Westley: Qué tontería, lo dices porque nadie lo ha logrado antes.
Hoy La Vanguardia se pregunta: ¿Acaso está infravalorada la paz? Lo hace en un artículo sobre la pacifista Bertha von Suttner, autora de Abajo las armas y primera ganadora femenina del Premio Nobel. ¿Cómo es posible –se pregunta el periódico- que Europa desoyera sus admoniciones y se precipitara en la Primera Guerra Mundial? ¿Estamos ciegos? ¿Estamos locos? Y con esto revela un planteamiento tácito, invisible y bastante extendido en nuestra sociedad: puesto que la guerra es terrible, puesto que somos racionales y podemos controlar las situaciones, debería ser posible desterrarla. En todos los términos del planteamiento yo, como Buttercup, soy más pesimista.
El primatólogo Richard Wrangham ha señalado una de las características distintivas del sapiens: somos excepcionalmente cooperativos dentro de nuestro grupo, y extraordinariamente destructivos hacia los de fuera. Centenares de experimentos corroboran nuestra tendencia a dividir automáticamente el mundo entre Nosotros y Ellos a partir del estímulo más insignificante -incluso lanzar una moneda al aire-. Pero si los criterios de clasificación pueden ser ridículos, las consecuencias no lo son: la división sirve como frontera moral. Sólo al Nosotros se aplican nuestras normas morales, y son estas mismas normas morales hiperexcitadas las que aconsejan las matanzas de Ellos.
Normalmente llamamos tribalismo a nuestra parte fea -la relacionada con la xenofobia, el temor al otro, la exclusión, la división y la confrontación- y patriotismo a la admirable, la que se refiere a las virtudes, la abnegación y la cooperación. A nosotros, gente civilizada, nos corresponde mantener a raya nuestra parte oscura y fomentar la otra. Pero es importante entender que ambas son las dos caras de nuestra naturaleza. Star Wars ya lo sospechaba: somos simultáneamente roussonianos y hobbesianos. Tal vez por eso la guerra nos ha acompañado siempre. Y no tiene pinta de ir a abandonarnos en el futuro.
Somos una generación afortunada que ha vivido en un oasis, tan afortunada que ni siquiera sabe que está en uno. Se asienta sobre unas instituciones que el trascurso del tiempo ha invisibilizado, y éstas a su vez sobre unos valores aún más invisibles porque no han sido puestos a prueba en mucho tiempo. Pero entre ellos, como bien saben los ucranianos, está la disposición a defenderlos.
Comentarios
Ni siquiera sabíamos que estábamos en un oasis; hemos tenido que oir cerca los cañonazos para empezar a valorarlo