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EL PROMEDIO Y LA IGLESIA IRENISTA


Fue Daniel Kahneman quien nos hizo ver que somos racionales, sí, pero de aquella manera. Dado que nuestro tiempo -y nuestras ganas- son limitados, al analizar situaciones complejas empleamos atajos, sesgos o «heurísticos», que también se llaman así. Son una consecuencia de la evolución, y con frecuencia funcionan bien. Aquellos cazadores-recolectores que salían corriendo al ver moverse unas hojas sobrevivían, se reproducían –si tenían el encanto suficiente- y así conseguían replicar sus genes. En cambio los filósofos que analizaban si eran las hojas o nosotros los que nos movíamos, reflexionaban sobre la posibilidad del conocimiento, y admiraban la trayectoria del depredador que se abalanzaba sobre ellos, sólo aportaban a la posteridad a través de los genes de este último.

Lo que quiero decir es que somos los descendientes de los prudentes, y hemos heredado sus sesgos, atajos y heurísticos. Por ejemplo, nuestros antepasados sabían que ante una muchedumbre en marcha con antorchas lo más prudente era darles la razón y quemar al primero que se pusiera a tiro. A nosotros, que hemos pasado por la Ilustración, nos da cosa quemar tan alegremente pero tampoco queremos ser los quemados, y así hemos creado un atajo nuevo: el del promedio. De acuerdo con el sesgo del promedio, si contemplamos a algunos muy enfadados les daremos algo de razón, aunque nosotros no lo entendamos, e incluso nos parezca mal el enfado. Porque si están enfadados será por algo; porque algo habrá hecho el objeto del enfado. Bastante complicada es la realidad como para ponerse a analizarla delante de una masa enfurecida. El sesgo de promedio es lo que hace que una minoría ruidosa pueda acabar contaminando una sociedad por completo. Es lo que ha sucedido en las regiones con nacionalismo: el nacionalismo es empobrecedor y ridículo, pero hace promediar inadvertidamente y acaba convirtiendo a los más opuestos en regionalistas o nacionalistas light.

En fin, que ya ven ustedes el problema de sesgo de promedio: basta con que alguien lleve su posición hasta los extremos más disparatados para que todos, obedientemente, nos movamos un poco en esa dirección; con la conciencia tranquila, además, por ser moderados y razonables. Así se estira la famosa ventana de Overton hasta que acaba asomándose a escenas tan delirantes como la coreografía tribal de «el violador eres tú». Porque este es el caso del nuevo feminismo –llamémoslo «de género» para distinguirlo de la normal asunción de la igualdad entre hombres y mujeres-. Es, evidentemente, un movimiento desaforado con todas las características de una religión: exige adhesión a los dogmas, permite la exhibición virtuosa y la canalización de la furia hacia el hereje, proporciona guía espiritual y sentido a la vida. También atenta directamente contra la igualdad, diluye a la persona en el grupo identitario y desconfía de la razón. Pero su utilización del sesgo de promedio ha sido brillante: ha conseguido presentarse como airado defensor de causas justas frente a los espantapájaros del machismo y el heteropatriarcado que él mismo ha creado. Y la secuencia provocada era previsible: están muy enfadados, así que promedio un poco en su dirección; invocan causas justas: promedio un poco más; y, para que no me puedan identificar con sus demonios, introduzco continuos disclaimers en mi discurso que consiguen, finalmente, que promedie un poco más. Así, en poco tiempo, han conseguido introducir la desigualdad en la legislación, erosionar principios básicos del proceso penal e incluso –ante la impasibilidad de los que no paran de exhibir la etiqueta «liberal»- derribar uno de los pilares de lo liberal: la separación de la iglesia y el estado. Ahora el Gobierno de España está compuesto por de 21 Ministerios y una Iglesia Irenista. Vayan en paz.

Comentarios

viejecita ha dicho que…
Muy bueno, Don Navarth.
Lo que veo, es que si no queremos que los que chillan mentiras y prenden fuego a los "herejes" nos quemen a nosotros, sólo nos queda una solución medio decente para sobrevivir : Escondernos. Y dejar a los que gritan que griten sólos. Y que se vea que no son tantos como parecían.
Y, ya entonces, una vez desenmascarados como pocos y fanáticos, unirnos para desmontar sus mentiras, y volver a la Verdad y a La Ley.

Lo malo es cuando el ¿ gobierno ? apoya e incluye a los mentirosos gritones de las teas incendiarias. Entonces, ¿ qué queda ? ¿ Emigrar con lo puesto ? Y, emigrar, ¿ a donde ?

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