«Un fascista muerto es un
fascista menos». Esta es la ecuación esencial, tan importante como el teorema
de Pitágoras o E=mc2. Irene Montero y Ione Belarra la descubrieron reproducida
en la pared de un urinario de Menorca, y les hizo tanta ilusión que se hicieron
fotos junto a ella (en Menorca; es como si alguien llega al Paraíso y se dedica
a hacerse selfies en el sitio en el que Adán y Eva hacen caca). Pero la emoción
de Montero y Belarra estaba justificada, porque la fórmula del mingitorio
sintetiza su filosofía política: un fascista es alguien maligno al que hay que
destruir. ¿Por qué? Precisamente porque gente como Belarra y Montero lo han
etiquetado como «fascista», un sello infamante y poderoso que priva de voz al
que lo lleva y justifica su castigo.
El pasado miércoles fue
asesinado, mientras debatía en un campus universitario, Charlie Kirk. Kirk, de
31 años, era una figura descollante de la derecha norteamericana, líder de las
juventudes del Partido Republicano y seguidor de Trump. Acudía a los campus con
un lema: «prove me wrong». Demuestra que estoy equivocado. Defendía que
había que confrontar las ideas, argumentar con el contrario porque cuando no se
debate con el adversario sólo queda entre ellos sitio para la violencia. Tenía
razón.
La escena del crimen es horrible
de contemplar. Kirk, además, deja una
viuda muy joven y dos hijos. Todo esto hace mucho más indigerible lo que
ocurrió a continuación: cientos de jóvenes se pusieron a celebrar en redes el
asesinato. Tiktok e Instagram se inundaron de gente que soltaba chistes y ejecutaba
bailecitos de júbilo ante la muerte que acababa de producirse en directo. Inicialmente,
la cadena MSNBC echó la culpa del homicidio a un entusiasta seguidor de Kirk al
que se le habría disparado accidentalmente el arma (así recordaba que Kirk
había sido un defensor de la Segunda Enmienda), y lamentó el uso partidista que
Trump podría hacer. La vicedecana de una universidad de Tennessee puso inmediatamente
un mensaje en redes: «Charlie formuló su destino y lo hizo realidad. El odio
engendra odio. Cero simpatía». Los ejemplos fueron innumerables.
El veneno se extendió fuera de
Estados Unidos. En Canadá, una legisladora de Manitoba (entre sus competencias
está la de Familia) se dirigió a los hijos del asesinado para felicitarlos de
que fueran a crecer en un mundo libre de personajes tan desagradables como su
padre. El presidente del Oxford Union
(el famoso club de debate cuyo objeto social, se supone, es debatir) argumentó con
Kirk sobre la «masculinidad tóxica» hace unos meses, y el miércoles festejó su
muerte. Y finalmente la ola llegó a España. Políticos, periodistas y
opinadores, que hasta ese momento no habían oído hablar de Kirk, se lanzaron inmediatamente
a decir que bueno, sí, matar está mal peeero… Y tras la adversativa desgranaban
las razones por las que no había que lamentar la muerte de un tipejo como Kirk.
En la Ser, Ángels Barceló lo describió como «un activista ultraconservador y un
comentarista ultra», y conectó con una corresponsal que lo describió como un
«provocador» (recordemos: estaba en un campus con su carpa de «prove me wrong» para responder a los
argumentos que se le formulasen) que defendía la esclavitud de los negros (mentira)
y señaló al verdadero culpable: Trump con sus políticas divisivas. Y entonces
dieron paso a Ignasi Guardans, que afirmó que «Trump está detrás de la violencia
que ha llevado a todo esto» y añadió: «este fascista al que han matado, y evidentemente
no hay que matar fascistas, era un hombre verdaderamente despreciable». Luego
lo mejoró en Twitter: «En EEUU han asesinado a un fascista y promotor del
neofascismo. No tengo nada positivo que decir de ese tipo, ni vivo ni muerto.
Pero, al menos por ahora, nada justifica la violencia contra esos
miserables en aquel país».
A continuación Ignasi, y otros
muchos como él, empezaron a ajustar disonancia. ¿Cómo es posible que yo, que
soy tan bueno, sea tan miserable como para justificar la muerte de un tío de 31
años? Necesariamente debía ser un monstruo. Y así empezó la manipulación y la
difamación post mortem. Empezaron a
circular por las redes vídeos cortados en los que Kirk decía, por ejemplo, que
según la Biblia, hay que lapidar a los homosexuales. El video completo mostraba
que lo que hacía era, precisamente, decir que no hay que hacer una
interpretación literal de la Biblia, pero nadie se disculpaba (a excepción de
Stephen King, que inicialmente había comprado también el bulo). Guardans,
mientras tanto, valoraba lo bueno que habría sido disparar a Goebbels antes de
la guerra en vez de después, y no se daba cuenta de que, con sus
manipulaciones, Goebbels estaba siendo él.
Y todo así. El periodista Javier
Gallego, con esos mismos vídeos adulterados, afirmó: «Kirk defendía la
esclavitud y la supremacía de la raza blanca (falso) … Estamos ante un nazi,
con todas las palabras. Charlie Kirk era un nazi, un fascista, un racista, y un
homófobo». El opinador Roger Senserrich comparó a Kirk con Josu Ternera. Irene
Montero, en coherencia con su filosofía de retrete, dijo: «Charlie Kirk no
apretó el gatillo, pero sí defendía a quienes lo apretaban. Y el odio y la
violencia que alentó sí han servido para justificar el asesinato de otras
personas (…) incluso el exterminio de un pueblo». Insisto, esto es una pequeña
muestra del aquelarre que se destacó en redes.
En resumen, mucha gente nos ha
explicado que no hay que lamentar el asesinato de Kirk porque era un monstruo,
y eso nos permite sospechar que, aunque no lo digan expresamente, su muerte les
ha parecido bien. Pero si aquello en lo que se basan para satanizarlo es falso
o está manipulado (y sin duda lo está), entonces los monstruos son ellos. Pero
¿cómo puede haberse podrido tanto alguien, como para celebrar la muerte de un
adversario político de 31 años, que deja una viuda y dos hijos? Este es un
intento de entender esta desquiciada cadena moral.
LA CADENA MORAL
La Declaración del Meódromo deja
claro que, para algunos, el mundo se divide entre las almas buenas y los
fascistas. Y que estos últimos lo son por haber sido así etiquetados por las
personas adecuadas. ¿Por qué? Para entenderlo hay que remontarse un poco más
arriba en la cadena moral (tiremos de la cadena, ya que estamos en un urinario)
y entender que, en la actualidad, existen causas sagradas. Sus
principios revisten carácter de dogma religioso, y los que rehúsan aceptarlos
no son discrepantes sino pecadores, es decir, fascistas. Hasta hace poco, las causas
sagradas más importantes eran la lucha contra el «machismo estructural», el
racismo (de los blancos), y la «emergencia climática», y la defensa de opciones
sexuales alternativas a la heterosexual. Pero últimamente ha surgido una que oscurece
todas las demás: el «genocidio de Gaza».
El brote de estas causas, que son
perfectamente arbitrarias, va ligado a la propagación de la ideología woke por
occidente. Es inútil buscar lógica o unos criterios de selección moral comprensibles.
¿Por qué se presta atención a la guerra de Gaza, pero la de Siria no alzó ni
una queja? ¿Por qué se ignoran las muertes en Sudán, o a los asesinatos de
cristianos en África? ¿Hay que romper relaciones con China por su trato a los
uigures? Por otra parte, el enfoque de estas cruzadas morales suele estar
completamente desquiciado, y alguna ni siquiera refleja un problema real: el machismo
estructural no existe en occidente.
Tenemos entonces unas causas
sagradas y un clero que las administra desde sus podios morales. Es legítimo
dudar de la sinceridad moral de los clérigos: Irene Montero, adalid del feminismo,
permaneció en total silencio cuando las mujeres iraníes, tras la muerte de Masha
Amini, luchaban contra la teocracia iraní. Y la tradicional defensa del pueblo
saharaui se ha desvanecido por razones bien conocidas. Pero la gestión de las
causas morales les proporciona un poder inmenso porque, no sólo les permite demonizar
al discrepante, sino expender certificados de virtud a sus seguidores. Estos
disponen así de podios morales secundarios para exhibir su virtud. Esto explica
que, con frecuencia, las causas sagradas no pretendan mejorar nada: Montero redactó
una ley chapucera que puso a los agresores en las calles, y ahí sigue. En este eslabón de la cadena no existe tanto
una decisión moral, sino exhibicionismo moral, hipocresía y despliegue de
poder.
El siguiente escalón es la
recepción de los dogmas por la sociedad, que puede reaccionar de tres maneras. Algunos
aceptarán los dogmas y los podios morales secundarios que conllevan. La mayoría,
si el proselitismo es lo suficientemente y agresivo, se someterá. Para esto es fundamental
crear la impresión de que se trata de una corriente dominante, y por eso el papel
de los medios es decisivo; de este modo se crearán espirales de silencio, y la
gente aprenderá a disimular y a falsificar sus preferencias. Es decir, la
posición moral se habrá reducido a una exhibición de la adhesión a la moral
dominante. Por tanto habrá estado determinada, no por un juicio moral de la
situación, sino por anhelo de pertenencia a la comunidad y temor a la exclusión.
Finalmente una parte se resistirá
a aceptar los dogmas. Para ellos está reservado el anatema y la excomunión: son
los «fascistas», «machistas» o «negacionistas». Ellos son malos, y merecen ser
privados de voz y apartados de los buenos. Y, como la reacción al asesinato de
Kirk ha mostrado, merecen la violencia. Es importante entender esto: los
humanos tenemos un fuerte instinto punitivo. Somos una especie auto domesticada
que ha alcanzado una enorme cooperación interna castigando al disidente. Ahora disfrutamos castigando al transgresor
aunque no nos vaya nada en el asunto (más sobre esto en otra entrada), y por
eso es imposible dejar de ver que mucha gente se ha alegrado de la muerte de
Kirk porque les ha parecido justa.
Entonces la violencia contra el
«malo» es el último eslabón de una cadena que empieza con su deshumanización y
satanización, que convierte esa violencia en justa y gratificante. Este último
eslabón de la distorsionada cadena moral es el más podrido, y no es lícito
poner cara de sorpresa ante la violencia (ni es sincero condenarla de boquilla)
si previamente uno ha participado en su desencadenamiento deshumanizando al
adversario. En realidad, los únicos que ha tomado una decisión moral en este
proceso, desinteresada y con costes, son los discrepantes.
El gráfico que abre esta entrada,
abierto él mismo a críticas y sugerencias, pretende resumir esta cadena moral
aberrante:
El resumen de esta historia es
que las ideas pueden contaminar las sociedades, y las ideologías morales mucho
más. Y la violencia suele ser la etapa final del camino que comienza en un
podio moral.
Comentarios