Pedro Sánchez ha dicho expresamente que quiere conseguir la investidura para avanzar en la «igualdad entre hombres y mujeres», y tácitamente -mediante dog whistle- que los derechos de las mujeres están amenazados por el temible espantajo con el que su departamento de propaganda ha sustituido a los partidos de derecha. Hasta ahora le ha dado buenos resultados: en un estudio postelectoral encargado por el PP, una de las razones por la que los resultados han sido inferiores a sus expectativas ha sido un cierto abandono de su electorado femenino. Pero ¿estamos hablando realmente de igualdad?
Punto 1. El escritor Michael Lewis fue invitado a dar una conferencia a los recién licenciados de Princeton. Sois triplemente afortunados por haber nacido en un país próspero, en una época tranquila, y en una familia con recursos suficientes para mandaros a Princeton. Porque el azar, continuó, tiene un peso significativo en nuestras vidas, pero cuando es afortunado tendemos a ignorarlo mientras atribuimos el buen resultado exclusivamente a nuestros méritos, y a continuación les contó un experimento. En esa misma universidad fueron contratadas unas personas, fueron divididas en grupos de tres, y en cada uno de ellos se sorteó quién sería el jefe para recibir las instrucciones de las tareas administrativas que tendrían que realizar. A mitad de mañana ofrecieron un refrigerio en cada grupo: un plato con cuatro galletas. Todos hacían el mismo trabajo, y la jefatura había sido determinada mediante el lanzamiento de un dado, pero ante la cuarta galleta huérfana –la que había quedado después de cada uno hubiera cogido la que le correspondía- los resultados se repetían con regularidad: el jefe la cogía y se la zampaba sin mayores ceremonias, con delectación y gran despliegue de migas. Sin duda cada jefe creía que lo merecía, porque –esto es lo primero que quería señalar- tendemos a convertir los privilegios, incluso tan peculiarmente adquiridos, en derechos naturales.
Punto 2. Ya saben que venimos equipados con la tendencia a dividir entre Nosotros y Ellos, paso previo a aplicar diferentes normas y raseros a los que quedan a un lado u otro de la raya imaginaria. Estamos tan predispuestos que nos apresuramos a formar tribus con las más peregrinas de las excusas: sirven criterios racistas, lingüísticos, étnicos, telúricos, futbolísticos, ideológicos y religiosos. También se crean tribus en función del vestuario y los gustos musicales. Y también, sí, según los diferentes cromosomas sexuales. Y recordemos que nuestro tribalismo es una adaptación evolutiva que permite altos niveles de cooperación dentro del grupo, pero que favorece el conflicto entre grupos una vez definidos -no sólo creemos razonable tratar peor al de fuera, sino que disfrutamos con ello-. Por lo tanto, hasta que aprendamos a potenciar la parte buena mientras diluimos su parte mala, existe una receta básica que representa el máximo de estupidez soportable por una sociedad: no fomentes el tribalismo dentro de la tribu social.
Pues bien, esta es, en realidad, la estrategia del sanchismo: dividir España en tribus que lo voten. Convertir a su electorado en una tribu incapaz de votar al de fuera. Sánchez apuesta a que, si bien el jefe de la tribu y su sanedrín pueden ser penosos, siempre serán más aceptables que los de fuera para los tribalizados. Y por eso se ha dedicado a fomentar la discordia dentro de la sociedad española fomentando el tribalismo ideológico… y el sexual. Miren, una cosa es el feminismo entendido como la igualdad de derechos y la no discriminación por motivos sexuales -¿quién está en contra?- y otra el tribalismo XX, que es a lo que se dedica el Ministerio de Igualdad. Fíjense, por cierto, que bien encaja el victimismo en el tribalismo: Ellos, malvados, nos maltratan; por eso merecen castigos y Nosotros compensaciones. Por eso cuando Sánchez habla de igualdad está prometiendo –usando otra vez el dog-whistle- privilegios. Así que las mujeres se enfrentan hoy al reto de resistir un doble canto de sirenas: el canto tribal, y el que susurra que los privilegios que les son ofrecidos -sean laborales, legales o morales- son derechos naturales.
La igualdad no es desigualdad. Mujeres, no os dejéis tribalizar, y no os comáis la cuarta galleta.
Comentarios
¡ Vuelva al Congreso !
Don Fernando, el discurso de Princeton debería ser de obligada lectura en todos los colegios por lo menos una vez al año.