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LOS JUEVES MORALES (6): TIREMOS DE LA CADENA... MORAL

 


«Un fascista muerto es un fascista menos». Esta es la ecuación esencial, tan importante como el teorema de Pitágoras o E=mc2. Irene Montero y Ione Belarra la descubrieron reproducida en la pared de un urinario de Menorca, y les hizo tanta ilusión que se hicieron fotos junto a ella (en Menorca; es como si alguien llega al Paraíso y se dedica a hacerse selfies en el sitio en el que Adán y Eva hacen caca). Pero la emoción de Montero y Belarra estaba justificada, porque la fórmula del mingitorio sintetiza su filosofía política: un fascista es alguien maligno al que hay que destruir. ¿Por qué? Precisamente porque gente como Belarra y Montero lo han etiquetado como «fascista», un sello infamante y poderoso que priva de voz al que lo lleva y justifica su castigo.

El pasado miércoles fue asesinado, mientras debatía en un campus universitario, Charlie Kirk. Kirk, de 31 años, era una figura descollante de la derecha norteamericana, líder de las juventudes del Partido Republicano y seguidor de Trump. Acudía a los campus con un lema: «prove me wrong». Demuestra que estoy equivocado. Defendía que había que confrontar las ideas, argumentar con el contrario porque cuando no se debate con el adversario sólo queda entre ellos sitio para la violencia. Tenía razón.

La escena del crimen es horrible de contemplar.  Kirk, además, deja una viuda muy joven y dos hijos. Todo esto hace mucho más indigerible lo que ocurrió a continuación: cientos de jóvenes se pusieron a celebrar en redes el asesinato. Tiktok e Instagram se inundaron de gente que soltaba chistes y ejecutaba bailecitos de júbilo ante la muerte que acababa de producirse en directo. Inicialmente, la cadena MSNBC echó la culpa del homicidio a un entusiasta seguidor de Kirk al que se le habría disparado accidentalmente el arma (así recordaba que Kirk había sido un defensor de la Segunda Enmienda), y lamentó el uso partidista que Trump podría hacer. La vicedecana de una universidad de Tennessee puso inmediatamente un mensaje en redes: «Charlie formuló su destino y lo hizo realidad. El odio engendra odio. Cero simpatía». Los ejemplos fueron innumerables.

El veneno se extendió fuera de Estados Unidos. En Canadá, una legisladora de Manitoba (entre sus competencias está la de Familia) se dirigió a los hijos del asesinado para felicitarlos de que fueran a crecer en un mundo libre de personajes tan desagradables como su padre. El presidente del Oxford Union (el famoso club de debate cuyo objeto social, se supone, es debatir) argumentó con Kirk sobre la «masculinidad tóxica» hace unos meses, y el miércoles festejó su muerte. Y finalmente la ola llegó a España. Políticos, periodistas y opinadores, que hasta ese momento no habían oído hablar de Kirk, se lanzaron inmediatamente a decir que bueno, sí, matar está mal peeero… Y tras la adversativa desgranaban las razones por las que no había que lamentar la muerte de un tipejo como Kirk. En la Ser, Ángels Barceló lo describió como «un activista ultraconservador y un comentarista ultra», y conectó con una corresponsal que lo describió como un «provocador» (recordemos: estaba en un campus con su carpa de «prove me wrong» para responder a los argumentos que se le formulasen) que defendía la esclavitud de los negros (mentira) y señaló al verdadero culpable: Trump con sus políticas divisivas. Y entonces dieron paso a Ignasi Guardans, que afirmó que «Trump está detrás de la violencia que ha llevado a todo esto» y añadió: «este fascista al que han matado, y evidentemente no hay que matar fascistas, era un hombre verdaderamente despreciable». Luego lo mejoró en Twitter: «En EEUU han asesinado a un fascista y promotor del neofascismo. No tengo nada positivo que decir de ese tipo, ni vivo ni muerto. Pero, al menos por ahora, nada justifica la violencia contra esos miserables en aquel país».

A continuación Ignasi, y otros muchos como él, empezaron a ajustar disonancia. ¿Cómo es posible que yo, que soy tan bueno, sea tan miserable como para justificar la muerte de un tío de 31 años? Necesariamente debía ser un monstruo. Y así empezó la manipulación y la difamación post mortem. Empezaron a circular por las redes vídeos cortados en los que Kirk decía, por ejemplo, que según la Biblia, hay que lapidar a los homosexuales. El video completo mostraba que lo que hacía era, precisamente, decir que no hay que hacer una interpretación literal de la Biblia, pero nadie se disculpaba (a excepción de Stephen King, que inicialmente había comprado también el bulo). Guardans, mientras tanto, valoraba lo bueno que habría sido disparar a Goebbels antes de la guerra en vez de después, y no se daba cuenta de que, con sus manipulaciones, Goebbels estaba siendo él.

Y todo así. El periodista Javier Gallego, con esos mismos vídeos adulterados, afirmó: «Kirk defendía la esclavitud y la supremacía de la raza blanca (falso) … Estamos ante un nazi, con todas las palabras. Charlie Kirk era un nazi, un fascista, un racista, y un homófobo». El opinador Roger Senserrich comparó a Kirk con Josu Ternera. Irene Montero, en coherencia con su filosofía de retrete, dijo: «Charlie Kirk no apretó el gatillo, pero sí defendía a quienes lo apretaban. Y el odio y la violencia que alentó sí han servido para justificar el asesinato de otras personas (…) incluso el exterminio de un pueblo». Insisto, esto es una pequeña muestra del aquelarre que se destacó en redes.

En resumen, mucha gente nos ha explicado que no hay que lamentar el asesinato de Kirk porque era un monstruo, y eso nos permite sospechar que, aunque no lo digan expresamente, su muerte les ha parecido bien. Pero si aquello en lo que se basan para satanizarlo es falso o está manipulado (y sin duda lo está), entonces los monstruos son ellos. Pero ¿cómo puede haberse podrido tanto alguien, como para celebrar la muerte de un adversario político de 31 años, que deja una viuda y dos hijos? Este es un intento de entender esta desquiciada cadena moral.

 

LA CADENA MORAL

La Declaración del Meódromo deja claro que, para algunos, el mundo se divide entre las almas buenas y los fascistas. Y que estos últimos lo son por haber sido así etiquetados por las personas adecuadas. ¿Por qué? Para entenderlo hay que remontarse un poco más arriba en la cadena moral (tiremos de la cadena, ya que estamos en un urinario) y entender que, en la actualidad, existen causas sagradas. Sus principios revisten carácter de dogma religioso, y los que rehúsan aceptarlos no son discrepantes sino pecadores, es decir, fascistas. Hasta hace poco, las causas sagradas más importantes eran la lucha contra el «machismo estructural», el racismo (de los blancos), y la «emergencia climática», y la defensa de opciones sexuales alternativas a la heterosexual. Pero últimamente ha surgido una que oscurece todas las demás: el «genocidio de Gaza».

El brote de estas causas, que son perfectamente arbitrarias, va ligado a la propagación de la ideología woke por occidente. Es inútil buscar lógica o unos criterios de selección moral comprensibles. ¿Por qué se presta atención a la guerra de Gaza, pero la de Siria no alzó ni una queja? ¿Por qué se ignoran las muertes en Sudán, o a los asesinatos de cristianos en África? ¿Hay que romper relaciones con China por su trato a los uigures? Por otra parte, el enfoque de estas cruzadas morales suele estar completamente desquiciado, y alguna ni siquiera refleja un problema real: el machismo estructural no existe en occidente.

Tenemos entonces unas causas sagradas y un clero que las administra desde sus podios morales. Es legítimo dudar de la sinceridad moral de los clérigos: Irene Montero, adalid del feminismo, permaneció en total silencio cuando las mujeres iraníes, tras la muerte de Masha Amini, luchaban contra la teocracia iraní. Y la tradicional defensa del pueblo saharaui se ha desvanecido por razones bien conocidas. Pero la gestión de las causas morales les proporciona un poder inmenso porque, no sólo les permite demonizar al discrepante, sino expender certificados de virtud a sus seguidores. Estos disponen así de podios morales secundarios para exhibir su virtud. Esto explica que, con frecuencia, las causas sagradas no pretendan mejorar nada: Montero redactó una ley chapucera que puso a los agresores en las calles, y ahí sigue.  En este eslabón de la cadena no existe tanto una decisión moral, sino exhibicionismo moral, hipocresía y despliegue de poder.

El siguiente escalón es la recepción de los dogmas por la sociedad, que puede reaccionar de tres maneras. Algunos aceptarán los dogmas y los podios morales secundarios que conllevan. La mayoría, si el proselitismo es lo suficientemente y agresivo, se someterá. Para esto es fundamental crear la impresión de que se trata de una corriente dominante, y por eso el papel de los medios es decisivo; de este modo se crearán espirales de silencio, y la gente aprenderá a disimular y a falsificar sus preferencias. Es decir, la posición moral se habrá reducido a una exhibición de la adhesión a la moral dominante. Por tanto habrá estado determinada, no por un juicio moral de la situación, sino por anhelo de pertenencia a la comunidad y temor a la exclusión.

Finalmente una parte se resistirá a aceptar los dogmas. Para ellos está reservado el anatema y la excomunión: son los «fascistas», «machistas» o «negacionistas». Ellos son malos, y merecen ser privados de voz y apartados de los buenos. Y, como la reacción al asesinato de Kirk ha mostrado, merecen la violencia. Es importante entender esto: los humanos tenemos un fuerte instinto punitivo. Somos una especie auto domesticada que ha alcanzado una enorme cooperación interna castigando al disidente. Ahora disfrutamos castigando al transgresor aunque no nos vaya nada en el asunto (más sobre esto en otra entrada), y por eso es imposible dejar de ver que mucha gente se ha alegrado de la muerte de Kirk porque les ha parecido justa.

Entonces la violencia contra el «malo» es el último eslabón de una cadena que empieza con su deshumanización y satanización, que convierte esa violencia en justa y gratificante. Este último eslabón de la distorsionada cadena moral es el más podrido, y no es lícito poner cara de sorpresa ante la violencia (ni es sincero condenarla de boquilla) si previamente uno ha participado en su desencadenamiento deshumanizando al adversario. En realidad, los únicos que ha tomado una decisión moral en este proceso, desinteresada y con costes, son los discrepantes. 

El gráfico que abre esta entrada, abierto él mismo a críticas y sugerencias, pretende resumir esta cadena moral aberrante:

El resumen de esta historia es que las ideas pueden contaminar las sociedades, y las ideologías morales mucho más. Y la violencia suele ser la etapa final del camino que comienza en un podio moral.

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