Casi sin resistencia se ha instalado una religión en nuestras sociedades. Es religión porque tiene todos sus ingredientes: sirve de guía espiritual y proporciona sentido a la vida; exige adhesión a los dogmas; permite la exhibición virtuosa y la estigmatización del hereje, lo que, a su vez, permite el ascenso en estatus. Para los que nos hartamos de decir que somos liberales, debería ser una preocupación: es nuestra mayor amenaza interna. Y, a diferencia de las religiones tradicionales, con esta no hay separación entre Iglesia y estado: ya tiene incluso un Ministerio. Esta religión posmoderna es intolerante; aborrece la disidencia y proscribe la libre expresión; elimina la igualdad; sustituye la persona por el grupo identitario; desconfía de la razón. Y es especialmente insidiosa porque se camufla tras las banderas de causas justas. Por esa razón, los que perciben el peligro no se atreven a alzar la voz porque saben lo sencillo que es convertirlos en espantapájaros y triturarlos. El wokismo y el ecologismo-gretista son los temas fundamentales de esta religión posmoderna que, de paso, por ciertas inercias históricas, odia a occidente: sus herejes son siempre autóctonos.
En fin, estas cosas religiosas -como pone en evidencia el hilo de Shellenberger- acaban teniendo un enorme impacto en el mundo real.
« Es lamentable la falta de interés de la justicia y de la derecha para que haya mecanismos para reparar estos delitos de lesa humanidad . El PSOE debe sumarse a este esfuerzo ». Los delitos de lesa humanidad a los que se refiere Enrique Santiago son los «bebés robados» del franquismo, y el esfuerzo que requiere del PSOE es seguir adelante con la proposición de ley presentada en 2020 en Cortes por ERC, PSOE y Podemos, Bildu y Baldo(ví), y que lleva atascada desde entonces. La exposición de motivos de la empantanada iniciativa nos cuenta esta historia. Queridos niños… « Durante décadas, y hasta etapas muy próximas, en España se ha producido, amparada en la impunidad, una de las mayores atrocidades que ha vivido nuestro país. Un número inmenso de niños fueron sustraídos en cárceles, clínicas y maternidades, y sus familias biológicas siguen sin saber su paradero a día de hoy ». No me dirán que no es una historia tremenda, y que la desolación de Enrique Santiago no está justificada. Se tr
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