que trata la "memoria falsa". En realidad la memoria falsa es un problema de "framing", mucho mas general.
Saludos