
Pero ¿por qué dejamos de prestar atención a Suso? El filósofo y escritor explicita en El País, con enternecedor candor, lo que los nacionalistas llevan años imponiendo sin ruido.
Suso está preocupado porque, según él, la imposición del gallego, a diferencia de lo que ocurre en Cataluña y el País Vasco, no acaba de cuajar. Suso se da cuenta de que la opción entre el gallego y el castellano debería ser una mera decisión personal, pero no le mola porque “(...) estamos optando por que desaparezca. Y no es un asunto cultural, es una parte más de un gran problema: nuestro fracaso histórico como país, el fracaso del gallego es el fracaso del país de los gallegos”
Pero si es la sociedad la que debe optar por el idioma, y no lo hace voluntariamente ¿qué hacer? Pues obligarle. Hacer que la única vía de progreso personal pase por el conocimiento del gallego. “En Euskadi y Cataluña todos saben que para integrarse y ascender socialmente hay que ser euskaldún o catalánhablante. Y por eso los padres castellanohablantes, en gran parte inmigrantes a esas sociedades prósperas, animan a sus hijos a que hablen catalán. Porque la mayoría queremos lo mejor para nuestros hijos y nos adaptamos a las reglas del juego vigentes en cada situación o lugar (doctrina Regás). Con los hijos no se juega. (así que ¡a agachar la cabeza y tragar!) El castellano es, en estas familias de inmigrantes que desean integrarse, la lengua doméstica (probablemente, en el ideal de Suso, debería limitarse a ser la del servicio doméstico) y la otra, la del mundo social y profesional. Porque existen clases dirigentes y mundos profesionales poderosos que no se avergüenzan de ser vascos o catalanes sino que, al contrario, están orgullosos y garantizan la existencia de su cultura e intereses, de su país.”
En resumen, para que progrese el gallego se debe imponer desde los poderes públicos la religión nacionalista. Y el que la practique ascenderá a los cielos, por ejemplo del funcionariado, y el que no, que se joda. Pero esto ¿no supone el reconocimiento de ciudadanos de primera y de segunda? ¡Pues claro! Suso lo reconoce sin rubor, una franqueza que, en cierto modo, debemos agradecerle.
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