El político pródigo o dadivoso es observable en todos los niveles y muy especialmente en las Comisiones del Congreso. Intenta atender cualquier petición de cualquier colectivo por insensata que sea. Prescinde de una visión general, no le preocupa si la petición es coherente con otras y ni siquiera si es económicamente factible, porque no sabe decir que no. En parte, claro, porque necesita sus votos: sospecha, generalmente con razón, que sin regalos no hay nadie que lo vote, y esta sospecha la comparte con el mesiánico. Pero además -a diferencia de este último- el pródigo sufre cuando no puede conceder. En realidad no busca tanto el poder como sentirse bien, porque ha descubierto de repente -y contra todo pronóstico- que no es inútil: de repente puede verse a sí mismo mejorando la vida de las personas. Puede -como Dios en la Sixtina- alargar el dedito y conceder cosas a la gente. Por eso se aferra a la política, no sólo porque fuera de ella su subsistencia es precaria, sino por la belleza de las emociones que su generosidad despierta en sí mismo. Le generan, como diría Kundera, una lágrima kitsch. Por eso el político dadivoso no es exactamente igual que el cacique, aunque acabe haciendo lo mismo.
Ya se habrán dado cuenta de que el político pródigo plantea un par de problemillas. El primero es que su ecosistema ideal es una sociedad desvalida e infantilizada a la que él pueda aliviar, lo que acerca peligrosamente su política al síndrome de Munchhausen. Lo segundo es que necesita riqueza para poder hacer regalos y, ante la incapacidad de generarla, debe tomarla de algún sitio. Aquí su visión ideal es la de una sociedad completamente ocupada por lo público –que él gestionará- alimentada por empresas convertidas en vacas mágicas que nunca dejarán de dar leche por mucho que se les extraiga. No es que deteste lo privado, y de hecho intentará acabar allí - las famosas puertas giratorias- cuando su carrera política finalice. Es que entiende que cuanto mayor sea lo público mayor será su poder para ejercer su bondad. Aunque, por supuesto, no podrá repartir toda la riqueza que extraiga: el dadivoso interioriza enseguida que su permanencia es necesaria para la sociedad a la que tan generosamente tutela. Por eso las redes clientelares que asegurarán su permanencia son un mal necesario pero inevitable. Bien mirado ni siquiera son un mal.
Por todo ello los políticos pródigos –cuya versión extrema es el populismo- producen dos tipos de efectos. A corto plazo proporcionan alegrías a determinados colectivos durante un tiempo. A largo plazo son perfectamente destructivos para la comunidad. Pero mientras la cosa se mantiene el político dadivoso consigue vivir bien y practicar la bondad, todo ello sin esfuerzo y eludiendo la meritocracia. ¿No es digno de cierta admiración?
Si interpretan que todo esto es una crítica a la redistribución se equivocan o yo me he expresado mal: ésta es sencillamente una exigencia de justicia. Pero además permítanme aportar una razón egoísta para eliminar las bolsas de pobreza y las fuentes de conspicua desigualdad: son el caldo de cultivo idóneo para los dadivosos.
Comentarios
Está bien que se premie el esfuerzo y el trabajo. Aunque ese esfuerzo y ese trabajo no den frutos. Que no todos lo consiguen.
Y, si ascendiera al poder un político que fuera rico por herencia, y que gracias a su suerte y a la ayuda de sus genes y de los dioses, no necesitase apropiarse de la riqueza de otros para redistribuirla en dádivas interesadas, ( Como decía Romanones para pedir el voto ), ¿ Cree usted que mejorarían las perspectivas de vida para los abandonados por sus genes, por la suerte, y por los dioses ? O sea, los de mas abajo en la escala social ? Desde luego, yo no lo creo. Lo lógico es que se volcara en la clase media, que con su inteligencia, su esfuerzo, y la ayuda de los dioses, prosperasen e hiciesen prosperar a todos.
Eso sí, tiene que haber un colchón mínimo , para que nadie, por muy poco merecedor que fuera, tuviera que dormir en la calle, ni pasar hambre, ni frío, ni oler mal. Y si no dan un palo al agua, mientras estén satisfechos con dormir , desayunar, ducharse, y lavar su ropa en albergues, y comer en comedores públicos, pues casi que mejor. Que así dejan el trabajo y el esfuerzo para los que sí creen en él...